Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—Hasta la última nave.

—Cuando afirmas que desaparecieron, ¿qué quieres decir?

Su padre la miró con una sonrisa.

—Bien hecho, Qing-jao. Has hecho la pregunta adecuada. Nadie las vio; estaban todas en el espacio profundo. Así que no desaparecieron físicamente. Por lo que sabemos, puede que continúen avanzando, todavía en su curso. Sólo desaparecieron en el sentido de que perdimos todo contacto con ellas.

—¿Y los ansibles?

—En silencio. Todo dentro del mismo período de tres minutos. Ninguna transmisión se interrumpió. Una acabó y la siguiente nunca llegó a producirse.

—¿La conexión de cada nave con cada ansible planetario en todas partes? Imposible. Ni siquiera con una explosión, si pudiera haber una tan grande…, pero no sería un solo caso, de todas formas, porque las naves estaban muy ampliamente esparcidas alrededor de Lusitania.

—Bueno, podría ser, Qing-jao. Si puedes imaginar un hecho tan cataclísmico: podría ser que la estrella de Lusitania se convirtiera en supernova. Pasarían décadas antes de que viéramos el destello en los mundos más cercanos. El problema es que sería la supernova más improbable de la historia. No imposible, pero sí improbable.

—Y habría habido algunas indicaciones previas. Algunos cambios en el estado de la estrella. ¿Detectaron algo los instrumentos de las naves?

—No. Por eso no creemos que fuera ningún fenómeno astronómico conocido. A los científicos no se les ocurre nada para explicarlo. Así que hemos intentado investigarlo como sabotaje. Hemos buscado penetraciones en los ordenadores ansibles. Hemos escrutado todos los archivos personales de cada nave, en busca de alguna conspiración posible entre la tripulación. Se han efectuado criptoanálisis de todas las comunicaciones mantenidas en cada nave, para buscar alguna clase de mensaje entre los conspiradores. Los militares y el gobierno han analizado todo lo analizable. La policía de cada planeta ha llevado a cabo investigaciones, hemos comprobado el historial de cada operador del ansible.

—Aunque no se envíen mensajes, ¿están todavía conectados los ansibles?

—¿Tú qué crees?

Qing-jao se sonrojó.

—Claro que deben estarlo, aunque un Ingenio D.M. hubiera sido enviado contra la flota, porque los ansibles están enlazados por fragmentos de partículas subatómicas. Todavía estarían allí aunque toda la nave fuera reducida a cenizas.

—No te avergüences, Qing-jao. Los sabios no son sabios porque no cometan errores. Son sabios porque corrigen sus errores en cuanto los reconocen.

Sin embargo, Qing-jao se ruborizaba ahora por otro motivo. La sangre caliente se agolpaba en su cabeza porque acababa de ocurrírsele cuál iba a ser la orden de su padre. Pero eso era imposible. No podía darle a ella una tarea en la que miles de personas más sabias y expertas ya habían fracasado.

—Padre —susurró—. ¿Cuál es mi tarea?

Todavía esperaba que fuera algún problema menor relacionado con la desaparición de la flota. Pero sabía que su esperanza era vana incluso mientras hablaba.

—Debes descubrir toda explicación posible a la desaparición de la flota, y calcular la probabilidad de cada una. El Congreso Estelar debe poder decir cómo sucedió esto y cómo asegurarse de que nunca vuelva a suceder.

—Pero padre —protestó Qing-jao—, sólo tengo dieciséis años. ¿No hay muchas otras personas que son más sabias que yo?

—Tal vez son demasiado sabias para intentar la tarea. Pero tú eres lo bastante joven para no considerarte sabia. Eres lo bastante joven para pensar en cosas imposibles y descubrir por qué podrían ser posibles. Por encima de todo, los dioses te hablan con extraordinaria claridad, mi inteligente hija, mi Gloriosamente Brillante.

Era eso lo que temía, que su padre esperara que tuviese éxito por el favor de los dioses. No comprendía lo indigna que la encontraban los dioses, lo poco que la apreciaban.

Además había otro problema.

—¿Y si tengo éxito? ¿Y si averiguo dónde está la Flota Lusitania y restauro las comunicaciones? ¿No sería entonces culpa mía si la flota destruyera Lusitania?

—Es bueno que tu primer pensamiento sea compasión por la gente de Lusitania. Te aseguro que el Congreso Estelar me ha prometido no usar el Ingenio D.M. a menos que sea absolutamente inevitable, y eso es tan improbable que no puedo creer que vaya a suceder. Aunque así fuera, sin embargo, es el Congreso quien debe decidir. Como dijo mi antepasado-del-corazón: «Aunque los castigos del sabio pueden ser livianos, esto no es debido a su compasión; aunque sus penalizaciones puedan ser severas, no es porque sea cruel: simplemente sigue la costumbre adecuada al momento. Las circunstancias cambian según la edad, y las formas de tratar con ellas cambian con las circunstancias». Puedes estar segura de que el Congreso Estelar tratará con Lusitania no atendiendo a la amabilidad o a la crueldad, sino según lo que sea necesario para el bien de toda la humanidad. Por eso servimos a los gobernantes: porque ellos sirven al pueblo, que sirve a los antepasados, que sirven a los dioses.

—Padre, fui indigna al pensar otra cosa-dijo Qing-jao.

Ahora sentía su suciedad, en vez de conocerla en su mente. Necesitaba lavarse las manos. Necesitaba seguir una línea. Pero se contuvo. Esperaría.

«Haga lo que haga —pensó—, habrá una consecuencia terrible. Si fracaso, entonces mi padre perderá el honor ante el Congreso y por tanto ante todo el mundo de Sendero. Eso demostraría a muchos que no es digno de ser elegido dios de Sendero cuando muera.

«Si tengo éxito, el resultado puede ser xenocidio. Aunque la decisión pertenezca al Congreso, yo seguiría sabiendo que hice posible semejante atrocidad. La responsabilidad sería parcialmente mía. No importa lo que haga, estaré cubierta de fracaso y manchada de indignidad.»

Entonces su padre le habló como si los dioses le hubieran mostrado su corazón.

—Sí, fuiste indigna —manifestó—, y sigues siendo indigna en tus pensamientos incluso ahora.

Qing-jao se sonrojó e inclinó la cabeza, avergonzada, no de que sus pensamientos hubieran sido tan claramente visibles para su padre, sino de haber tenido pensamientos tan desobedientes.

Su padre le tocó amablemente el hombro con la mano.

—Pero creo que los dioses te harán digna. El Congreso Estelar tiene el mandato del cielo, pero tú has sido también elegida para seguir tu propio camino. Puedes tener éxito en esta gran labor. ¿Lo intentarás?

—Lo intentaré.

«También fracasaré, pero eso no sorprenderá a nadie, y menos a los dioses, que conocen mi indignidad.»

—Se han abierto todos los archivos pertinentes para que los investigues, cuando pronuncies tu nombre y teclees la clave. Si necesitas ayuda, avísame.

Se marchó de la habitación de su padre con dignidad y se obligó a subir lentamente las escaleras hasta su dormitorio. Sólo cuando estuvo dentro con la puerta cerrada se arrojó de rodillas y se arrastró por el suelo. Siguió vetas en la madera hasta que apenas pudo ver. Su indignidad era tan grande que no se sentía del todo limpia; fue al lavabo y se frotó las manos hasta que supo que los dioses estaban satisfechos. Dos veces los sirvientes intentaron interrumpirla con comidas o mensajes (poco le importaba qué), pero cuando vieron que estaba comulgando con los dioses se inclinaron y se marcharon en silencio.

No fue lavarse las manos lo que finalmente la dejó limpia. Fue el momento en que apartó de su corazón el último vestigio de inseguridad. El Congreso Estelar tenía el mandato del cielo. Ella tenía que purgarse de toda duda. Fuera lo que fuese lo que pretendían hacer con la Flota Lusitania, lo que cumplían era la voluntad de los dioses. Si de hecho ella estaba acatando la voluntad de los dioses, entonces le abrirían un camino para resolver el problema que le había sido planteado. Cada vez que pensara lo contrario, cada vez que las palabras de Demóstenes regresaran a su mente, tendría que anularlas recordando que debía obedecer a los gobernantes que tenían el mandato del cielo.

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