Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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‹Por supuesto que lo sabéis.›

‹Ni siquiera nos importa el porqué, como les sucede a esos humanos. Descubrimos cuanto, necesitamos saber para conseguir algo, pero ellos siempre quieren averiguar más de lo que necesitan saber. Después de poner algo en funcionamiento, aún desean saber por qué funciona y por qué funciona la causa de su funcionamiento.›

‹¿No somos nosotros así?›

‹Tal vez lo seréis cuando la descolado deje de afectoros.›

‹O tal vez seremos como vuestras obreras.›

‹Si lo sois, no os importará. Todas son muy felices. Lo inteligencia os hace desgraciados. Los obreros tienen hambre o no lo tienen. Experimentan dolor o no lo experimentan. Nunca sienten curiosidad, ni decepción, ni angustia, ni vergüenza. Y con respecto o esos sentimientos, los humanos hacen que vosotros y yo parezcamos obreras›

‹Creo que no nos conoces lo suficiente para comparar.›

‹Hemos estado dentro de vuestro cabeza y dentro de la de Ender, y también hemos estado dentro de nuestras propias cabezas durante mil generaciones. Esos humanos hacen que parezca que estamos dormidos. Incluso cuando ellos están dormidos, no lo están. Los animales terrestres hacen esa cosa dentro de su cerebro, una especie de loca eclosión de sinopsis, controlado descabelladamente. Mientras duermen. La parte de su cerebro que registra la visión, o el sonido, se dispara cada par de horas mientras duermen: incluso cuando todos las visiones y sonidos son completos tonterías aleatorios, sus cerebros siguen intentando descifrarlos para convertirlas en algo sensato. Intentan sacar historias de ello. Son tonterías aleatorias sin ninguna correlación posible con el mundo real, y sin embargo los convierten en locas historias. Luego las olvidan. Todo ese trabajo, elaborando historias, y cuando se despiertan los olvidan casi todos. Pero cuando los recuerdan, intentan formar historias sobre esas locuras, intentando encajarlos en sus vidas reales›

‹Conocemos sus sueños.›

‹Tal vez sin la descolado vosotros también soñaréis.›

‹¿Por qué íbamos a querer hacerlo? Como dices, es absurdo. Conexiones aleatorias de las sinopsis de las neuronos de sus cerebros.›

‹Están practicando. Lo hacen constantemente. Inventan historias. Hacen conexiones. Sacan un sentido a lo absurdo.›

‹¿De qué sirve, si no significa nada?›

‹Es así, sin más. Tienen un ansia que nosotros ignoramos por completo. El ansia de respuestas. El ansia de buscar sentidos. El ansia de historias.›

‹Nosotros tenemos historias.›

‹Recordáis hechos. Ellos los inventan. Cambian lo que significan las historias. Transforman las cosas para que el mismo recuerdo signifique mil cosas distintas. Incluso de sus sueños aleatorios obtienen a veces algo que lo ilumina todo. Ningún ser humano posee una mente como la vuestra. Ni como la nuestra. Nada tan poderoso. Y sus vidas son breves, y desaparecen rápidamente. Pero en un siglo suyo encuentran diez mil significados por cada uno que descubrimos nosotras.›

‹La mayoría son equivocados.›

‹Aunque la vasta mayoría de ellos sea un error, aunque el noventa y nueve por ciento sea estúpido y equivocado, de diez mil ideas siguen teniendo cien buenas. Es así como compensan su estupidez, la brevedad de su vida y el corto alcance de su memoria.›

‹Sueños y locura.›

‹Magia, misterio y filosofía.›

‹¿Cómo puedes decir que nunca pensáis en historias? Acabas de contarme una›

‹Lo sé.›

‹¿Ves? Los humanos no hacen nada que no podáis emular.›

‹¿Acaso no comprendes? He sacado esta historia de lo mente de Ender. Es suya. Y él recibió la simiente de alguien más, de algo que leyó, y lo combinó con sus ideas hasta que todo cobró sentido. Todo está ahí, en su cabeza. En cambio, nosotras somos como vosotros. Tenemos una visión clara del mundo. No tengo ningún problema para abrirme paso en tu mente. Todo está ordenado, y es sensato y claro. Vosotros estaríais igual de cómodos en mi mente. Lo que hay en tu cabeza es la realidad, más o menos, como mejor la entiendes. Pero en la mente de Ender hay locura. Miles de visiones contradictorios, imposibles, en competencia, que carecen de sentido porque no pueden encajar, pero que al final encojan, él las hace encajar, hoy de esta forma, mañana de esto otra, según le convenga. Como si pudiera crear en su cabeza una nueva máquina-idea para cada nuevo problema al que se enfrente. Como si concibiera un nuevo universo donde vivir, uno nuevo a cada hora, a menudo equivocado sin remisión. Acabo cometiendo errores y malos juicios, pero a veces acierta de forma tan perfecto que descubre cosas como un milagro, y yo miro a través de sus ojos y veo el mundo en su nueva forma y todo cambia. Locura, y luego iluminación. Nosotras sabíamos todo lo que había que saber antes de conocer a esos humanos, antes de construir nuestra conexión con la mente de Ender. Ahora hemos descubierto que hay tantos formas de conocer las mismos cosas que nunca las encontraremos todos.›

‹A menos que los humanos os enseñen.›

‹¿Ves? También somos carroñeros.›

‹Tú eres un carroñero. Nosotros somos suplicantes.›

‹Si fueran dignos de sus propias habilidades mentales…›

‹¿No lo son?›

‹Pretenden destruiros, recuerda. Hay muchas posibilidades en su mente, pero siguen siendo, después de todo, individualmente estúpidos y cortos de entendimiento, medio ciegos y medio locos. El noventa y nueve por ciento de sus historias siguen estando equivocadas y los conducen a terribles errores. A veces deseamos poder domarlos, como a las obreras. Lo intentamos con Ender, ya sabes. Pero fue en vano. No logramos convertirlo en una obrera.›

‹¿Por qué no?›

‹Demasiado estúpido. No puede prestar atención el tiempo suficiente. La mente humano carece de foco. Se aburren y se distraen. Tuvimos que construir un puente ante él, usando el ordenador con el que estaba más unido. Los ordenadores…, ésos sí pueden prestar atención. Y su memoria es limpio, ordenado, todo organizado y fácil de encontrar.›

‹Pero no sueñan.›

‹No hay en ellos locura. Lástima.›

Valentine se presentó en casa de Olhado por la mañana temprano. Él no iba al trabajo hasta la tarde, pues era capataz del turno de noche en la pequeña fábrica de ladrillos. Pero ya estaba despierto, probablemente porque lo estaba su familia. Los niños salían en tropel por la puerta. «Yo solía ver esto por televisión en los viejos tiempos —pensó Valentine—. La familia saliendo de casa por la mañana, todos a la vez, y el padre el último, con su maletín. A su modo, mis padres fueron igual. No importa lo extraños que fueran sus hijos. No importa que después de marcharnos al colegio por la mañana Peter y yo nos dedicáramos a escrutar las redes, intentando dominar el mundo sirviéndonos de seudónimos. No importa que Ender fuera apartado de la familia de pequeño y nunca volviera a ver a ningún miembro, ni siquiera en su única visita a la Tierra, excepto a mí. Creo que mis padres seguían imaginando que lo hacían bien, porque ejecutaban un ritual que habían visto en televisión. Y aquí está de nuevo. Los niños saliendo por la puerta. Ese chiquillo debe de ser Nimbo, el que estaba con Grego en la confrontación con la muchedumbre. Pero aquí está, sólo un niño anónimo. Nadie sospecharía que intervino en esa terrible noche tan reciente.»

La madre dio un beso a cada uno de sus hijos. Era todavía una mujer joven y hermosa, a pesar de haber tenido tantos niños. Tan corriente, tan normal, y sin embargo era una mujer notable, pues se había casado con Olhado, ¿no? Había visto más allá de la deformidad. Y el padre, sin marcharse todavía al trabajo, podía quedarse allí, observándolos, acariciándolos, besándolos, diciéndolesunas cuantas palabras. Tranquilo, listo, amoroso…, el padre típico. «Entonces, ¿qué es lo que no encaja en esta escena? El padre es Olhado. No tiene ojos. Sólo los orbes de metal plateado, recalcados con dos aberturas para lentes en un ojo, y el periférico de entrada/salida del ordenador en el otro. Los niños parecen no advertirlo. Yo todavía no estoy acostumbrada.»

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