Isaac Asimov - Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas.
El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805).
La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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— Sí, claro que lo comprendo.

— Entonces, ¿por qué no invertimos los términos? Nosotros no podemos continuar sin ellos, Por lo tanto, ¿qué importa si detenemos la Bomba o no? Que la detengan los parahombres.

—¡Ah! pero, ¿lo harán?

— Han dicho M-I-O-D-O. Y esto significa que están asustados. Chen dijo que nos temen; temen que detengamos la Bomba, pero esto no lo creo ni por un momento. Están asustados. Me quedé mudo cuando Chen hizo esta sugerencia. El pensó que me había convencido. Estaba muy equivocado. En aquel momento yo pensaba que debíamos hacer que los parahombres la detuvieran. Y vamos a intentarlo, Mike. Lo abandonaré todo, menos a usted. Usted es la esperanza del mundo. Póngase en contacto con ellos, como pueda.

Bronovski se rió y en su risa se rellenaba una alegría casi infantil.

— Pete — dijo—, es usted un genio.

—¡Ah! Ya lo ha notado.

— No, lo digo en serio. Adivina lo que voy a decir antes de que lo diga. He estado enviando mensaje tras mensaje, usando sus símbolos de manera que suponía podría significar la Bomba, usando también nuestra palabra. Y he hecho lo posible para reunir toda la información que he estado recogiendo durante muchos meses para usar sus símbolos de un modo que signifique desaprobación, usando también esta vez la palabra inglesa. No tenía idea si lo captaban o no, y como no recibía ninguna contestación, apenas me quedaban esperanzas.

— No me había dicho que era eso lo que intentaba hacer

— Bueno, esta parte del problema es asunto mío. Usted dedica su precioso tiempo a explicarme la parateoría.

—¿Y qué ha sucedido?

— Ayer mandé exactamente dos palabras en nuestro idioma Escribí: B-O-M-B-A M-A-L-A.

—¿Y bien?

— Por fin, esta mañana he recibido la respuesta, y es muy sencilla v directa, también. Dice— S-I B-O-M-B-A M-A-L-A M-A-L-A M-A-L-A. Mire, aquí está.

La mano de Lamont temblaba al sostener la chapa.

— Es imposible interpretarlo mal, ¿verdad? Es la confirmación, ¿no cree?

— Eso me parece. ¿A quién se lo enseñará?

— A nadie — dijo Lamont con decisión—. No quiero discutir más. Me dirán que he falsificado el mensaje y que no tiene ningún valor. Que los parahombres detengan la Bomba. De este modo, también se detendrá en nuestro lado, y nada de lo que hagamos unilateralmente podrá ponerla de nuevo en marcha. Entonces, toda la Estación proclamará que yo tenía razón v que la Bomba era peligrosa.

—¿Por qué cree que lo harán?

— Porque éste será el único modo de evitar que la muchedumbre venga a lincharles, para exigir la Bomba, y enfurecerse al no conseguirla…, ¿Usted no lo ve así?

— Quizá. Pero me preocupa una cosa.

—¿Qué es?

— Si los parahombres están tan convencidos de que la Bomba es peligrosa, ¿por qué no la han detenido ya? Hace poco rato que he ido a cerciorarme y la Bomba está funcionando a toda marcha.

Lamont frunció el ceño.

— Tal vez no desean un paro unilateral. Nos consideran sus socios y quieren un acuerdo mutuo para detenerla. ¿No cree que podría ser eso?

— Podría ser. Pero quizá la comunicación es muy imperfecta, quizá aún no comprenden del todo el significado de la palabra M-A-L-A. Por cuanto les he dicho a través de sus símbolos, que posiblemente he deformado de manera escandalosa, pueden pensar que M-A-L-A significa lo que nosotros consideramos B-U-E-N-A.

—¡Oh, no!

— En fin, esperemos que no, aunque las esperanzas no siempre se realizan.

— Mike, continúe mandando mensajes. Use todas las palabras que ellos usan y siga atento a los cambios. Usted es el experto y lo dejo en sus manos. Dentro de poco conocerán las palabras suficientes para decir algo claro e inconfundible, y entonces les explicaremos que estamos de acuerdo en detener la Bomba.

— No tenemos autoridad para hacer esta declaración.

— Cierto, pero ellos no lo sabrán y, al final, seremos los héroes de la humanidad.

—¿Incluso aunque antes nos ejecuten?

— Incluso así… Está en sus manos, Mike, y estoy seguro de que ya falta poco.

10

Pero no fue así. Pasaron dos semanas sin ningún otro mensaje y la tensión empeoró. Bronovski la manifestaba con intensidad. Su momentáneo optimismo se disipó y entró en el laboratorio de Lamont sombríamente silencioso. Se miraron y, por fin, Bronovski dijo:

— Está corriendo el rumor de que usted ha caído en desgracia.

Lamont no se había afeitado aquella mañana. Su laboratorio ofrecía un aspecto triste, con un vago aire de abandono. Se encogió de hombros.

—¿Y qué? No me importa. Lo que sí me importa es que la Physical Reviews ha rechazado mi artículo.

— Usted dijo que ya lo esperaba.

— Sí, pero creía que me darían alguna razón, que me indicarían lo que consideraban fallos, errores, suposiciones infundadas. Algo que yo pudiera refutar.

—¿Y no lo han hecho?

— Ni una palabra. Sus editores consideraron que el artículo no era apto para la publicación. Se niegan a divulgarlo. Esta estupidez universal es realmente decepcionante. Creo que no me afligirla el suicidio colectivo de la humanidad por pura malevolencia de corazón, o por mera inconsciencia. Hay algo odiosamente mezquino en este marchar hacia la destrucción por simple obstinada estupidez. De qué sirve ser hombres si así es como tienen que morir.

— Estupidez — murmuró Bronovski.

—¿Cómo calificarlo, si no? Y quieren que demuestre por qué no debo ser despedido por el gran crimen de tener razón.

— Parece que todo el mundo sabe que fue a consultar a Chen.

—¡Sí! —Lamont se apretó la nariz con los dedos y se restregó cansadamente los ojos—. Por lo visto le incomodé lo bastante como para que fuera con el cuento a Hallam, y ahora me acusan de intentar sabotear el proyecto de la Bomba con tácticas de terror, injustificadas e inadmisibles, y de que mi actitud poco profesional me convierte en indeseable como empleado de la Estación.

— Esto pueden probarlo fácilmente, Pete.

— Supongo que sí. No importa.

—¿Qué va a hacer usted?

— Nada — repuso Lamont con indignación—. Que hagan lo que quieran. Yo confiaré en la burocracia. Cada uno de los pasos de este asunto durará semanas, meses, y entretanto, usted seguirá trabajando. Aún tendremos noticias de los parahombres.

Bronovski parecía afligido.

— Pete, suponga que no volvamos a tener ninguna. Tal vez aún esté a tiempo de rectificar.

Lamont le miró con rapidez.

—¿De qué está hablando?

— Dígales que estaba equivocado. Arrepiéntase. Golpéese el pecho. Renuncie.

— Jamás. Por Dios, Mike, es cuestión de la supervivencia del mundo y de todos sus habitantes.

— Ya sé, pero, ¿qué le importa a usted? No está casado. No tiene hijos. Sé que su padre ha muerto. Nunca ha mencionado a su madre o a otros parientes. Dudo de que haya un solo ser humano en la Tierra a quien usted esté ligado emocionalmente como individuo. Preocúpese de usted mismo y al diablo con todo.

—¿Y usted?

— Yo haré lo mismo. Estoy divorciado y no tengo hijos. Soy amigo íntimo de una joven, y estas relaciones continuarán mientras sea posible. ¡Viva! ¡Disfrute!

—¿Y mañana?

— Olvidémoslo. La muerte, cuando llegue, será rápida.

— No puedo vivir con esta filosofía… Mike, ¡Mike! ¿Qué significa todo esto? ¿Está intentando decirme que no podremos comunicarnos? ¿Renuncia a tratar con los parahombres?

Bronovski desvió la mirada. Dijo:

— Pete, anoche recibí una contestación y decidí esperar a hoy, para pensarlo. Pero, ¿por qué pensar…? Aquí está.

Los ojos de Lamont eran dos signos de interrogación. Cogió la chapa y la miró. No había puntuación

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