— Pero esto es sólo imaginación, naturalmente.
—¿Lo es? Hay cientos de quasares en el universo; cuerpos que, pese a parecer diminutos, tienen el tamaño de varios sistemas solares, pero que brillan con la luz de cien galaxias de tamaño normal.
— Usted está insinuando que los quasares son lo que queda de los planetas que usaban la Bomba.
— En efecto, esto es lo que insinúo. Hace un siglo y medio que fueron descubiertos, y los astrónomos siguen sin saber de dónde proceden sus fuentes de energía. Nada en el universo lo sugiere, nada en absoluto. ¿No podría ser, pues…?
—¿Y qué me dice del parauniverso? ¿También está lleno de quasares?
— No lo creo. Allí, las condiciones son diferentes. Según la parateoría, es casi seguro que allí la fusión tiene lugar con mucha mayor rapidez, de modo que el tamaño de las estrellas normales debe ser considerablemente menor que el de las nuestras. Necesitan una provisión mucho menor de hidrógeno que nuestro sol para producir energía. Una cantidad tan abundante como la de nuestro sol explotaría de manera espontánea. Si nuestras leves penetran en el parauniverso. el hidrógeno se funde con más dificultad; las paraestrellas empiezan a enfriarse.
— Pues esto es una ventaja — dijo Chen—. Pueden utilizar la Bomba para proveerse de la energía necesaria. Según sus especulaciones, su situación es buena.
— No del todo — replicó Lamont, que hasta ahora no había hecho un análisis completo de la parasituación—. Si nuestro universo explota, la Bomba se detiene. No pueden mantenerla sin nosotros. lo cual significa que se enfrentarán a una estrella en proceso de enfriamiento, sin la energía de la Bomba. Su situación puede ser peor que la nuestra; nosotros desapareceríamos en un instante, sin dolor, mientras que su agonía sería prolongada.
— Posee usted mucha imaginación, profesor — dijo Chen—. pero Yo no puedo participar plenamente de ella. No veo ninguna posibilidad de que renunciemos a la Bomba basándonos únicamente en su imaginación. ¿Sabe qué significa la Bomba para la humanidad? No es sólo energía gratis, limpia v abundante. Miremos más allá Significa que la humanidad va no ha de trabajar para ganarse la vida: que por primera vez en la historia, la humanidad puede dedicar sus cerebros colectivos al problema más importante de desarrollar su verdadero potencial.
— Por ejemplo, los adelantos médicos de los últimos dos siglos y medio no han logrado prolongar la vida del hombre mucho más allá de los cien años. Los gerontólogos nos repiten una y otra vez que, en teoría, no hay nada que excluya la inmortalidad humana, pero a pesar de ello no se ha dedicado la suficiente atención al problema.
Lamont exclamó con irritación
—¡Inmortalidad! Habla usted de sueños imposibles.
— Tal vez sea usted una autoridad en sueños imposibles, profesor — contestó Chen—, pero yo me propongo lograr que se empiece a investigar la inmortalidad, y no podrá empezarse si se detiene la Bomba. Entonces volveríamos a la energía cara, escasa, contaminante. Los dos mil millones de habitantes de la Tierra tendrían que volver a trabajar para vivir y el sueño imposible de la inmortalidad seguiría siendo un sueño imposible.
— Lo seguirá siendo de todos modos. Nadie va a ser inmortal. Nadie va a vivir ni siquiera los años de una existencia normal.
—¡Ah! esto es sólo una teoría suya.
Lamont sopesó las posibilidades y decidió arriesgar el todo por el todo.
— Señor Chen, hace un rato le dije que no estaba dispuesto a exponer mis conocimientos sobre el estado de ánimo de los parahombres. Pues bien, voy a intentarlo. Hemos estado recibiendo mensajes.
— Sí, pero, ¿saben interpretarlos?
— Hemos recibido una palabra en inglés.
Chen frunció ligeramente el ceño. De pronto, metió las manos en los bolsillos, estiró ante sí sus cortas piernas y se apoyó en el respaldo de la silla.
—¿Y qué palabra inglesa han recibido?
—¡Miedo! — Lamont no consideró necesario mencionar la falta ortográfica.
— Miedo — repitió Chen—; ¿y qué cree usted que significa?
—¿No está claro que tienen miedo del fenómeno de la Bomba?
— En absoluto. Si tuvieran miedo, la detendrían. Yo creo que en realidad tienen miedo, pero miedo de que nosotros la detengamos. Ellos han captado su intención, y si nosotros la detenemos, como usted desea, ellos tendrán que hacer lo mismo. Ha sido usted quien ha dicho que no pueden continuar sin nosotros; es una cuestión de reciprocidad. No me extraña que tengan miedo.
Lamont guardó silencio.
— Ya veo — comentó Chen— que usted no había pensado en eso. Muy bien, nos dedicaremos a la inmortalidad. Creo que será una causa mucho más popular.
—¡Oh! causas populares — murmuró Lamont con lentitud—. No sabía lo que usted consideraba importante. ¿Qué edad tiene, señor Chen?
Chen pestañeó rápidamente durante unos segundos y después dio media vuelta. Salió de la habitación a grandes zancadas, con los puños cerrados.
Al cabo de un rato, Lamont dio un repaso a su biografía. Chen tenia sesenta años y su padre había muerto a los sesenta y dos. Pero no importaba.
— A juzgar por su aspecto no se diría que ha tenido éxito — observó Bronovski.
Lamont estaba sentado en su laboratorio, mirando las puntas de sus zapatos y pensando con expresión ausente, que parecían muy gastadas. Meneó la cabeza.
— No.
—¿Incluso el gran Chen le ha fallado?
— No quiere hacer nada. También él exige pruebas. Todos necesitan pruebas, pero rehúsan cuantos ofrecimientos se les hacen. Lo que realmente quieren es su maldita Bomba, o su reputación, o su hueco en la historia. Chen quiere la inmortalidad.
—¿Y usted qué quiere, Pete? — preguntó Bronovski con suavidad.
— Que la humanidad esté a salvo — repuso Lamont, mientras contemplaba los ojos interrogantes de su amigo—. ¿No me cree?
— Claro que le creo. Pero, ¿qué quiere realmente?
— Muy bien, muy bien, se lo diré —exclamó Lamont, dando un fuerte golpe sobre la mesa— Quiero tener razón, y va la tengo, porque estoy en lo cierto.
—¿Está seguro?
—¡Sí, estoy seguro! Y no hay nada que me preocupe. porque tengo intención de salir con la mía. Mire, cuando dejé a Chen, estuve a punto de despreciarme a mí mismo.
— Usted?
— Sí, yo. ¿Por qué no? No cesaba de pensar: en cada esquina, Hallam me detiene. Mientras él rehúse ayudarme, todos tendrán una excusa para no creer en mis planteos. Mientras Hallam se yerga como una roca frente a mí, sin duda, fracasaré. ¿Por qué, entonces, no traté de ganármelo; por qué demonios no le adulé, por qué no le engañé para que me respaldara en lugar de aguijonearle para que luchara contra mí?
—¿Cree que hubiera podido hacerlo?
— No, jamás. Pero en mi desesperación pensé… bueno, muchas cosas. Que podría irme a la Luna, tal vez. Naturalmente, cuando empecé a granjearme su antipatía aún no había surgido esta situación de peligro para la Tierra, pero me esforcé en empeorar las cosas cuando hubo surgido. Claro que, como usted insinúa, nada hubiese logrado hacerle renunciar a la Bomba.
— Ahora no parece despreciarse a sí mismo.
— No. Porque mi conversación con Chen me sirvió de algo. Me demostró que estaba perdiendo el tiempo.
— Así parece.
— Pero puedo recuperarlo. No es en la Tierra donde se halla la solución. Le dije á Chen que nuestro sol podía explotar, pero que no así el parasol, aunque esto no salvaría a los parahombres, porque cuando nuestro sol explote y nuestra Bomba se detenga, la suya también se detendrá. No pueden continuar sin nosotros, ¿comprende?
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