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Bob Shaw: Las astronaves de madera

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Las astronaves de madera» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 84-7002-407-8, издательство: Acervo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Las astronaves de madera

Las astronaves de madera: краткое содержание, описание и аннотация

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Han pasado veinticinco años desde que los habitantes de Land se vieron obligados a trasladarse a Overland, el planeta hermano que comparte su atmósfera, donde ahora están establecidos en pequeñas comunidades distanciadas entre sí. Contra todo pronóstico, los que se quedaron en Land han conseguido la inmunidad contra la pterthacosis, la enfermedad que forzó la emigración. Su ambicioso soberano reclama derechos sobre Overland, iniciando una guerra que amenaza la vida de los emigrantes. Toller Maraquine, el protagonista de la primera parte, es llamado para organizar una defensa desesperada al frente de una flota de satélites y aeronaves hechos de madera.

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Toller vio que los farlandeses, que suponía de camino a sus trabajos, contemplaban el vehículo que pasaba con interés, emitiendo destellos de color ámbar y blanco por sus ojos hundidos.

—¿Te han reconocido?

—Es posible, pero la curiosidad de sus mentes obtusas debe de estar provocada por el vehículo; los transportes motorizados son todavía bastante escasos. En cierto modo soy una privilegiada.

—¿Está bien organizado y equipado su ejército?

—Los farlandeses no tienen un ejército tal como tú lo entiendes, Toller Maraquine. Hace cien años que existe un sólo estado en todo el planeta, y gracias a los simbonitas los conflictos mortíferos han dejado de producirse, pero existe un gran cuerpo de ciudadanos que podríamos denominar Fuerza Pública. Realizan cualquier tarea que se les asigne: control de inundaciones, limpieza de bosques, construcción de carreteras…

—¿Así que no hay luchadores entrenados?

—Lo que les falta de talento individual lo compensan con su número. Y repito que son muy fuertes a pesar de su escasa estatura.

Zavotle resurgió de la contemplación de sus problemas internos y comentó:

—No son como nosotros, y sin embargo… ¿Cómo decirlo…? Tienen más puntos de similitud que diferencias.

—Nuestro sol se encuentra cerca del centro de una galaxia, donde las estrellas están muy próximas entre sí. Es posible que todos los planetas habitables de esta parte del espacio fuesen sembrados con la vida hace eones. Un viajero interestelar podría encontrar humanos o parientes suyos en muchos planetas.

—¿Qué es una galaxia? —preguntó Zavotle, iniciando una larga sesión de preguntas y respuestas en la que Toller, Wraker y Berise participaron, admirados por los conocimientos que Sondeweere había adquirido de los simbonitas y de sus propios poderes de deducción, aumentados más de lo que podían comprender los hombres y mujeres normales.

A Toller la revelación de que cada uno de los cientos de remolinos brumosos visibles en el cielo nocturno era una conglomeración de quizá cien mil millones de soles, le produjo una mezcla de deleite intelectual e intensa pesadumbre. Se sentía estimulado por el panorama de la nueva visión y deprimido por otros dos factores: su incapacidad personal para enfrentarse a la magnitud del cosmos, y su pesar porque Lain, su hermano muerto hacía tiempo, no hubiera podido disfrutar de aquel banquete intelectual.

A medida que el vehículo transportador continuaba su marcha —acompañado de silbidos y resoplidos— a través de una serie de pueblos, Toller fue dándose cuenta de que Bartan Drumme era el único miembro del grupo que se había excluido a sí mismo de la interesante comunicación con Sondeweere. Parecía malhumorado y apático, indiferente al continuo goteo que caía sobre él desde un agujero de la capota; y aunque bebía muy poco, guardaba con cuidado un odre de coñac que había sacado de la aeronave. Toller se preguntó si estaría preocupado ante la perspectiva de acudir a una batalla, o si empezaba a comprender que la mujer con la que estaba casado y el ser ominisciente y sorprendentemente dotado que encontró en Farland eran dos personas diferentes, y que la futura relación entre ellos nunca podría ser como en el pasado.

—…no es como la combustión del fuel, o como en un horno —estaba diciendo Sondeweere—. Los átomos del gas más ligero presente dentro del sol se combinan para formar un gas más pesado. El proceso produce gran cantidad de energía y eso es lo que hace que el sol emita luz. Siento no poder daros una explicación más clara en este momento; haría falta mucho tiempo para exponer los principios y los conceptos.

—¿No podrías explicarlo con la voz silenciosa? —preguntó Toller—. Como hacías cuando estábamos aún en el vacío.

Sondeweere se volvió para mirarlo.

—Eso ayudaría, indudablemente, pero no me atrevo a entrar en comunicaciones telepáticas. Ya os dije que los simbonitas saben de mí en todo momento, y cuanto más cerca esté de la astronave más podré atraer su atención, porque éste es el único lugar de todo el planeta que tengo prohibido. En cuanto capten el menor rastro de actividad telepática, su interés por mis movimientos se traducirá de inmediato en acción directa; y eso es algo que sucederá pronto.

—Deberían haber destruido la nave luego de traerte —comentó Berise, aún con acritud en su voz.

Sondeweere dedicó a Berise una sonrisa con la que tal vez trataba de indicarle que su preocupaciones estaban muy lejos de las rivalidades personales.

—Quizá, pero no tienen ningún medio de saber cuántas esporas simbonas quedan en Overland, dispuestas a crear más simbonitas humanos. Además, la nave fue construida con un considerable sacrificio de su parte.

—Puede que los sacrificios no sean sólo de una parte.

—Lo sé —dijo simplemente Sondeweere—. Os lo dije al principio.

Capítulo 18

El vehículo de transporte realizó un brusco giro a la izquierda y, en pocos minutos, su movimiento relativamente suave se transformó en una marcha tambaleante que produjo una serie de crujidos en el chasis. Toller se incorporó y miró hacia delante, más allá de la figura blanca de Sondeweere, y vio que habían abandonado la carretera y avanzaban a través de un prado abierto. El horizonte visto a través del vidrio salpicado de gotas era casi plano, y el terreno carecía de rasgos distintivos, exceptuando unos cuantos árboles chatos y cónicos.

—¿A qué distancia estamos ahora? —preguntó.

—No lejos, a unos veinte kilómetros —dijo Sondeweere—. Será incómodo para vosotros, pero a partir de aquí debemos ir a la máxima velocidad posible. Hasta ahora los simbonitas no tenían una verdadera razón de alarma, porque la carretera conduce a muchos destinos; pero por aquí sólo…

Se calló, su respiración se hizo jadeante y sus manos se apartaron del timón durante un momento, haciendo que el vehículo se desplazara a un lado. Los que estaban detrás de Toller se alertaron y buscaron sus armas.

—¿Ocurre algo? —preguntó él, casi seguro ya de lo que ocurría.

—Nos han descubierto. La alarma ha funcionado antes de lo que esperaba —dijo Sondeweere.

Su voz no reveló ansiedad alguna, pero alzó una palanca y el sonido del motor creció. Las protestas del chasis aumentaron a medida que el vehículo ganaba velocidad. Toller sintió que su antigua, y hasta entonces debilitada excitación, aumentaba.

—¿Tienen fortificaciones? ¿Armas? ¿Puedes adelantarnos algo de lo que nos espera?

—Muy poco, me temo. La inteligencia de estos seres es difícil de prever.

Sondeweere siguió hablando para informarles de que, por lo que ella sabía, la nave simbonita estaba guardada en el antiguo cráter de un meteorito, que servía como refugio natural. Creía que existía otra protección alrededor del borde del cráter. Habría guardianes armados, cuyo número no conocía, y sus armas debían de ser espadas y quizá lanzas.

—¿No tienen arcos y flechas?

—La complexión física de los nativos no les permite usar diestramente el arco o cualquier otro tipo de arma arrojadiza.

—¿Y armas de fuego?

—En este planeta no hay árboles de brakka, y los conocimientos de química de los farlandeses no están lo bastante avanzados para que hayan podido inventar explosivos artificiales.

—Eso parece bastante esperanzador —dijo Wraker, dándole un codazo a Toller—. Las defensas no están proporcionadas a las circunstancias.

—En una situación normal no habría necesidad de defender la nave, excepto de algún incordiante animal salvaje —dijo Sondeweere—. No hubiera servido de nada que yo intentara llegar aquí sola, y ninguna persona podría haber previsto, mediante el empleo de la lógica, la llegada de una nave de Overland antes de que pasaran cuatro o cinco siglos —sonrió, y su voz adquirió un tono cálido—. Según el punto de vista racional que tienen los simbonitas del universo, las personas como vosotros no existen.

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