—¿Pueden preparar unas instalaciones para la operación? —preguntó por fin De Vries. Incapaz de ver las pantallas, no se daba cuenta de que todos los que estaban en la sala de control estaban paralizados por la escena de una Tierra moribunda. Su pregunta era urgente, pero nadie la contestó. Desde el principio del día, todo el mundo de De Vries se había convertido en un sueño, como si todo hubiera sucedido, antes de terminar.
—¿Pueden prepararlas? —repitió.
Ferranti tiritó.
—Si quisiéramos podríamos construir un sistema temporal para hacer el trabajo, pero nos llevaría al menos cinco años. Estaríamos improvisando todo el tiempo, reuniendo material para hacer equipos.
Volvió a mirar a Salter Wherry, y perdió interés en seguir hablando con De Vries. La respiración de Wherry era más espaciada, y temblaba. Parecía estar inconsciente.
—Vamos —le dijo a su ayudante—. No quería moverle, pero no tenemos otra alternativa. Tenemos que llevarle al centro médico. Inmediatamente, o le perderemos.
Con la ayuda de Wolfgang levantaron a Wherry y le colocaron sobre la camilla. Aún llevaba puesta la mascarilla. Abrió los ojos. Las pupilas estaban dilatadas, cargadas de un blanco amarillento. Los ojos estaban hundidos en las cuencas, ensombrecidos. Wolfgang miró en ellos y vio la muerte rondando.
Empezó a incorporarse, pero de alguna manera la frágil mano de Wherry encontró fuerzas para asirse a su manga.
—¿Es usted del Instituto? —las palabras eran débiles y confusas.
—Sí. —Fue una sorpresa descubrir que Wherry aún podía hablar.
—Venga conmigo.
La débil voz aún podía ordenar.
Wolfgang asintió y sintió dudas cuando Ferranti empezó a llevarse a Wherry. Charlene volvía a hablar con De Vries, preguntándole lo que él mismo había querido preguntarle.
—Jan —estaba diciendo—. Hemos intentado contactar con Niles. ¿Dónde está?
—Aquí. En esta nave. —De Vries se llevó las manos a los ojos—. Está inconsciente. No quise que viniera. Quería que esperara, que recuperara fuerzas, que la operaran y luego nos siguiera. Ella insistió en venir. Y tenía razón. Pero en la Tierra la podrían haber ayudado. Ahora…
Wolfgang trató de encontrar sentido a las palabras de De Vries. Pero la frágil mano le agarró otra vez por el brazo, y el hilo de voz le habló de nuevo.
—Venga. Ahora. Tenemos que hablar ahora.
Wolfgang dudó un instante. Luego, reticente, siguió a la camilla.
Salter Wherry giró la cabeza hacia él y su seca lengua se movió sobre sus pálidos labios.
—Quédese cerca.
—No hable —dijo Ferranti.
Wherry la ignoró.
—Tengo que darle un mensaje. Tengo que decirle a Niles lo que hay que hacer. ¿Me escucha?
—Le escucho —asintió Wolfgang—. Adelante, me aseguraré de que reciba el mensaje.
—Dígale que sé que vio a través de la narcolepsia. Lo sabía… era demasiado simple para ella. Quiero que sepa la razón… la razón real… de por qué quería que estuviera aquí.
Hubo una larga pausa. Wherry cerró los ojos. Wolfgang pensó que se había desmayado, pero cuándo la voz del viejo volvió a sonar lo hizo aún más fuerte y coherentemente.
—Tenía mis propias razones personales… y ella tenía las suyas propias para venir aquí. No sé cuáles eran; quiero que sepa las mías. Y quiero que las cumpla. Esperaba que no nos destruyéramos ahí abajo, pero tenía que prepararme para lo peor. Justo a tiempo, ¿eh? —Hubo un gruñido sibilante que Wolfgang identificó como una risa—. La historia de mi vida. Justo a tiempo. Un día más y habría sido demasiado tarde.
Movió débilmente el brazo mientras Ferranti lo cogía para ponerle una inyección.
—Nada de sedantes. Me duele el pecho… pero puedo soportarlo. Usted, joven —los ojos se revolvieron hacia Wolfgang—. Acérquese. No puedo hablar mucho más. Tengo que contarle mi sueño para que se lo cuente a Niles y lo haga suyo.
Wolfgang se inclinó sobre el cuerpo postrado. Hubo una larga pausa.
—Génesis. ¿Recuerda el Génesis? —La voz de Wherry se desvanecía—. Hay que hacer lo que dice el Génesis. «Creced y multiplicaos.» Creced y multiplicaos.
Wolfgang miró rápidamente a Ferranti.
—Está delirando.
—No deliro —hubo un débil retintín de irritación en la débil voz—. Escuche. Construí las arcologías para ir muy lejos… para fecundar el universo. Creced y multiplicaos. ¿Ve? Autosuficientes, que duraran mil años… diez mil. Pero no pude hacerlo. Somos demasiado débiles. Luchamos, cambiamos de mentalidad, cambiamos de sociedad, matamos a los líderes, derribamos los sistemas. Malditos locos. Nunca podrán durar mil años, ni siquiera cien.
Habían llegado al Centro Médico, y trasladaron a Wherry a una mesa preparada para hacer una operación de emergencia. Se le introdujo una aguja en el brazo izquierdo mientras una batería de luces brillantes les rodeaba.
Wherry dobló la cabeza con un último esfuerzo para mirar a Wolfgang.
—Dígaselo a Niles. Quiero que desarrolle la animación suspendida. Por eso necesito el Instituto en esta Estación. —Le habían quitado la máscara y en la cara torturada apareció el remedo de una sonrisa—. Una vez pensé que sería el primero. Vería las estrellas. Lástima que no sea así. Pero dígaselo. Dígaselo. El frío sueño… el fin de todo… el sueño.
Ferranti se acercó a Wolfgang.
—Está bajo los efectos de la anestesia —dijo—. Queremos que salga de aquí. Vamos a operar ahora mismo.
—¿Podrá salvarle?
—No lo creo. Es el tercer ataque que sufre. —Se mordió el labio. Por primera vez, Wolfgang advirtió sus ojos grandes y luminosos y el triste rictus de su boca—. La última vez fue un remiendo, pero esperábamos que durara más. No tiene más de una probabilidad entre diez. Menos, si no empezamos inmediatamente.
Wolfgang asintió.
—Buena suerte.
Regresó a la sala de control. Hans estaba solo, contemplando las pantallas. Parecía en trance, pero se levantó al oír la voz de Wolfgang.
—El sistema de defensa de misiles ha sido desconectado. Ahí abajo estaban demasiado ocupados consigo mismos para perder el tiempo con nosotros. Vuestras naves empezarán a atracar de un momento a otro.
—¿Cuál es la situación… —Wolfgang hizo un gesto con la cabeza hacia la pantalla principal, donde se veía la cara devastada de la Tierra.
—Horrible. No llega ninguna señal de radio o de televisión, o se pierden con la estática si lo están intentando. Hace unos pocos minutos hicimos una estimación de la energía liberada. Treinta mil megatones. —Hans suspiró—. Cuatro toneladas de TNT por cada habitante del planeta. Ahora es de noche en toda la Tierra. La luz del sol no puede penetrar las capas de nubes.
—¿Cuántas bajas?
—¿Dos mil millones, tres mil? —Hans sacudió la cabeza—. Aún no ha terminado. Los cambios climatológicos harán el resto.
—¿Todo el mundo? ¿Todos los habitantes de la Tierra?
Hans no contestó. Permaneció sentado ante la consola, encogido, mirando la pantalla. La cara del planeta entero era una llaga oscura. Unos segundos después, Wolfgang regresó a su recámara. Hans y los otros tenían razón. Las naves empezarían a atracar muy pronto, pero antes era necesario estar a solas con el dolor.
Charlene le esperaba en la habitación a oscuras. Él la abrazó . Durante varios minutos permanecieron sentados en silencio. Las cosas habían sucedido tan rápidamente en las últimas horas que no habían tenido tiempo de captar lo que pasaba, y sólo ahora comenzaban a comprender su horrible significado. Para Charlene, en particular, que llevaba me nos de veinticuatro horas fuera de la Tierra y del Instituto Neurológico, todo parecía irreal. Pronto el hechizo se rompería y regresaría al mundo familiar y cómodo de los experimentos, los informes y las reuniones semanales del personal.
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