Charles Sheffield - Entre los latidos de la noche

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Entre los latidos de la noche: краткое содержание, описание и аннотация

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2010 D.C.
Sólo unos pocos seres humanos que habitan en las primitivas colonias en órbita en torno a la Tierra logran escapar a la hecatombe Nuclear. Deben iniciar el éxodo en busca de nuevos mundos lejos de la Tierra destruida.
27.698 D.C.
A estos mundos llegan los inmortales, seres con extraños lazos con la vieja tierra, que parecen vivir eternamente, que pueden recorres años luz en sólo unos días, y que utilizan sus extraños poderes apara controlar la existencia de los simples mortales. En el planeta Pentecostes, un pequeño grupo se prepara para encontrar a los Inmortales y enfrentarse a ellos. Pero en la búsqueda deberán transformase ellos mismos en inmortales y descubrirán una nueva amenaza que se cierne no sólo sobre ellos mismos sino sobre toda la galaxia.

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¿Y qué significaba eso? ¿Quiénes eran los Inmortales? Nadie podía decirlo. Nadie, que Peron supiera, había visto nunca a uno. Eran las figuras misteriosas, los que vivían para siempre, los que regresaban cada generación para traer el conocimiento de las estrellas. Las estrellas que podían alcanzar en unos pocos días, según se creía… en conflicto con todo lo que los científicos de Pentecostés creían sobre las leyes del Universo.

Pero aún estaba reflexionando sobre esto cuando el rugido de la multitud, separada de los contendientes por una barricada y por guardias armados, le hizo recobrar la atención. El primer ganador, en el puesto vigésimo quinto, acababa de ser anunciado. Era una muchacha, Rosanne. Peron la recordaba de la Larga Marcha por el Desierto de Talimantor, cuando los dos habían formado una alianza temporal para buscar agua subterránea. Era una muchacha alegre e incansable que acababa de rebasar la edad mínima permitida para participar, los dieciséis años, y que se apretaba el pecho con la mano, pretendiendo tambalearse y desvanecerse de alivio porque acababa de clasificarse por los pelos.

Todos los demás contendientes miraron a la pantalla con una nueva intensidad. El método para anunciar a los vencedores era una costumbre bien establecida, pero no había ni un solo participante que no deseara que se hiciera de forma diferente. Desde el punto de vista de la multitud, era muy agradable anunciar a los vencedores en orden ascendente, para que el nombre del vencedor definitivo se diera el último. Pero durante las competiciones, todos los participantes se formaban una idea aproximada de sus posibilidades comparándose directamente con sus oponentes. Era fácil equivocarse por cinco puestos, pero eran poco probables los errores mayores. Pero, a medida que los nombres eran anunciados gradualmente y se adjudicaban la vigésimo cuarta, la vigésimo tercera y la vigésimo segunda posición, la mayor parte de los contendientes empezaron a sentir incertidumbre creciente, pánico o sumisión. ¿Era posible que se hubieran colocado tan alto? ¿O es que ya estaban eliminados, como parecía lo más probable?

Los anuncios continuaron lentamente. La vigésima posición. La decimo-séptima. La decimocuarta.

Por fin se alcanzó el número diez: Wilmer. Un muchacho alto y delgado cuya cabeza estaba completamente desprovista de pelo. O bien se afeitaba a diario o era prematuramente calvo. Siempre tenía hambre y siempre estaba despierto. Los demás habían bromeado al respecto: Wilmer hacía trampa, rehusaba irse a dormir hasta que todos los demás lo hubieran hecho. Entonces dormía más rápido que los demás, lo que no era justo. Wilmer se lo tomaba bien. Podía permitírselo. Al necesitar menos horas de sueño que los demás, podía pasar más tiempo preparándose para la prueba siguiente.

Ahora estaba tumbado sobre las piedras, con los ojos cerrados. Siempre había dicho que cuando terminara esta etapa de las pruebas, dormiría diez días de un tirón.

La lista avanzó hasta la quinta posición. Era Sy. El joven moreno parecía tan impasible como siempre, sin ningún gesto visible de placer o alivio. Estaba de pie, con la cabeza ligeramente inclinada, sosteniendo su codo izquierdo con la mano derecha y sin mirar a nadie más.

Peron notó que su estómago se tensaba. Había sobrepasado la clasificación que había esperado ocupar y ahora estaba en una zona donde sólo cabían las esperanzas más desaforadas.

Número cuatro: Elissa. Ella dio un suspiro de alivio. Peron sabía que tendría que sentirse contento, pero ahora no tenía tiempo para eso. Se apretó las manos una contra otra para hacer que dejaran de temblar, y esperó. La pantalla estaba quieta, sin cambiar. El coliseo parecía lleno de un silencio terrible, aunque sabía que la multitud estaría vitoreando salvajemente.

Número tres. Las letras aparecieron lentamente P-e-r-o-n d-e T-u-r-c-a-n-t-a. Sintió que sus pulmones se relajaban con un suspiro largo y tortuoso. Había estado conteniendo inconscientemente la respiración durante muchos segundos.

¡Lo había conseguido! Tercer lugar. ¡Tercer lugar! Nadie de su región se había colocado nunca tan alto en los cuatrocientos años de los juegos de la Planetfiesta.

Peron oyó el resto de los resultados, pero apenas les prestó atención. Estaba abrumado por el placer y el alivio. Una parte de su mente se sorprendió cuando se anunció al segundo clasificado, Kallen, porque apenas reconoció el nombre. Se preguntó cómo podrían haber pasado por tantas pruebas difíciles sin que se hubieran hablado el uno al otro. Pero todo —la multitud, el coliseo, los otros participantes—, parecían estar a kilómetros de distancia, como si fueran espejismos provocados por la brillante luz del sol.

El último nombre apareció y la multitud exhaló un último rugido. ¡Lum! ¡Lum de Minacta había quedado el primero! Nadie le discutía su triunfo, pero sería una triste decepción para todos los padres que instaban a sus hijos e hijas a llevar buena vida para así poder ganar los Juegos. ¿Quién querría ser el ganador si eso significaba volverse tan grande, tan gordo y tan rudo como el ganador de este año?

Al final de la fila hubo un alboroto. Dos de las muchachas que estaban cerca de Lum le habían abrazado y luego habían intentado levantarlo en hombros para pasearlo triunfalmente frente a la multitud. Tras unos instantes, resultó obvio que era demasiado pesado. Lum se inclinó, cogió a una muchacha con cada brazo y las alzó y se colocó una en cada hombro mientras se dirigía a la barricada. Alzó las manos e hizo una rápida pirueta mientras la multitud se volvía loca de júbilo.

—¡Vamos, tristón! —Peron oyó la voz a su lado. Era Elissa, quien le agarró por el brazo—. Parece como si fueras a irte a dormir. Vamos a celebrarlo… ¡somos ganadores ! Tenemos que actuar como tales.

Antes de que pudiera objetar nada, ella le empujó hacia los demás. La fiesta estaba comenzando. Ganadores y perdedores, todos habían olvidado el cansancio. Ahora que la competición había terminado y se había decidido quiénes eran los mejores, la multitud les trataría a todos como ganadores. Cosa que eran. Habían sobrevivido a las pruebas más terribles que la Planetfiesta podía proporcionar. Y ahora lo celebrarían hasta que Cassay desapareciera del cielo y sólo quedara la débil luz roja de Cassby para indicarles el camino a sus dormitorios.

La Planetfiesta había acabado hasta dentro de otros cuatro años. Pocos se paraban a pensar que el ganador definitivo aún no había sido seleccionado. Las últimas pruebas tenían lugar fuera del planeta, lejos de la publicidad, donde no se hacía ningún anuncio. Los participantes sabían la verdad: una fase aún más dura y desconocida les esperaba, donde el único premio sería el conocimiento de la victoria. Pero las recompensas monetarias, las celebraciones por todas las provincias, el aplauso público, y las generosas pensiones a las familias no se basaban en los resultados obtenidos fuera del planeta. Así que para la mayoría de los habitantes de Pentecostés —para casi todo el mundo excepto para los propios finalistas— los juegos planetarios habían terminado.

Y el nombre de Lum, Lum de Minacta, brillaba por encima de todos los demás.

13

—Estoy seguro que pensáis que habéis pasado por muchas dificultades. Bien, mi trabajo es deciros que los tiempos difíciles están sólo empezando. Aceptad lo que os dice Eliya Gilby. Aún no habéis visto nada. Comparados con las pruebas fuera del planeta, los jueguecitos de la Planetfiesta son asunto de chiquillos.

El que hablaba era un hombre delgado y de pelo gris que vestía el cuero negro y el bronce brillante de la Guardia del Sistema. Tenía una sonrisa sardónica en la cara que igual podía interpretarse como piedad, presunción o dispepsia. Era incapaz de permanecer quieto mientras hablaba. Se movía delante del silencioso grupo y sus manos ajustaban constantemente el cuello de su uniforme, se posaban en el cinturón o frotaba los ojos inyectados en sangre.

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