«Y sí que me gustaría que hubiese otra inundación —dijo el Grad—. Seguro que sí. El científico piensa que todo el árbol… . no importa. No se puede atrapar un estanque. Están demasiado lejos dentro de la región del toro de gas…
—Allí —dijo Gavving, señalando hacia el este y hacia afuera, hacia un punto de color metálico con un fondo de rosadas corrientes de nubes—. Creo que es más grande de lo que parece.
—¿Cuál de ellos? Puede venir o puede que no. Y, aunque viniese flotando, ¿cómo ibas a atraparlo, con cuerdas y garfios? Olvídalo. No se puede hacer otra cosa.
—Basta —dijo Clave—. Es posible que la carne ya esté hecha. Vamos a dejar que salga el humo, y luego entraremos.
Gavving se despertó en mitad de la noche preguntándose dónde estaba.
Recordaba vagamente el sonido de unos lamentos. ¿Alguien se encontraba mal? Habían cesado. El ruido del viento. El ruido de la respiración de mucha gente. La tibieza de los cuerpos a su alrededor. Los acres olores del humo y los cuerpos. Cenizas por todas partes, como si hubiera habido un incendio.
Una voz de mujer habló muy cerca de su oreja.
—¿Tú también estás despierto?
Y otra, la de un hombre.
—Sí. Déjame dormir.
¿Alfin?
Silencio. Y Gavving recordó: la caverna había sido lo bastante grande como para acoger a nueve escaladores exhaustivos, después de tirar al cielo los huesos del nariz-arma. Los despojos podrían llegar hasta la Mata de Quinn para alimentar el árbol.
Se amontonaban entre ellos, carne contra carne. Gavving no tuvo modo de evitar escuchar cuando Alfin volvió a decir, aunque fuera en un susurro.
—No puedo dormir. Me duele todo.
Glory:
—A mí también.
—¿Has oído los lamentos?
—Clave y Jayan, pienso y, créeme, no parecen de dolor.
—Oh. Mejor para ellos. Glory, ¿por qué estás hablando conmigo?
—Esperaba que nos hiciésemos amigos.
—No trepes cerca de mí, ¿conforme?
—De acuerdo.
—Me temo que podrías tirarme.
—Alfin, ¿no te da miedo haber llegado tan arriba?
—No.
—A mí sí.
Una pausa.
—Me da miedo caerme. Sería de locos no temerlo.
Hubo silencio por un rato. Gavving empezó a notar lo doloridas que tenía las articulaciones y los músculos. Debían haber vuelto a dormirse… estaba ya adormilado cuando Alfin volvió a hablar.
—El Presidente lo sabe. —¿Qué es lo que sabe?
—Sabe que me da miedo caer. Por eso ese copsik bastardo me enviaba a protegerme bajo la rama durante las cacerías. Para que no tuviera nada sólido bajo los pies, mientras intentaba a la vez resistir y lanzar un arpón… me las pagará, espero.
—¿Cómo? —preguntó Glory mientras Gavving pensaba, debe referirse al Presidente.
—No importa. Glory, ¿quieres tumbarte a mi lado?
Una respuesta tensa.
—No. ¡No estamos solos, Alfin!
—Abajo en la mata, ¿tienes algún amante?
—No.
—Muchos de nosotros tampoco Nadie nos defendió cuando el Presidente decidió que viniéramos.
Una pausa, como para pensar.
—Todavía no puedo. Aquí no.
La voz de Alfin se elevó en un grito.
—¡Clave! ¡Clave, debías haber traído a una masajista!
Clave respondió desde las tinieblas. —He traído dos.
—Comida de árbol —dijo Alfin sin acritud, quizá divertido. A partir de aquello, todo quedó tranquilo.
Cuatro — Relámpagos y hongos-abanico
Por la mañana todos estaban doloridos aunque algunos lo mostraban más que otros. Alfin intentó moverse, gruñó de dolor y se acurrucó con la cara oculta entre los brazos. La cara de Merril estaba blanca e impasible mientras flexionaba los brazos; luego, la ocultó entre sus manos. Jayan y Jinny estaban compadeciéndose la una de la otra, dándose masajes mutuamente para aliviar el dolor. La cara de Jiovan era dolor y agonía cuando intentó moverse, luego dirigió una mirada furiosa a Clave.
Glory tenía los ojos aterrorizados y dementes, Gavving le dio una palmada en el omóplato (y retrocedió ante las señales de angustia).
—Todos estamos cansados. ¿Por qué queréis ocultarlo? ¿Qué es lo que os preocupa? No queréis aparentar debilidad. Todos estamos sin fuerzas.
Glory susurró, tras normalizar su mirada:
—No estaba pensando en eso. Estaba pensando en lo c ansada que estoy. Es algo natural, ¿no?
—Por supuesto. Aunque no estés tullido.
—Gracias por cuidar de mí ayer. Te estoy realmente muy agradecida. Prometo que intentaré hacerlo mejor en el futuro.
Sin intentar moverse, el Grad habló:
—Muy pronto, todos estaremos mucho mejor. La subida aligera nuestro peso, la bajada lo aumenta. Mucho cuidado o podremos empezar a flotar.
Clave pisó cuidadosamente entre los ciudadanos que, aunque se habían despertado, todavía no se habían movido. Gavving le miró con odio y envidia. Clave no se había cansado. Desde el interior de la madriguera del nariz-arma, Clave sacó un pedazo de carne hendida por los arponazos.
—No os deis demasiada prisa en desayunar —les indicó—. Comed tranquilos. Se avanza más fácilmente si se está satisfecho…
—Ayer quemamos un buen paquete de energías —dijo el Grad. Se movió como un inválido para reunirse con Clave y empezó a desgarrar una pieza de un metro de largo de lo que habían sido las costillas del nariz-arma. Pareció percibir a Gavving y se acercó a él. La carne tenía un extraño sabor a rancio. Os acostumbraréis, pensó, cuando vuestra vida dependa de eso.
Clave se movió entre ellos, royendo el pedazo de carne. Cortó un trozo y se lo alargó a Merril. Escuchó a Jiovan describiendo sus síntomas, y le interrumpió.
—Veo que ya te has recuperado. Eso es bueno. Ahora, come —le dijo, ofreciéndole un pedazo de carne. Cortó lo que quedaba por la mitad y se lo ofreció a Jayan y Jinny y demorándose con ellas un minuto o dos para darles un ligero masaje en los hombros y caderas. Hicieron una mueca de dolor, quejumbrosas.
En aquellos momentos, cuando todo el mundo había comido ya algo, Clave echó una mirada al grupo.
—Daremos la vuelta hacia el este y encontraremos agua cuando hayamos hecho media jornada. Por aquí no hay ningún sitio donde podamos hacer ejercicios para entrar en calor; por tanto, los haremos mientras avanzamos. Fuera las penas, ciudadanos. Daremos de «comer al árbol al empezar», y si tenéis que hacerlo ahora, procurad hacerlo a favor de la corriente y del viento. Alfin, ponte en cabeza.
Alfin les guió en una espiral ascendente, en sentido opuesto a las agujas de un reloj. Gavving sintió que disminuían sus dolores según trepaba. Notó que Alfin nunca miraba hacia abajo. No le hubiera sorprendido que hubiese ido maldiciendo a los que le seguían… pero nunca miraba hacia abajo.
Gavving lo hizo, y se maravilló por lo que habían avanzado. Con las dos manos abiertas, podía abarcar la totalidad de la Mata de Quinn.
Se retrasaron para arreglar la Q de una marca DQ. El sol estaba horizontal hacia el este cuando volvieron a ponerse en marcha. Según se iban acercando a Voy encontraron un bosque con aguas tranquilas.
Un riachuelo corría a través de un barranco lleno de meandros. Aquella vez no había ninguna atalaya natural. Nueve sedientos ciudadanos clavaron sus garfios en la madera y se descolgaron por las cuerdas a beber, lavarse, empapar las túnicas y retorcerlas.
Gavving notó que Clave hablaba con Alfin un poco más abajo. No pudo oír lo que decían. Sólo vio lo que hizo Alfin.
—¿Y suponiendo que no lo haga?
—No lo hagas. —Clave inició un gesto hacia arriba, hacia donde colgaba el resto de sus compañeros—. Míralos he elegido. ¿Qué puedo hacer si uno de mi grupo resulta ser un cobarde? Seguiría con él. Pero quiero saberlo.
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