—No, Maisie me ha rescatado. Con considerable sacrificio por su parte.
—¿Entonces cuál es el plan? —preguntó Vielle.
—Kit, quiero que revises otra vez las transcripciones de Carl Aspinall y veas si en ellas aparece algo sobre una espada o… —miró alrededor, intentando pensar con qué más podían apuñalarte— un abrecartas o algo por el estilo. Y mira si hay alguna referencia a apuñalamientos la noche del Titanic. Vielle, a ver si puedes averiguar quién estuvo en la cuatro-oeste ese día. Yo hablaré con Rudy Wenck.
—Creía que Maisie había dicho que no recordaba haber oído nada —dijo Vielle.
—Lo dijo, pero una cosa que aprendí de Joanna es que la gente recuerda más de lo que cree. Y tiene que haber oído o visto algo.
Pero Rudy Wenck no recordaba nada, ni siquiera sometido a presión.
— Tenía miedo de que le sacara sangre, eso es todo lo que recuerdo, como si estuviera intentando matarlo o algo. Parecía acojonado.
—¿Puede ser más específico? —preguntó Richard.
— No, ya sabe, los ojos espantados y asustado.
—¿Dijo algo?
—No.
—¿Y la doctora Lander? ¿Dijo ella algo?
—Sí, me preguntó si quería que se apartara, y le dije que no, que podía hacerlo desde donde estaba.
—¿Dijo algo más?
—¿A mí?
—O al señor Aspinall, cualquier cosa. Él se encogió de hombros.
—Tal vez. La verdad es que no estaba prestando atención.
—Si pudiera intentar recordar —dijo Richard—, es muy importante.
Él sacudió la cabeza.
—La gente siempre está hablando cuando estoy en la habitación. He aprendido a ignorarlos.
Guadalupe le sirvió aún menos.
—Ni siquiera sabía que Joanna hubiera ido a verlo.
—¿Pero la vio usted en la planta ese día? —preguntó Richard. Ella asintió.
—La hice llamar porque no podíamos encontrar a la esposa del señor Aspinall y pensé que Joanna tal vez supiera dónde estaba. No lo sabía, pero subió a la planta, y hablé con ella un par de minutos. Preguntó por el estado del señor Aspinall, y sugirió un par de sitios donde podría estar su esposa y luego supuse que se marchó.
—¿Pero no la vio marcharse?
—No. Las cosas se desmadraron entonces. No esperábamos que Co… que el señor Aspinall recuperara la conciencia. Llevaba hundiéndose varios días, y de repente se despertó y todos nos pusimos a correr de un lado a otro intentando encontrar a su esposa y su médico, así que es muy posible que Joanna estuviera allí. ¿Por qué es importante?
Él se lo explicó.
—¿Le dijo algo el señor Aspinall sobre lo que había experimentado mientras estuvo en coma?
—No. Le pregunté, porque se agitaba mucho… “Ahogándose —pensó Richard—. Se estaba ahogando.”
—… y gritaba. Normalmente era después de que le hubiéramos hecho algo, como recolocarle las intravenosas, y me preguntaba si era consciente de lo que hacíamos, pero dijo que no, que no había nadie más allí, que estaba completamente solo.
—¿Dijo dónde era “allí”? Ella negó con la cabeza.
—Hablar del asunto parecía trastornarlo. Le pregunté si había tenido malos sueños… un montón de pacientes en coma recuerdan haber soñado… pero dijo que no.
“Porque no eran sueños”, pensó Richard.
—¿Ha intentado hablar con el señor Aspinall? —preguntó Guadalupe.
—Dice que no recuerda nada. Ella asintió.
—Estaba sometido a un montón de medicación, que puede confundir la memoria, y los comas son curiosos. Algunos pacientes recuerdan haber oído voces y creen ser conscientes de haber sido movidos o intubados, y luego hay otros que no recuerdan nada.
“Y algunos de ellos recuerdan y no quieren decirlo”, pensó Richard amargamente, repasando la lista que Vielle le había dado de gente que había estado en la cuatro-este aquel día. Tampoco sabían nada.
—Estuve trabajando en el otro extremo de la planta ese día —dijo Linda Hermosa—, y teníamos un montón de sustituías a causa de la gripe.
—¿Sustituías? —preguntó Richard—. ¿Recuerda quiénes eran? No lo recordaba, ni tampoco lo recordaban las auxiliares a quienes interrogó, pero una de ellas dijo:
—Recuerdo que una era muy mayor y que debía de haber trabajado en la cinco-este porque no paraba de gritarme: “Así no hacíamos las cosas en la cinco-este.” Pero no creo que trabajara en esa parte de planta.
Richard subió a la quinta y le dio a la enfermera encargada esa pobre descripción.
—Oh, la señora Hobbs —dijo ella—. Sí, es una enfermera jubilada que a veces hace sustituciones cuando no encuentran a nadie más. No sabía su número de teléfono.
—De eso se encarga Personal.
Richard le dio las gracias y bajó a Personal. ¿Y si la señora Hobbs, que no parecía prometedora, no había estado tampoco en la habitación de Carl? ¿Y si, como decía Maisie, no había nadie que los hubiera oído hablar? Era perfectamente posible que Joanna se hubiera aprovechado del caos generalizado para hablar a solas con Carl antes de que el recuerdo de sus alucinaciones se difuminara y luego se fuera a buscarlo a el y no le dijera nada a nadie por el camino. ¿Entonces qué?
“Tiene que haber alguien”, pensó, cruzando el pasillo hasta el ala oeste. Se acercó a los ascensores. El central trinó, y de él salió un hombre con un Palm Pilot.
Mierda. El abogado de la madre de Maisie. La última persona a la que quería ver. Se dio rápidamente media vuelta y corrió pasillo abajo, deseando haber terminado de hacer el plano de aquella parte del hospital. Entonces al menos sabría dónde estaban las escaleras.
Había una al fondo del pasillo. Se escabulló por ella y bajó corriendo. Sólo llegaba al tercer piso, pero al menos sabía dónde estaban los ascensores en esa planta. Abrió la puerta y se internó en el pasillo.
—Anoche tuve otra visita —dijo una voz de mujer; venía hacia él por el pasillo—. Esta vez vi a mi tío Alvin al pie de mi cama, tan real como usted o como yo.
Mierda. No era el abogado de la señora Nellis la última persona a la que quería ver en el mundo. Ese honor le correspondía a la señora Davenport, y venía hacia allí. Richard miró hacia los ascensores, midiendo la distancia, y luego los números de las plantas sobre la puerta. Ambos indicaban la octava. Mierda. Se dio media vuelta y se encaminó hacia el puesto de enfermeras.
—Llevaba su uniforme blanco de marinero, y una luz radiante surgía de él —decía la voz de la señora Davenport—. ¿Y sabe que dijo, señor Mandrake?
Mandrake también. Mierda, mierda, mierda. Richard miró desesperadamente alrededor, buscando una vía de escape, una escalera, un hueco de la ropa sucia, lo que fuera. Incluso un trastero. Pero no había más que habitaciones de pacientes.
—dijo: “Ven a casa” —continuaba la señora Davenport, cada vez mas cerca—. Sólo esas palabras: “Ven a casa.” ¿Qué puede eso significar, señor Mandrake?
—Le enviaba un mensaje desde el Otro Lado, diciéndole que los muertos no se han marchado —dijo la voz del señor Mandrake—, que están aquí con nosotros, protegiéndonos, hablándonos. Todo lo que tenemos que hacer es escuchar…
Estaban doblando la esquina. Richard se coló por una puerta sin letreros. Una escalera. Magnífico. “Y esperemos que llegue hasta el sótano”, pensó, rodeando el rellano, para llegar a…
Se detuvo. Dos escalones por debajo del rellano, una cinta amarilla se extendía de un lado a otro, cortando el paso y, por debajo, los escalones celestes brillaban húmedos, aunque no podían estarlo. Los habían pintado hacía más de dos meses.
Se preguntó qué había sucedido. ¿Se habían olvidado los pintores de esta escalera, o habían sido incapaces de encontrarla en el laberinto de pasillos de conexión y corredores y callejones sin salida del Mercy General? ¿Y los técnicos y enfermeras, al ver la cinta, pensaban que estaba aún bloqueada y habían encontrado otras rutas, otros atajos?
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