Robert Sawyer - Vuelta atrás

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La doctora Sarah Halifax logró descifrar y contestar el primer mensaje enviado por extraterrestres. Al cabo de treinta y ocho años, cuando ella es ya casi nonagenaria, llega la respuesta. Sólo Sarah es capaz de descifrarla, si vive el tiempo suficiente… Sarah y su esposo Don son sometidos a un costoso tratamiento de rejuvenecimiento (vuelta atrás). Don recupera la fortaleza física de sus veinticinco años, pero Sarah…
Sawyer ofrece de nuevo una interesantísima exploración ética y moral, esta vez a escala humana y también cósmica, sobre la vida y el papel de la tecnología en el desarrollo futuro del ser humano.

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Y eso sería todo.

Naturalmente, no sería justo para el maquinista. Don recordó haber leído hacía años, en el Star, lo traumático que era para los maquinistas de metro que la gente se suicidara de esa forma. Los conductores a veces tenían que pedir la baja, y algunos tenían tanto miedo de que les sucediera otra vez lo mismo que nunca volvían al trabajo. Las estaciones del centro estaban a cuarenta y cinco segundos de distancia entre sí: los conductores ni siquiera tenían tiempo de relajarse entre una y otra.

Pero eso era cuando los trenes tenían conductores humanos. En la actualidad los conducían estilizados seres mecánicos, cortesía de Robótica McGavin.

Habría sido irónico que…

Estaba temblando de la cabeza a los pies. De repente, su cuerpo saltó a la acción, moviéndose tan rápido como pudo y…

Y entró por los pelos antes de que las puertas se cerraran. Se agarró con fuerza a la barra de metal y estuvo así todo el trayecto hasta casa, igual que un hombre que se ahoga se agarra a un tronco.

19

En 2009, Sarah se había pasado casi tanto tiempo hablando del cuestionario draco como enseñando astronomía, y el tema a menudo salpicaba las conversaciones con Don. Una noche que Carl estaba en el sótano jugando a los Sims 4 y Emily, que ya tenía diez años, en su reunión de exploradoras, Sarah dijo:

—Hoy se ha planteado un dilema ético en el grupo de noticias del SETI. Algunos investigadores del SETI creen saber qué están intentando decidir con su encuesta los alienígenas, lo cual significa que podríamos darles las respuestas que ellos quieren, con la esperanza de que continúen manteniendo el contacto con nosotros. Así que, ¿deberíamos mentir para conseguir lo que queremos? Es decir, ¿hasta qué punto es ético mentir en una encuesta sobre la ética?

—Los dracos probablemente son al menos tan listos como nosotros, ¿no? —respondió Don—. ¿No se darían cuenta de cualquier intento de engaño?

—¡Eso es lo que yo he dicho! —replicó Sarah, encantada de tener apoyo—. Las instrucciones para el cuestionario dejan bastante claro que las mil respuestas que enviemos deberían ser dadas independientemente y en privado. Dicen que puede haber preguntas de seguimiento y cualquier consulta entre los participantes podría invalidarlas. Y sospecho que tienen algún modo de decidir si las respuestas son todas de una sola persona en vez de proceder de los mil individuos tal como han pedido, o si son de un grupo que haya colaborado… ya sabes, por medio de algún tipo de análisis estadístico de las repuestas.

Estaban haciendo limpieza general. Como ambos trabajaban durante el día, el trabajo de la casa acababa siendo una prioridad menor. Don le estaba quitando el polvo a la repisa de la chimenea.

—¿Sabes qué me gustaría? —dijo, ausente, mirando la foto enmarcada de Emily Carr que había en la pared—. Una de esas teles grandes de pantalla plana de sesenta pulgadas. ¿No crees que quedaría genial aquí? Sé que ahora cuestan una fortuna, pero estoy seguro de que bajarán de precio.

Sarah estaba reuniendo trozos de periódicos.

—Tendrías que vivir mucho.

—Da igual —continuó él—. ¿Qué estabas diciendo del cuestionario draco?

—Que aunque quisiéramos falsear las respuestas y que un comité las redactara, para algunas de las preguntas sinceramente no sabemos cuál es la «adecuada».

El se dispuso a retirar las tazas usadas de la mesa de café.

—¿Como cuáles?

—Bueno, como la pregunta treinta y uno. Tú y otra persona encontráis un objeto que no tiene ningún valor aparente y que ninguno de los dos desea. ¿Quién debería quedárselo?

Don se detuvo a reflexionar, con dos tazas amarillas en la mano derecha y otra en la izquierda; a los dieciséis años, Carl empezaba a tomar café.

—Pues, no lo sé. Quiero decir: da igual, ¿no?

Sarah había terminado de recoger los periódicos y entró en la cocina para tirarlos al cubo azul.

—¿Quién sabe? —dijo desde allí—. Obviamente hay algún juicio moral al que quieren llegar los alienígenas, pero nadie sabe cuál.

El fue tras ella, fregó las tazas bajo el grifo y las puso a secar.

—Tal vez ninguno de los dos debería quedarse el objeto. Ya sabes, dejarlo donde se encontró.

Ella asintió.

—Eso estaría bien, pero no es una de las respuestas posibles. Recuerda que la respuesta casi siempre permite múltiples opciones.

Don metió unos cuantos platos en el lavavajillas.

—Demonios, no lo sé. El otro debería quedárselo… porque, bueno, porque me siento generoso, ¿vale?

—Pero no lo quiere —dijo ella.

—Pero podría resultarle de valor algún día.

—O podría ser venenoso o pertenecer a otra persona que se enfadará porque se lo han quitado y buscará venganza contra quien se lo robó.

Él sacudió la cabeza e introdujo la pastilla de detergente.

—No hay suficiente información.

—Al parecer, los alienígenas opinan que sí la hay.

Puso en marcha el lavavajillas y le indicó a Sarah que lo siguiera fuera de la cocina: la máquina hacía mucho ruido.

—De acuerdo —dijo—. No podemos darles a los dracos las respuestas que harán que les parezcamos buenos, porque no sabemos cuáles son en todos los casos.

—Así es. Y, de todas formas, ni siquiera en el caso de las preguntas que sí que comprendemos hay consenso sobre qué respuesta nos haría parecer buenos. Verás, algunos de nuestros principios morales son racionales y otros están basados en las emociones… y no está claro qué valoran más los alienígenas.

—Creía que todos los argumentos morales eran racionales —dijo Don. Contempló el salón, calibrando si había que hacer algo más—. ¿No es ésa la esencia de la moralidad: dar una respuesta racional y razonada, en vez de una visceral y primaria?

—¿Ah, sí? —dijo ella, enderezando la pila de revistas del mes (McLean's, Mix, Discover, The Atlantic Monthly) que guardaban en la mesita, entre el sofá y el sillón reclinable—. Prueba con esto. Es un rompecabezas clásico sobre ética llamado «el dilema del tranvía». Se le ocurrió a una filósofa británica. Su nombre, por cierto, era Philippa Foot. Pues bien, se trata de lo siguiente: un tranvía está fuera de control y hay cinco personas atadas a la vía, que no podrán escapar a tiempo. Si el tranvía continúa la marcha, los matará a todos. Pero tú lo estás viendo todo desde un puente situado sobre las vías y da la casualidad de que en el puente están los mandos, incluida una palanca que, si tiras de ella, desviará el tranvía hacia otra vía de la izquierda y no atropellará a las cinco personas. ¿Qué harías?

—Tirar de la palanca, naturalmente —dijo Don. Tras decidir que no había nada más que hacer esa noche, se sentó en el sofá.

—Eso es lo que dice casi todo el mundo —respondió Sarah, uniéndose a él—. La mayoría de la gente siente la obligación moral de intervenir en situaciones en que la vida humana está en peligro. Oh, pero olvidaba decirte una cosa: hay un gordo atado en la otra vía. Si desvías el tranvía, morirá. ¿Qué haces ahora?

El la rodeó con el brazo.

—Bueno, hum… supongo que seguiría tirando de la palanca.

Ella apoyó la cabeza en su hombro.

—Es lo que dice la mayoría do la gente. ¿Por qué?

—Porque muere sólo una persona en vez de cinco.

Don supo por su tono que ella estaba sonriendo.

—Trekker hasta la médula. «La necesidad de muchos está por encima de la necesidad de unos pocos.» No me extraña que el señor Spock crea en eso: es claramente el producto de un pensamiento racional. Pero ¿y si no hay segunda vía? Y si en vez de ser el infeliz atado a la izquierda el gordo no está atado ni nada parecido sino allí, a tu lado, en el puente. Sabes con seguridad que si lo empujas para que caiga delante del tranvía, el golpe será suficiente para detener la máquina antes de que atropelle a las otras cinco personas. Pero tú eres un tipo pequeñito. El tranvía no se detendría golpeándote a ti, así que no tiene sentido que saltes, pero sí que puede detenerse si atropella al gordo. ¿Qué haces entonces?

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