Robert Sawyer - Vuelta atrás

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La doctora Sarah Halifax logró descifrar y contestar el primer mensaje enviado por extraterrestres. Al cabo de treinta y ocho años, cuando ella es ya casi nonagenaria, llega la respuesta. Sólo Sarah es capaz de descifrarla, si vive el tiempo suficiente… Sarah y su esposo Don son sometidos a un costoso tratamiento de rejuvenecimiento (vuelta atrás). Don recupera la fortaleza física de sus veinticinco años, pero Sarah…
Sawyer ofrece de nuevo una interesantísima exploración ética y moral, esta vez a escala humana y también cósmica, sobre la vida y el papel de la tecnología en el desarrollo futuro del ser humano.

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Jodie Foster hacía un trabajo estupendo interpretando a una científica apasionada, pero Sarah no pudo menos que sonreír divertida cuando dijo: «Hay cuatro mil millones de estrellas ahí fuera, sólo en nuestra galaxia», lo cual era cierto. Pero luego continuó diciendo: «Si sólo una entre un millón de ellas tuviera planeta, y si sólo en uno entre un millón de éstos hubiera vida, y si sólo en uno entre un millón hubiera vida inteligente, habría literalmente millones de civilizaciones ahí fuera.» No, una millonésima de millonésima de millonésima de cuatro mil millones está tan cerca de cero como para ser prácticamente cero.

Sarah miró a Don para ver si lo había pillado, pero él no mostraba signos de haberlo hecho. Sabía que no le gustaba que lo interrumpieran con apartes durante las películas (era imposible memorizar de-tallitos como él hacía si uno no se podía concentrar), por eso dejó pasar el error de los guionistas. Además, a pesar de su imprecisión, lo que Foster decía parecía verdad, en cierto modo. Durante décadas, la gente había estado haciendo encaje de bolillos con los números para insertarlos en la ecuación de Drake, que pretendía calcular cuántas civilizaciones inteligentes existían en la galaxia. La cifra completamente errónea de Foster, sacada absolutamente de la manga, era en realidad bastante frecuente en esos debates.

Pero la diversión de Sarah no tardó en convertirse en inquietud. Foster visitaba una gran empresa para conseguir fondos para el SETI y, cuando era rechazada al principio, se enfurecía y exclamaba que contactar con una civilización extraterrestre sería el momento más importante de la historia de la humanidad, más importante que nada de lo que se hubiera hecho con anterioridad o pudiera ser imaginado, un momento que alteraría la especie y que merecía la pena conseguir a toda costa.

Sarah se sintió inquieta porque recordaba haber dado ella misma ese tipo de ridículos discursos. Cierto, la detección de la señal original de Sigma Draconis había sido noticia de primera página. Pero hasta la recepción del segundo mensaje, habían pasado más de treinta años sin que una sola mención a los alienígenas se hiciera en la primera plana ni en la pantalla principal de ningún periódico cuyo nombre no contuviera las palabras «national» o «enquirer». [2] El autor se refiere a los famosos periódicos sensacionalistas estadounidenses. (N. del T.)

No eran sólo los investigadores del SETI quienes habían exagerado el impacto de aquello. Sarah había olvidado que el entonces presidente Bill Clinton aparecía en Contad, pero allí estaba, hablando de cómo ese logro iba a cambiar el mundo. A diferencia de Jay Leno y Larry King, que habían hecho una interpretación especialmente para la película, Sarah reconoció inmediatamente que el discurso de Clinton estaba hecho con imágenes de archivo: en realidad no hablaba de la detección de mensajes de radio alienígenas, sino del descubrimiento del ALH84001, el meteorito marciano que supuestamente contenía fósiles microscópicos. Pero a pesar de la hipérbole presidencial, aquel trozo de roca no había cambiado el mundo y, de hecho, cuando acabó por ser desacreditado, varios años más tarde, la noticia apenas apareció en la prensa, no porque alguien pretendiera echar tierra sobre ella, sino porque en realidad no interesaba a nadie. La existencia de vida alienígena era una curiosidad para la mayoría, nada más. No cambiaba el modo en que se llevaban sus cónyuges e hijos; no hacía subir ni bajar la Bolsa; simplemente, no importaba. La Tierra seguía girando, imperturbable, y sus habitantes continuaban haciendo el amor, y la guerra, con la misma frecuencia.

A medida que la película avanzaba, Sarah empezó a sentir cada vez más fastidio. Los extraterrestres enviaban planos a la Tierra para que los humanos pudieran construir una nave que se abriera camino a través del hiperespacio, y Jodie Foster viajaba en ella para conocerlos en persona. Se daba a entender que el SETI no se dedicaba en realidad a comunicarse por radio con las estrellas. Más bien, como en cualquier otra película barata de Hollywood, era un trampolín para impulsarse hacia otros mundos. Desde el principio, con los rocambolescos cálculos matemáticos de Jodie Foster, pasando por sus discursos sensibleros sobre cómo aquello transformaría por completo a la humanidad a media película, hasta la promesa totalmente infundada de que el SETI descubriría formas de viajar a través de la galaxia y tal vez incluso de reunirse con los seres queridos muertos al final, Contad era un reflejo de la moda, no de la realidad. Si Frank Capra hubiera hecho una serie de propaganda titulada Por qué escuchamos, el primer capítulo habría sido Contad.

Cuando empezaron los créditos, Sarah miró a Don.

—¿Qué te ha parecido? —le preguntó.

—Se ha quedado un poco anticuada —respondió él. Pero levantó las manos de su regazo, como para cortar una objeción—. No es que haya nada malo en eso, pero…

Pero él tenía razón, pensó Sarah. Las cosas pertenecen a su tiempo: no puedes tomar algo pensado para una época y lanzarlo a otra.

—¿Qué fue de Jodie Foster, por cierto? —preguntó ella—. ¿Sigue viva?

—Supongo, no sé. Debe de tener tu… —Don se calló, pero quedó claro que iba a decir «tu edad». No «nuestra edad». Aunque seguía considerando a Sarah una mujer de ochenta y siete años, por lo visto no se aplicaba los hechos cronológicos a sí mismo… y eso hacía que Sarah se subiera por las paredes.

—Siempre me gustó —dijo ella. Cuando se había estrenado Contad, la prensa estadounidense había dicho que Ellie Arroway, el personaje de Jodie Foster, estaba basado en Jill Tarter, y los periódicos canadienses habían tratado de dar a entender que Sarah Halifax había sido la fuente de inspiración. Y aunque era cierto que Sarah conocía a Sagan por entonces, la comparación era exagerada. Por qué motivo estaba más allá del alcance de la comprensión de la prensa el hecho de que los personajes se inventaban sin más. Recordó todas las teorías acerca de en quiénes estaban inspirados los personajes de Parque Jurásico; toda mujer que hubiera seguido un curso de paleontología era considerada el modelo para el de Laura Dern.

—¿Sabes en qué película está realmente bien Jodie Foster? —le preguntó Sarah. Don se la quedó mirando—. En… oh, ya lo sabes. Era una de mis favoritas.

—Necesito otra pista —dijo él, con un poco de brusquedad.

—¡Vamos! La compramos en vídeo y luego en DVD, y después la descargamos en HD. ¿Por qué no me acuerdo del título? Lo tengo en la punta de la lengua…

—¿Sí? ¿Sí?

Sarah dio un respingo. Don se impacientaba cada vez más con ella. Cuando él también había ido lento no parecía importarle mucho su lentitud, pero ahora estaban desincronizados, como los gemelos de aquella película que ella solía pasar a sus alumnos para hablar de la relatividad. Estuvo tentada de replicarle que no podía evitar ser vieja, pero, claro, tampoco él podía evitar ser joven. Con todo, su impaciencia la ponía nerviosa y todavía le costaba más dar con el título que estaba buscando.

—Hum —dijo—, salía ese actor que…

¿Maverick? —preguntó Don—. ¿El silencio de los corderos?

—No, no. Ya sabes, era la de… —¿Por qué no recordaba el término?—. La del niño prodigio.

El pequeño Tate —dijo Don de inmediato.

—Esa —dijo Sarah en voz muy baja, apartando la vista.

16

Don se trasladó al sillón reclinable cuando Sarah se hubo ido a la cama. Sabía que antes la había hecho sentirse mal, mientras trataba de recordar el título de aquella película, y se odiaba a sí mismo por eso. ¿Por qué era paciente cuando sus días estaban contados e impaciente ahora que tenía tanto tiempo por delante? Había tratado de no hablarle a Sarah con dureza, de verdad. Pero no podía evitarlo. Era tan vieja, y…

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