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Robert Sawyer: Vuelta atrás

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Vuelta atrás» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2008, ISBN: 978-84-666-3781-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Sawyer Vuelta atrás

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La doctora Sarah Halifax logró descifrar y contestar el primer mensaje enviado por extraterrestres. Al cabo de treinta y ocho años, cuando ella es ya casi nonagenaria, llega la respuesta. Sólo Sarah es capaz de descifrarla, si vive el tiempo suficiente… Sarah y su esposo Don son sometidos a un costoso tratamiento de rejuvenecimiento (vuelta atrás). Don recupera la fortaleza física de sus veinticinco años, pero Sarah… Sawyer ofrece de nuevo una interesantísima exploración ética y moral, esta vez a escala humana y también cósmica, sobre la vida y el papel de la tecnología en el desarrollo futuro del ser humano.

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—Epsilon Indi —respondió Sarah.

—Bien, vale. Imagina a los alienígenas de Epsilon Indi que detectan las emisiones televisivas de otra estrella cercana en, hum…

—Tau Ceti.

—Magnífico. La gente de Epsilon Indi capta la tele de Tau Ceti. No es que Tau Ceti esté enviando deliberadamente señales a Epsilon Indi, ya me entiendes: sólo se está filtrando material al espacio. Y Epsilon Indi dice: eh, estos tipos acaban de despertar tecnológicamente y nosotros lo hicimos hace tiempo; deben de estar pasando tiempos difíciles… Tal vez los tipos de Epsilon Indi lo notan incluso en esas señales de televisión. Así que dicen, contactemos con ellos para que sepan que todo va a salir bien. Y ¿qué ocurre? Unas cuantas décadas más tarde Tau Ceti guarda silencio. ¿Por qué?

—¿Todo el mundo tiene televisión por cable?

—Qué graciosa. No, no todos tienen televisión por cable. Dejaron de preocuparse por tener que sobrevivir de algún modo a la bomba y todo eso y han desaparecido, porque se volvieron descuidados. Ese error se comete una vez: le dices a una raza, eh, mirad, podéis sobrevivir porque nosotros lo hicimos… y esa raza deja de intentar resolver sus problemas. Creo que no cometerían ese error de nuevo.

Habían llegado a la avenida Churchill, giraron hacia el este y pasaron ante la escuela pública a la que asistía Emily, que estaba en segundo.

—Pero podrían decirnos cómo sobrevivieron, enseñarnos la respuesta —dijo Sarah.

—La respuesta es obvia —contestó Don—. ¿Sabes cuál es el libro de dietas de adelgazamiento menos vendido de todos los tiempos? Pierda peso lentamente comiendo menos y haciendo más ejercicio.

—Sí, señor Atkins.

Él adoptó un tono burlón.

—¡Disculpa! ¡Estoy dando un paseo! Y además, como menos y de manera más sensata, mucho más sensata que antes de empezar a reducir los hidratos de carbono. Pero ¿quieres saber cuál es la diferencia que hay entre yo y todos los otros que perdieron peso rápidamente siguiendo la dieta de Atkins y después lo recuperaron en cuanto la dejaron? Han pasado cuatro años ya y no lo he dejado… y no voy a hacerlo nunca. Esa es la otra parte de perder peso que nadie quiere oír. No puedes hacer dieta temporalmente: tienes que hacer un cambio permanente de estilo de vida. Yo lo he hecho y voy a vivir más tiempo gracias a ello. No hay un arreglo rápido para nada. —Dejó de hablar mientras cruzaban Claywood, y luego continuó—: No, la respuesta es obvia. La manera de sobrevivir es dejar de luchar unos contra otros, aprender a ser tolerantes y salvar el abismo entre ricos y pobres, para que algunas personas no nos odien tanto al resto que sean capaces de cualquier cosa, incluso de suicidarse, para hacernos daño.

—Pero necesitamos un arreglo rápido —dijo Sarah—. Teniendo los terroristas acceso a armas nucleares y biotecnológicas, no podemos esperar a que todo el mundo vea la luz. Hay que resolver rapidísimamente el problema del terrorismo de alta tecnología, en cuanto se plantee, o no sobrevivirá nadie. Esas razas alienígenas que han sobrevivido deben de haber encontrado una solución.

—Claro —dijo Don—. Pero aunque nos contaran lo que han hecho, a nosotros no nos gustaría.

—¿Por qué?

—Porque la solución es el antiguo tópico de la ciencia ficción: la mentecolmena. En Star Trek, el verdadero motivo por el que los borg absorben a todo el mundo en el Colectivo, creo, es porque es la única opción segura. No tienes que preocuparte por los terroristas ni por los científicos locos si todos piensan con una sola mente. Naturalmente, con el pensamiento único podrías incluso perder toda noción de que tal vez haya individuos distintos por ahí. Nunca se te ocurriría tratar de contactar con otros, porque la idea en sí de «alguien más» te resulta extraña. Eso podría explicar el fracaso del SETI. Y, si te encontraras con otra forma de vida inteligente, tal vez por azar, harías exactamente lo que hacían los borg: absorberla, porque es el único modo de estar seguro de que no te haga daño.

—Vaya, eso es casi más deprimente como pensar que no hay alienígenas.

—También hay otra solución —dijo Don—. El totalitarismo absoluto. Todo el mundo sigue teniendo libre albedrío, pero se le impide usarlo. Porque sólo hace falta una persona loca y una pila de antimateria y… ¡catapún!, todo el planeta a hacer puñetas.

Un coche que se acercaba tocó dos veces el claxon. Don alzó la cabeza y vio a Julie Fein que saludaba al pasar. Le devolvieron el saludo.

—No es un panorama mucho mejor que el de los borg —dijo Sarah—. Incluso así, resulta deprimente no haber detectado nada. Cuando apuntamos al cielo con nuestros telescopios por primera vez creíamos que captaríamos montones de señales de los alienígenas; en cambio, en todo ese tiempo (casi cincuenta años ya), ni un bip.

—Bueno, cincuenta años no es tanto —dijo él, tratando de consolarla.

Sarah tenía la mirada perdida.

—No, desde luego que no -—dijo—. Casi toda una vida, solamente.

8

Carl, el mayor de los dos hijos de Don y Sarah, era famoso por su histrionismo, así que Don agradeció que no derramara el café por toda la mesa. Con todo, después de deglutir, consiguió exclamar:

—¿Que vais a hacer qué?

Lo dijo con el énfasis propio de una comedia televisiva. Su esposa, Ángela, estaba sentada a su lado. Percy y Cassie (cuyos nombres completos eran Perseo y Casiopea y, sí, la abuela había sido quien los había sugerido) habían sido enviados a ver una película en el sótano de la casa.

—Vamos a rejuvenecer —repitió Sarah, como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Pero eso cuesta… no sé —dijo Carl, mirando a Ángela, como si ella tuviera la obligación de suministrarle al instante la cifra. Puesto que no lo hizo, él añadió—: Eso cuesta miles de millones.

Don vio a su esposa sonreír. La gente pensaba a veces que habían llamado Carl a su hijo en honor a Carl Sagan, pero no era así. Llevaba el nombre de su abuelo materno.

—Sí que los cuesta —respondió Sarah—. Pero nosotros no vamos a pagarlos. Lo hará Cody McGavin.

—¿Conocéis a Cody McGavin? —Ángela usó el mismo tono que si Sarah hubiera dicho que conocía al Papa.

—No lo conocíamos hasta la semana pasada. Pero él había oído hablar de mí. Subvenciona gran parte de la investigación del SETI. —Sarah se encogió un poco de hombros—. Es una de sus causas.

—Y ¿está dispuesto a pagar para que te rejuvenezcan? —preguntó Carl, escéptico.

Sarah asintió.

—Y a vuestro padre también.

Les contó lo de su reunión con McGavin. Ángela se quedó boquiabierta y asombrada, aunque tenía la vaga idea de que su suegra era una venerable ancianita, en los sitios de noticias seguían llamándola «la Gran Anciana del SETI».

—Pero, aunque lo pague todo —dijo Carl—, nadie sabe cuáles son los efectos a largo plazo de una… de una… ¿cómo la llaman?

—Una vuelta atrás —dijo Don.

—Eso es. Nadie sabe cuáles son los efectos a largo plazo de una vuelta atrás.

—Eso es lo que todo el mundo dice cuando algo es nuevo —respondió Sarah—. Nadie sabía cuáles serían los efectos a largo plazo de una dieta baja en hidratos de carbono, pero mirad a vuestro padre. Lleva siguiéndola cuarenta años y mantiene su peso, el colesterol, la tensión arterial y el azúcar en la sangre dentro de los niveles normales.

A Don le dio un poco de vergüenza que sacara eso a colación: no estaba seguro de que Ángela supiera que antes estaba gordo. Había empezado a engordar durante sus años en Ryerson y, a los cuarenta y pocos, había llegado a los ciento ocho kilos, demasiado para su metro sesenta y cinco. Pero Atkins le había ayudado a desprenderse del peso sobrante y se había mantenido en setenta y nueve kilos durante décadas. Mientras los demás disfrutaban de puré de patatas con ajo y roast beef esa noche, él se había servido dos platos de habichuelas verdes.

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