Orson Card - Las naves de la Tierra

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Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián.
Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil.
De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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—Entonces soy una segunda opción —dijo Nafai.

(Primera opción. Porque Elemak es incapaz de reconocer un propósito más alto que su propia ambición. Es mucho más inválido que Issib.)

Nafai volaba hacia el sur. La paritka flotaba a poca distancia del suelo, encontrando automáticamente una ruta sin obstáculos con una celeridad que para Nafai era inconcebible. Pero no le interesaba esa máquina milagrosa, y sólo buscaba una distracción para contener el llanto. Pues ahora, al concentrarse en la gente de Dostatok y no en la tarea de restaurar una nave estelar, «recordaba» cosas que jamás había sospechado. Las luchas y sacrificios que Zdorab y Shedemei habían afrontado por amor. Él odio glacial que Vas sentía por Obring y Sevet y, desde Shazer, por Elemak. El profundo autodesprecio de Sevet. La aflicción de Luet y Hushidh al ver que sus esposos los trataban cada vez más como Elemak trataba a su mujer, y menos como amigas.

Issib, que en todo depende de Hushidh; es vergonzoso que considere que su esposa no es su compañera y su igual en todas las tareas. Y es aún más vergonzoso, cuando mi esposa es la más grande de las mujeres, al menos tan sabia como yo, que yo la haya hecho sentir de ese modo cuando me marché.

Pues había visto sus corazones por dentro, y esa visión no dejaba margen para el odio. Sí, sabía que Vas llevaba la muerte en el corazón, pero también «recordaba» el sufrimiento que había padecido cuando lo humillaron Sevet y Obring. Aunque la humillación no justificara el homicidio, Nafai podía ver el mundo desde los ojos de Vas, y después de eso era imposible odiarlo. Impediría que él obtuviera su venganza, sí, pero aun entonces comprendería.

Tal como comprendía a Elemak. Comprendía cómo era él mismo visto a través de los ojos de Elemak. Si hubiera sabido, pensó Nafai. Si hubiera visto las cosas que hice para ganarme su odio.

(No seas tonto. Él odiaba tu inteligencia. Odiaba que te gustara ser inteligente. Odiaba tu voluntaria obediencia a tu padre y tu madre. Odiaba hasta tu admiración por él. Te odiaba por ser tú mismo, porque eras tan parecido a él, pero tan diferente. Sólo muriendo joven habrías podido evitar que te odiara.)

Nafai comprendía esto, pero eso no cambiaba nada. Saber lo que sabía no cambiaba el hecho de que hubiera querido que las cosas fueran diferentes. Ansiaba que Elemak lo mirase y dijese: «Bien hecho, hermano. Estoy orgulloso de ti.» Más que de Padre, Nafai necesitaba oír estas palabras de labios de Elemak. Y nunca lo conseguiría. Hoy, a lo sumo, obtendría una adusta obediencia. Lo peor sería la muerte de Elya.

—No quiero matarle —susurró Nafai, una y otra vez.

(Si no quieres hacerlo, no lo harás.)

Y luego, una y otra vez, los pensamientos de Nafai volaron hacia Luet. Ah, Luet, ¿por qué necesité este manto para comprender lo que te estaba haciendo? Tú trataste de advertirme. Cariñosamente, al principio, y luego con furia, pero el mensaje era el mismo: Me estás lastimando. Estás perdiendo mi confianza. Por favor no lo hagas. Pero no supe oír. Sólo me interesaba ser el mejor cazador, vivir una vida viril entre hombres, y olvidé que antes de ser un hombre, tú me cogiste la mano y me condujiste al Lago de las Mujeres; no sólo me salvaste la vida, sino que me diste un lugar ante el Alma Suprema. Todo lo que soy, todo lo que tengo, mi yo, mis hijos, lo recibí de tus manos, Luet, y te recompensé en forma vergonzosa.

(Estás por llegar. Domínate.)

Nafai recobró la compostura. Sentía la actividad del manto en su interior, sanando la irritación que le habían causado las lágrimas en la piel que le rodeaba los ojos. Pronto no hubo rastros de llanto en su rostro.

¿Así ha de ser? ¿Mi rostro será una máscara, porque uso este manto?

(Sólo si quieres que así sea.)

Nafai «recordó» adonde habían ido Elemak y Mebbekew, para tenderle una emboscada. Vas y Obring estaban de vuelta en la aldea, asegurándose de que todos permanecieran en sus casas. Elya y Meb aguardaban, arco en mano, para matar a Nafai.

Al principio Nafai había pensado en sortearlos y evitar que le vieran.

Luego pensó en pasar a tal velocidad que no pudieran dispararle. Pero ninguna de ambas decisiones sería útil. Tenían que ponerse en evidencia. Tenían que dispararle las flechas sin provocación.

—Que me disparen —dijo Nafai—. Ayuda a Meb con su puntería, pues nunca lo conseguirá sin tu ayuda. Cálmalo, ayúdalo a concentrarse. Que ambas flechas me acierten.

(El manto no detiene el dolor.)

—Pero me sanará, una vez que me arranque las flechas, ¿verdad?

(En efecto. Pero no esperes milagros.)

—Todo esto es un milagro —dijo Nafai—. Ayuda a que Elemak le yerre a mi corazón, si esto te preocupa.

Elemak le erró a su corazón, pero no por mucho. Nafai aminoró la velocidad para que pudieran apuntarle. Vio, sólo un instante después que el Alma Suprema, que la paritka los asustaba, que Meb perdía el temple y casi soltaba el arco para darse a la fuga. Pero Elemak no vaciló, y ordenó a Meb que permaneciera en su puesto, y ambos apuntaron y dispararon.

Nafai sintió que las flechas le perforaban el cuerpo. La de Elemak le atravesó el pecho, la de Meb el cuello.

La segunda flecha fue más dolorosa, la primera más peligrosa. El dolor era desgarrador, y Nafai estuvo a punto de desmayarse.

(Despierta. Tienes mucho que hacer para dormirte en este momento.)

Duele, duele, gritó Nafai en silencio.

(Fue tu plan, no el mío.)

Pero era el plan atinado, y Nafai no se arrancó las flechas hasta que la paritka lo llevó al centro de la aldea. Como había esperado, Vas y Obring se aterraron cuando la paritka descendió para flotar sobre la hierba del lugar de reunión. Nafai estaba echado en el asiento, una flecha en el pecho, otra en la garganta.

Luet, llamó Nafai en silencio. Ven a sacarme las flechas. Que todos vean que fui víctima de una emboscada. Que no llevaba armas. Debes hacer tu parte.

Era como ver por los ojos de Luet. La intimidad que casi lo había enloquecido, cuando tiempo atrás había recibido la visión de su padre, ahora era más fácil de sobrellevar, pues el manto lo protegía de los aspectos más confusos de los recuerdos grabados del Alma Suprema. Veía claramente lo que veían los ojos de ella, pero sólo recibía indicios de sus sentimientos, y casi nada de ese fluir de la conciencia que antes lo había enloquecido.

Luet se emocionó al verle, y se consternó al verlo atravesado por las flechas. Cuánto me ama, pensó Nafai. ¿Alguna vez sabrá cuánto la amo a ella?

Luet gritó.

—¡Salid todos, y mirad!

Casi de inmediato se oyó la voz de Elemak a lo lejos.

—¡Quedaos en vuestra casa!

—¡Todos! —exclamó Luet—. ¡Ved como han tratado de asesinar a mi esposo!

Adultos y niños salían de las casas en tropel. Muchos gritaron al ver a Nafai atravesado por las flechas.

—Mirad… ni siquiera llevaba su arco —les dijo Luet—. ¡Le han disparado sin provocación!

—¡Mentira! —gritó Elemak, entrando en la aldea—. ¡Me imaginé que intentarían algo como esto! Nafai mismo se clavó las flechas, para que pareciera un ataque.

Zdorab y Volemak la acompañaban ahora, y fueron ellos quienes extrajeron las flechas. Tuvieron que partir la del cuello, y sacarla por la punta. La flecha de Elemak le desgarró el pecho al salir. Nafai sentía la sangre que manaba de ambas heridas, y todavía le resultaba imposible hablar, pero también sentía la actividad curativa del manto en su interior, impidiendo que las heridas lo mataran.

—No permitiré que nos culpen por esto —dijo Elemak—. Nafai es un experto en hacerse la víctima.

Pero Nafai notó que nadie se creía las mentiras de Elemak, salvo Kokor y Dol, que no tenían muchas luces y eran fáciles de engañar.

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