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Orson Card: Las naves de la Tierra

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Orson Card Las naves de la Tierra

Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián. Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil. De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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Conque Nafai había partido en busca de un lugar inexistente, y sólo esa mañana había franqueado las barreras. Una vez que un ser humano llegaba dentro, la barrera desaparecía, y ahora Nafai caminaba entre las antiguas naves estelares, mientras Issib y Zdorab exploraban el índice buscando cosas que nadie había buscado antes.

—Este es el lugar del desembarco —explicó Padre—. Estamos viviendo en el lugar de la primera ciudad, la colonia humana más antigua de Armonía. Más antigua que las Ciudades de las Estrellas, más antigua que Basílica.

—Aquí no había ninguna ciudad cuando llegamos —dijo Obring.

—Pero este lugar —dijo Padre—. Con nosotros la especie humana ha completado el círculo. En este momento Nafai camina donde nuestros antiguos padres pisaron por primera vez el suelo de Armonía.

Patrañas románticas, pensó Elemak. Era muy posible que Nafai estuviera durmiendo una siesta bajo el sol del mediodía. El índice era sólo un recurso de los débiles de ese grupo para dominar a los fuertes.

—Ya sabéis lo que esto significa, por cierto —dijo Padre.

—Significa —dijo Elemak— que gracias a los presuntos conocimientos que cierta gente que no tiene nada mejor que hacer obtuvo en una esfera de metal, nuestras vidas sufrirán nuevos trastornos.

Padre lo miró sorprendido.

—¿Trastornos? —preguntó—. ¿Para qué crees que vinimos aquí, sino para prepararnos para el viaje a la Tierra? El Alma Suprema estaba atrapada en un bucle de realimentación, eso es todo, y Nyef logró penetrar y liberarla. El trastorno ha terminado, Elya.

—No finjas que no sabes a qué me refiero —dijo Elemak—. Aquí tenemos muchas cosas. Una buena vida. En muchos sentidos, una vida mejor que la que hubiéramos tenido en Basílica, aunque a Obring le cueste creerlo. Ahora tenemos familias, tenemos esposas e hijos, y nuestras vidas son satisfactorias. Trabajamos duramente, pero somos felices, y aquí hay espacio para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos durante mil años y más. No tenemos enemigos, no corremos peligro al margen de los accidentes normales de la vida. Y me dices que éste es el trastorno, mientras que perder el tiempo tratando de subir al espacio es lo normal. Por favor, no insultes nuestra inteligencia.

Elemak pudo intuir fácilmente quiénes lo respaldaban. Mientras pintaba el cuadro de lo que significaría todo esto, vio que Meb, Vas y Obring asentían adustamente, y que sus esposas los apoyarían. Más aún, notó que había sembrado ciertas dudas en algunos de los demás. Zdorab y Shedemei tenían una expresión vacilante, y aun Luet miró a sus hijos cuando Elemak mencionó que sus vidas eran satisfactorias, que no corrían peligro, que podían tener un futuro prometedor en Dostatok.

—No sé qué encontró Nafai, siempre que haya encontrado algo —continuó Elemak—. En verdad no me importa. Nyef es buen cazador y un joven brillante, pero no es el indicado para guiarnos hacia un insidioso peligro utilizando naves estelares de cuarenta millones de años. Mi familia y yo no permitiremos que mi hermanito nos haga perder tiempo en la tonta realización de un proyecto imposible. Cuando mató a Gaballufix, Nyef nos obligó a abandonar Basílica como fugitivos. Le he perdonado eso, pero no perdonaré que trastorne nuevamente nuestra vida.

Elemak mantenía un semblante calmo, pero era lo único que podía hacer para contener su sonrisa mientras Luet intentaba débilmente absolver a su esposo de toda culpa por la muerte de Gaballufix. Sus palabras no importaban. Elemak sabía que había logrado su propósito con el primer golpe. Nafai estaba desacreditado aun antes de regresar. Por su culpa abandonamos la ciudad; lo perdonamos por eso, pero nada que él diga cambiará nuestro actual modo de vida. Elemak había ofrecido una justificación razonable para resistirse a esta última maniobra de las mujeres y su pequeño títere. La prueba de su éxito era el hecho de que ni Padre ni Madre —nadie, salvo Luet— preparaba una defensa, y ella se había desviado en su afán de justificar la muerte de Gaballufix. La idea de las naves estelares y la comarca oculta se había olvidado.

Hasta que Oykib se presentó en el lugar de reunión.

—Qué vergüenza —dijo—. Todos vosotros. Callaron, todos excepto Rasa.

—Querido Okya, ésta es una conversación de adultos.

—También tú deberías avergonzarte. ¿Habéis olvidado que vinimos aquí impulsados por el Alma Suprema? ¿Habéis olvidado que si tenemos un lugar perfecto para vivir es porque el Alma Suprema lo preparó? ¿Habéis olvidado que el único motivo por el cual no había aquí diez ciudades era que el Alma Suprema ahuyentó a toda la gente, salvo a nosotros?

Tú, Elemak, ¿habrías podido encontrar este lugar? ¿Habrías sabido conducir a la familia a través de las aguas y por la isla hasta aquí?

—¿Qué sabes de todo esto, niño? —dijo desdeñosamente Elemak, procurando arrebatar el control a ese mocoso.

—No, no habrías sabido —dijo Oykib—. Ninguno de vosotros sabía nada y ninguno de nosotros tendría nada si el Alma Suprema no nos hubiera escogido y traído aquí. Yo ni siquiera había nacido cuando sucedieron muchas de estas cosas, y era un bebé durante casi todo el resto. ¿Entonces por qué yo recuerdo, cuando los adultos, mis hermanos mayores y más sabios, mis padres, parecen haber olvidado?

Su voz aguda sacaba de quicio a Elemak. ¿Qué sucedía aquí? Sabía neutralizar a todos los adultos, pero no había previsto que también debería habérselas con el nuevo hijo de Padre y Rasa.

—Siéntate, niño —dijo Elemak—. Te has metido en aguas peligrosas.

—Todos nos hemos metido en aguas peligrosas —dijo Luet—. Pero sólo Oykib parece haber recordado cómo se nada.

—Sin duda tú le enseñaste lo que debía decir —dijo Elemak.

—Claro, exactamente —dijo Luet—. Como si alguno de nosotros supiera de antemano lo que dirías tú. Aunque era previsible. Pensé que estas cuestiones se habían zanjado tiempo atrás, pero debimos saber que nunca abandonarías tu ambición.

—¡Yo! —exclamó Elemak, levantándose de un brinco—. No soy yo quien inventó esa visita a una ciudad invisible, sobre la cual sólo tenemos los presuntos informes de una esfera de metal que sólo vosotros podéis interpretar.

—Si apoyaras la mano en el índice —dijo Padre—, él te hablaría con gusto.

—No quiero oír nada de un ordenador —dijo Elemak—. Lo diré de nuevo. No arriesgaré la vida y la felicidad de mi familia por las presuntas instrucciones de un ordenador invisible que estas mujeres insisten en adorar como si fuera un dios.

Padre se puso de pie.

—Veo que estás dispuesto a dudar —dijo—. Tal vez fue un error compartir la buena nueva con todo el mundo. Tal vez debimos esperar el regreso de Nafai, y todos podríamos ir al lugar que él descubrió, y ver lo que ha visto. Pero pensé que no debían existir secretos entre nosotros, así que insistí en contar la historia ahora, para que después nadie dijera que no fue informado.

—Un poco tarde para aparentar franqueza, Padre —dijo Mebbekew—. Tú mismo dijiste que Nafai, cuando partió anteayer, buscaba ese lugar oculto, suponiendo que podía ser el sitio donde los primeros humanos habían desembarcado de sus naves estelares. En ese momento no pensaste en contárnoslo.

Padre miró de soslayo a Rasa, y Elemak vio confirmadas sus sospechas. El viejo bailaba al son de la melodía de su madre. Ella había querido guardar el secreto antes, y probablemente le hubiera aconsejado que también se callara ahora.

No obstante, era el momento para intervenir. Tenía que capturar un terreno alto, pues Oykib había debilitado su posición.

—No seamos injustos. Sólo hemos oído estas noticias sobre Nafai. Aún no tenemos que decidir ni hacer nada. Esperemos su regreso, y veamos cómo nos sentimos entonces. —Elemak se volvió hacia Oykib, quien permaneció de pie en medio del grupo—. En cuanto a ti, me enorgullece que mi penúltimo hermano demuestre tanto apasionamiento. Serás un verdadero hombre, Oykib, y cuando tengas edad suficiente para entender los problemas, en vez de seguir ciegamente lo que dicen otros, tu voz será escuchada en el consejo, te lo aseguro.

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