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Orson Card: Las naves de la Tierra

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Orson Card Las naves de la Tierra

Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián. Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil. De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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—Agradezco esa decisión —dijo Nafai.

(Ello significa que el deterioro ha vuelto a entrar en este lugar. Claro que no estaba del todo ausente. La barrera excluía la radiación más nociva, pero no toda. Hubo daños. Aquí nada estaba destinado a durar tanto tiempo. Pero ahora puedo investigarlo en vez de tropezar con los bloques de sistema del perímetro, y quizá pueda descubrir por qué funcionaba en círculos.

(O Issib y Zdorab pueden deducirlo. En este momento trabajan con el índice, y en cuanto atravesaste el perímetro, los bloqueos desaparecieron también para ellos. Les he mostrado todo lo que hiciste, y ahora están explorando las nuevas zonas de memoria abiertas para todos nosotros.)

—Entonces lo he conseguido —dijo Nafai—. Lo hice. He terminado.

(No seas tonto. Atravesaste la barrera, pero el trabajo apenas comienza. Ven a mí, Nafai.)

—¿A ti?

(Adonde yo estoy. Al fin me he encontrado, aunque hasta ahora nunca había pensado en buscarme. Ven a mí. Cruza esas colinas.)

Nafai buscó sus ropas y las encontró desparramadas. Ese viento que lo había echado a volar había arrancado fácilmente la ropa de abajo de las piedras. Lo que más necesitaba eran sus zapatos, para recorrer ese terreno pedregoso. Pero también quería el resto de la ropa, pues tarde o temprano regresaría a casa.

(Allá tengo ropas. Ven a mí.)

—De acuerdo, ya voy —dijo Nafai—. Pero déjame ponerme los zapatos, aunque creas que no los necesito.

Se puso los pantalones y se echó la túnica sobre la cabeza mientras caminaba. El arco. Buscó el arco y no desistió hasta que encontró un fragmento y comprendió que el viento lo había destrozado. Tenía suerte de que no hubiera hecho lo mismo con sus huesos. Al fin enfiló hacia la dirección que el Alma Suprema le indicaba en la mente. Caminó una media hora, despacio, pues tenía el cuerpo dolorido. Al final cruzó la última colina y vio una concavidad de dos kilómetros de diámetro. En el centro, seis torres inmensas asomaban sobre el suelo.

Reconoció de inmediato las naves estelares.

Supo que la información venía del Alma Suprema, junto con muchos datos sobre las naves. Lo que veía eran corazas protectoras sobre la punta de las naves, y aun así, sólo un cuarto de cada nave asomaba encima del suelo. El resto estaba bajo tierra, protegido y conectado con los sistemas de Vusadka. Supo, sin tener que pensar en ello, que el resto de Vusadka también era subterráneo, una vasta ciudad electrónica consagrada a mantener al Alma Suprema. Del Alma Suprema sólo se veían los platos cóncavos que apuntaban al cielo, comunicándose con los satélites que eran sus ojos y oídos, sus manos y dedos en el mundo.

(Durante todos estos años, he olvidado cómo verme, he olvidado qué aspecto tenía. Sólo recordaba lo suficiente para activar ciertas tareas, y para traerte a Dostatok. Cuando las tareas fallaban, comenzaba a operar en círculos. No podía ayudarme porque no sabía dónde buscar la causa. Ahora Zdorab, Issib y yo hemos visto el lugar. Mi memoria se ha deteriorado. Cuarenta millones de años de desintegración atómica y radiación cósmica han dejado sus cicatrices. La redundancia de mis sistemas ha compensado prácticamente todos los fallos, pero no el daño sufrido por sistemas primitivos que yo no podía examinar porque estaban ocultos. He perdido la capacidad de controlar mis robots. No estaban destinados a durar tanto tiempo, ni siquiera en un lugar sin oxígeno. Mis robots me estaban comunicando que habían concluido sus chequeos de seguridad en los sistemas del interior de la barrera pero, cuando intenté abrir el perímetro, el sistema se rehusó porque los chequeos de rutina no estaban terminados. Así que inicié nuevamente los chequeos de seguridad, y los robots de nuevo me informaron que estaban concluidos, y así sucesivamente, y yo no podía descubrir el bucle porque todo ello estaba para mí en un nivel reflejo, como los latidos del corazón para. ti. No, aún menos obvio. Se parece más a la producción de hormonas en las glándulas que hay dentro de tu cuerpo.)

—¿Qué habría pasado si hubieras podido salir del bucle? —preguntó Nafai.

(Si hubiera podido encontrarme, habría reconocido el problema y te habría traído aquí de inmediato.)

—¿Es decir que habrías podido eliminar la barrera?

(No habría sido necesario. Eliminarla estaba dentro de tu poder. Para eso era el índice.)

—¡El índice!

(Si hubieras traído el índice contigo, no habrías encontrado resistencia en ningún punto, ni aversión mental. Y al tocar la barrera física con el índice, se habría disuelto poco a poco, evitando esa ventolera que sólo sirvió para llenar el aire de polvo.)

—Pero nunca nos dijiste que el índice era capaz de eso.

(No lo sabía. No podía saberlo. Sólo sabía que quien viniera a las naves estelares debía traer el índice. Entonces, al completarse los chequeos de segundad, el sistema perimétrico habría abierto todo y yo habría comprendido qué se necesitaba y te podría haber dicho lo que necesitabas tú.)

—Entonces mi sofocación y mis porrazos no fueron un estúpido desperdicio de perfecto pánico.

(Tu intrusión fue lo único que me permitió salir del bucle. He leído la memoria del sistema perimétrico y me encanta el modo en que usaste a los mandriles para llegar.)

—¿Pero no me mostraste eso en mi sueño? ¿Que yo necesitaba seguir un mandril para atravesar la barrera?

(¿Sueño? Oh, ahora recuerdo que soñaste. No, yo no te envié ese sueño.)

—¿Entonces fue el Guardián?

(¿Por qué buscar una fuente externa? ¿No crees que tu propio inconsciente es capaz de ofrecerte un sueño verdadero de cuando en cuando? ¿No estás dispuesto a admitir que tu propia mente resolvió el problema?)

Nafai no pudo contener una risa de satisfacción.

—¿Entonces fui yo?

(Fuiste tú. Pero no has terminado. Ven a mí, Nafai. Tengo trabajo para ti, y herramientas para ello.)

Nafai bajó por la colina hacia el valle de Vusadka. El lugar del desembarco. El lugar donde los humanos habían hollado por primera vez el suelo de Armonía, y donde los primeros colonos habían instalado el ordenador que protegería a sus hijos de la autodestrucción durante tantos años que ellos creerían que la protección era eterna.

Pero no sería eterna. Ya estaba desapareciendo. Y ahora Nafai caminaba entre las torres de las naves estelares, el primer ser humano que seguía esos pasos desde que habían construido ese lugar. No sabía qué le pediría ahora el Alma Suprema, pero él obedecería y, cuando hubiera concluido, los seres humanos retornarían a la Tierra.

10. CAPITÁN

Volemak y Rasa convocaron a la comunidad en cuanto Zdorab e Issib les informaron lo que habían aprendido en el índice. Hacía mucho tiempo que no se llamaba a reunión sin que Elemak supiera de antemano de qué se trataba. Eso le preocupó. En cierto modo lo asustó, pero como no podía convivir con la noción de miedo, lo interpretó como furia. Estaba furioso porque llamaban a reunión sin su conocimiento, sin que Padre le hubiera pedido consejo. Eso le sugería que la reunión era una maniobra de Rasa, que las mujeres se habían confabulado para excluirlo. Algún día esa arpía iría demasiado lejos, pensó Elemak, y entonces sabría qué eran realmente el poder y la fuerza, y que ella no los tenía.

Este era el filtro de interpretación por el cual Elemak recibió Ja noticia de la mañana. Chveya y Luet habían soñado. Ah sí, las mujeres tratando de reafirmar su liderazgo espiritual, la vidente y su bien entrenada hija buscando el viejo dominio que Luet poseía en Basílica. Y luego Nafai, Issib y Zdorab habían explorado el índice en busca de información, y Nafai —claro, tenía que ser el esposo de Luet, el niño favorito del Alma Suprema— había encontrado un lugar secreto que ninguno de ellos había visitado en sus cacerías. ¡Pamplinas! Elemak había recorrido cada palmo de esos parajes en sus cacerías y exploraciones. No existía ningún lugar oculto.

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