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Orson Card: Las naves de la Tierra

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Orson Card Las naves de la Tierra

Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián. Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil. De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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¿Podré seguir mi mano por la pared?

Empujó, y pudo meter el brazo. Pero cuando quiso meter el pecho, se atascó. Cuando se volteó buscando un ángulo más favorable, su cabeza también chocó contra la barrera y se detuvo.

¿Y si me quedo aquí para siempre, mitad dentro y mitad fuera?

Se retiró alarmado, y el brazo salió fácilmente. Sintió cierta resistencia, pero ningún dolor, y nada quiso retenerlo. En pocos instantes quedó libre.

Se tocó el brazo y la mano que habían estado del otro lado y no encontró ningún problema. Aquello que impedía que la vida medrara del otro lado no lo había matado aún. Si era un veneno, no era inmediato, y por cierto no era la barrera misma.

Reseñó las reglas que había aprendido. Tenía que ser piel desnuda. Tenía que golpear con cierta fuerza. Y si quería que pasara todo su cuerpo, tendría que golpear con todo el cuerpo al mismo tiempo.

Se quitó la ropa, la plegó y la puso sobre el arco y las flechas. Luego apiló algunas piedras encima para que no se volara. Esperaba necesitar de nuevo esa ropa.

Pensó en brincar de cabeza contra la barrera, pero no le gustaba la idea. Al golpearla con el puño había sido como pegarle a una pared, y no le gustaba hacer lo mismo con la cara o la entrepierna. Tampoco sería maravilloso hacerlo de espaldas, pero era el menor de dos males.

Caminó unos pasos a lo largo de la barrera hasta llegar a un sitio donde había un declive. Subió, respiró profundamente, susurró un adiós a su familia, corrió cuesta abajo. Pronto corría sin poder frenar, pero cuando se aproximó a la pared clavó un pie y giró para chocar de plano contra la barrera.

No fue lo que consiguió. Sus nalgas pasaron primero, y luego los muslos y el cuerpo, hasta los hombros. Los brazos y la cabeza quedaron fuera de la barrera, mientras sus pies caían y chocaban con el suelo pedregoso del otro lado. Le dolían los talones, pero no le importaba, porque ahí estaba, el cuerpo dentro, los brazos y la cabeza fuera.

Tengo que regresar fuera, pensó, e intentarlo de nuevo.

Demasiado tarde. En pocos momentos sus hombros quedaron dentro. Estaba atascado como antes, sin lograr que el cuerpo siguiera a los brazos. La principal diferencia era que esta vez tenía la cabeza fuera de la pared, y la barbilla y los oídos parecían reacios a seguirlo adentro, porque necesitaba todo el peso de su cuerpo para zafarse, y no podía lograrlo con la barbilla atascada en la pared.

Debe ser el modo más estúpido de morir que se ha descubierto, pensó Nafai.

Recuerda tus clases de geometría, se dijo. Y de anatomía. Mi barbilla puede estar en ángulo demasiado agudo respecto de mi cuello par salir, pero encima de mi cabeza hay una curva continua. Si puedo empujar la barbilla hacia delante y la cabeza hacia atrás… siempre que no me arranque las orejas… pero pueden flexionarse, ¿o no?

Lenta y laboriosamente, echó la cabeza hacia atrás y notó que se movía. Puedo lograrlo, pensó. Y luego será fácil con los brazos.

La cabeza salió de inmediato, y su cara quedó del lado de dentro. Sólo le faltaba sacar los brazos.

Pensaba hacerlo enseguida, después de un breve descanso, pero mientras descansaba, jadeando por el esfuerzo, advirtió que su necesidad de respirar aumentaba. Se estaba sofocando, incluso mientras aspiraba ese aire de olor extraño.

Sí, aire de olor extraño, seco fresco, y no obtenía oxígeno. Mientras sentía el pánico de la sofocación, su mente racional advirtió lo que tendría que haber comprendido desde un principio. El motivo por el cual no había ninguna criatura viviente dentro de la barrera era la ausencia de oxígeno. Era un lugar diseñado para evitar todo deterioro, y el deterioro más rápido siempre se asociaba con la presencia del oxígeno, o el oxígeno unido al hidrógeno para tomar agua. No podía haber vida, y en consecuencia ni siquiera microbios que carcomieran las superficies; ni agua que se condensara, se congelara o circulara, ni oxidación de los metales. Y si la atmósfera no soportaba formas de vida anaeróbica, habría pocos elementos dentro de la barrera que causaran deterioro, salvo la luz solar, la radiación cósmica y la desintegración atómica. La barrera estaba destinada a preservar todo lo que hubiera en su interior, para que durase cuarenta millones de años.

La súbita comprensión del propósito de la barrera no fue un consuelo, pues su mente racional ya no estaba al mando. En cuanto notó que no podía respirar, sus manos, que todavía asomaban por la barrera, intentaron aferrar el aire en un desesperado esfuerzo por liberarlo de su atasco. Pero estaba en la misma situación que antes, fuera, cuando sólo un brazo había atravesado la pared. Podía hundir los brazos en la barrera, pero cuando su rostro y su pecho llegaban a la pared, no podía seguir avanzando. Sus manos podían tocar el aire respirable del otro lado, pero nada más.

Impulsado por el miedo, golpeó la cabeza contra la barrera, pero no tenía suficiente apoyo —a pesar del pánico— para atravesarla y llegar al aire respirable. Estaba a punto de morir. Nuevamente golpeó la pared con la cabeza, con más fuerza.

Tal vez con el último golpe se aturdió, o tal vez se estaba debilitando por falta de oxígeno, o perdiendo el equilibrio. De un modo u otro, cayó hacia atrás, y la resistencia de la barrera amortiguó la caída mientras los brazos se deslizaban por la pared invisible.

Esto está bien, pensó Nafai. Si logro llegar adonde la cuesta va hacia el otro lado, puedo correr hacia la barrera y atravesarla otra vez, aunque esta vez con la cara hacia delante. Pero aun mientras elaboraba este plan optimista, sabía que no funcionaría. Había pasado demasiado tiempo tratando de atravesar la barrera, y había agotado demasiado oxígeno de su cuerpo, y no podría trepar otra colina y correr cuesta abajo antes de desmayarse.

Sus manos se liberaron y cayó hacia delante en el suelo pedregoso. Debió de ser un golpe muy fuerte, pues le sonó como un trueno. Y luego el viento le abofeteó el cuerpo, levantándolo, haciéndolo rodar, retorciéndolo.

Mientras jadeaba en el viento, notó que milagrosamente volvía a respirar. Estaba aspirando oxígeno. También se estaba magullando mientras el viento lo arrastraba de aquí para allá. Sobre las piedras. Sobre la hierba.

La hierba.

El viento se había reducido a una brisa. Nafai abrió los ojos. Se había desplazado sin ton ni son, unos cincuenta metros. Tardó un rato en orientarse. Pero, tendido en la hierba, supo que estaba fuera de la barrera. ¿El viento era otro mecanismo de defensa para expulsar a los intrusos? Sus rasguños y magulladuras respaldaban esa interpretación. Aún veía fantasmas de polvo girando a lo lejos, sobre la tierra muerta.

Se levantó y caminó hacia la barrera. Trató de tocarla, pero no estaba. Había desaparecido.

Esa era la causa del viento. Atmósferas que no se habían mezclado en cuarenta millones de años se habían combinado repentinamente, y la presión no había sido igual en ambos lados de la barrera. Fue como el reventón de un globo, y Nafai había volado de aquí para allá como un trozo de globo.

¿Por qué había desaparecido la barrera?

Porque un humano la había atravesado por completo. Porque si la barrera no hubiera bajado, él habría muerto.

Nafai creyó oír la voz del Alma Suprema.

(Sí, estoy aquí, tú me conoces.)

—¿Yo destruí la barrera?

(No, yo lo hice. En cuanto la atravesaste totalmente, el sistema perimétrico me informó que un ser humano lo había penetrado. De inmediato fui consciente de partes de mí que me habían estado ocultas durante cuarenta millones de años. Podía ver todas las barreras, supe de inmediato su historia y comprendí su propósito y cómo controlarlas. Si hubieras sido un intruso muy obcecado que no debía estar allí, yo habría ordenado a los sistemas perimétricos que te dejaran morir, e inmediatamente me habrían sido ocultados una vez más. Eso sucedió en dos ocasiones, en todos estos años. Pero tú eras el que yo deseaba traer aquí, y la barrera ya no tenía propósito. Ordené derribarla, para que este lugar tuviera oxígeno.)

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