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Orson Card: Las naves de la Tierra

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Orson Card Las naves de la Tierra

Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián. Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil. De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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(Confía en mí.)

—Sí, claro. Siempre lo hice, ¿verdad?

(Abre la puerta.)

Nafai abrió la puerta y entró en una habitación tenuemente iluminada. La puerta se cerró, anulando gran parte de la luz. Pestañeando, Nafai pronto se acostumbró a la penumbra y vio que en medio de la habitación, colgando en el aire sin un soporte visible, había un bloque de… ¿qué era, hielo?

(En gran medida es agua.)

Nafai se acercó, lo tocó. Su dedo se hundió fácilmente.

(Como dije, agua.)

—¿Pero cómo conserva esta forma? —preguntó Nafai—. ¿Cómo flota en el aire?

(¿Para qué explicártelo, cuando dentro de pocos instantes esa memoria te pertenecerá con sólo pensar en ello?)

—¿A qué te refieres?

(Atraviesa el agua y saldrás vestido con el manto de capitán. Cuando esté en su lugar, ligado a ti, todos mis recuerdos serán tuyos, como si te hubieran pertenecido siempre.)

—Una mente humana no podría albergar tanta información. Tu memoria incluye cuarenta millones de años de historia.

(Ya verás.)

—Tener la memoria y la visión de Padre en la mente casi me enloqueció. ¿Ahora no sucederá lo mismo?

(Estaré contigo como nunca antes.)

—¿Pero todavía seré yo mismo? (Serás más tú mismo que nunca.)

—¿Tengo alternativa?

(Sí. Puedes optar por rehusarte. Entonces traeré a otra persona, y ella atravesará el agua, y ella será capitana.)

—¿Capitana? ¿Luet?

(¿Qué importancia tiene? Una vez que hayas escogido no ser capitán, ¿qué derecho tienes a inquirir quién será tu sustituto?)

Nafai, mirando el milagroso bloque de agua que descansaba en el aire, pensó: Esto es menos peligroso que atravesar la barrera, y logré hacer eso. También pensó: ¿Soportaré obedecer a otro capitán, sabiendo que yo pude haberlo sido, y me negué? Además, hasta ahora he confiado en el Alma Suprema. He matado por ella, casi he muerto por ella. ¿Ahora me negaré a aceptar el liderazgo en este viaje?

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

(¿No lo sabes? ¿No recuerdas que Luet te describió su visión?)

Sólo ahora, ante las palabras del Alma Suprema, Nafai recordó lo que había dicho Luet, que le había visto hundirse en un bloque de hielo y salir reluciente y chispeante. Había pensado que tendría un sentido metafórico, pero aquí estaba el bloque de hielo.

—Debo hundirme desde arriba —dijo Nafai—. ¿Cómo me pongo encima?

Al instante una bandeja de un metro de anchura se deslizó hacia él por el suelo. Nafai comprendió que debía subirse, pero nada sucedió cuando lo hizo.

(Tu ropa se interpondrá.)

Nafai se desnudó por segunda vez ese día. Al hacerlo recordó todos los rasguños y magulladuras que había sufrido cuando lo azotó el viento. Desnudo, se plantó de nuevo sobre el disco, que de inmediato se elevó en el aire y lo llevó hacia el bloque de hielo.

(Pisa el agua. Te sostendrá como un suelo.)

Como su dedo había penetrado tan fácilmente en el costado del bloque, Nafai tenía sus dudas, pero hizo lo que le decían. Pisó la superficie del hielo. Era lisa, pero no resbaló; como la superficie de la barrera, parecía moverse en todas las direcciones al mismo tiempo.

(Acuéstate de espaldas.)

Nafai se acostó. La superficie que lo sostenía onduló, y él comenzó a hundirse en el agua. Comprendió que pronto le cubriría la cara. No podría respirar. El recuerdo de su reciente sofocación aún estaba fresco. Trató de resistirse.

(Paz. Sueño. No te faltará aire, ni nada más. Sueño. Paz.)

Y Nafai se durmió mientras se hundía en el agua.

Elemak se sorprendió de ver a Shedemei a su puerta. Todo era posible, por cierto, y tal vez ella hubiera ido para unírsele. Pero lo dudaba. Era mucho más probable que estuviera allí para tratar de negociar algún acuerdo en nombre de Rasa. En cuyo caso no era mala elección como emisaria. Elemak no tenía nada contra ella, y Shedemei no tenía incómodos lazos familiares. Además, ella y Zdorab se habían puesto de pie al final de la reunión, acatando la autoridad de Elemak. Valía la pena escucharla.

La hizo entrar y la invitó a sentarse a la mesa, junto con Meb, Obring y Vas.

Elemak se sentó frente a ella y esperó. Que ella hable primero, así sabré a qué atenerme.

—Todos me aconsejaron que no viniera a verte —dijo Shedemei—. Pero creo que te subestiman, Elemak.

—No es la primera vez —dijo Elemak.

Meb rió entre dientes. Eso molestó a Elemak. No sabía si Meb se reía de ellos, por haber subestimado a Elemak, o de Elemak, por lo que acababa de decir. Con Meb nunca se sabía cuándo estaba bromeando. Sólo que estaba bromeando a costa de alguien.

—Hay cosas importantes que aparentemente no entiendes —dijo Shedemei—. Y creo que necesitas saberlo todo para tomar decisiones prudentes.

Ah. Conque Shedemei había venido para mostrarle la «realidad». Bien, valía la pena escuchar. Cuando menos aprendería a dejarla mal parada en la próxima reunión. Le indicó que continuara.

—Esto no es una conspiración para arrebatarte tu autoridad.

Seguro, pensó Elemak. Comienzas por negarlo, y así me confirmas que eso es precisamente lo que pretendes.

—La mayoría de nosotros sabemos que eres el líder natural de este grupo y, con ciertas excepciones, estamos satisfechos con ello.

Oh, sí. «Ciertas» excepciones.

—Y hay más excepciones entre tus seguidores de las que te imaginas. Alrededor de esta mesa hay más odio y envidia por ti de las que jamás hubo entre quienes se reúnen en la Casa del índice.

—Ya basta —dijo Elemak—. Si has venido a sembrar la desconfianza entre los que procuramos proteger a nuestras familias de esos entrometidos, puedes marcharte.

Shedemei se encogió de hombros.

—He hablado, has oído, me importa poco lo que hagas con la información. Pero he aquí los hechos. La única persona con quien peleas ahora es el Alma Suprema.

Meb soltó una risotada. Shedemei no le prestó atención.

—El Alma Suprema ha obtenido acceso a las naves estelares. Se necesitará el esfuerzo de todos nosotros para rescatar componentes de cinco naves y dejar la otra en condiciones de volar. Pero se hará, con o sin tu aprobación. El Alma Suprema no permitirá que frustres sus planes, cuando ha llegado tan lejos.

A Elemak le divertía que Shedemei insistiera en referirse a ese ordenador inanimado como si fuera una persona, una mujer.

—Cuando regrese Nafai, vendrá vestido con el manto de capitán estelar. Es un ingenio que lo conecta casi a la perfección con la memoria del Alma Suprema. Sabrá mucho más sobre ti que tú mismo, ¿me comprendes? Y el manto también le dará otros poderes… un foco de energía, por ejemplo, en comparación con el cual el pulsador es un juguete.

—¿Me amenazas? —preguntó Elemak.

—Sólo te digo la verdad. El Alma Suprema escogió a Nafai porque él posee la inteligencia para pilotar la nave, la lealtad para servir su causa y la fuerza de voluntad que anuló una barrera supuestamente impenetrable y permitió que continuara la expedición. Si alguna vez hubieras mostrado una pizca de lealtad hacia la causa del Alma Suprema, tal vez te hubiera escogido a ti.

—¿Crees que estas patéticas adulaciones me conmoverán?

—No te estoy adulando. Ya lo he dicho… sé que eres el líder nato de este grupo. Pero has elegido no ser el líder de la expedición del Alma Suprema. Fue tu propia elección, tomada con toda libertad. En definitiva, cuando comprendas que has perdido el liderazgo de este grupo para siempre, sólo podrás culparte a ti mismo.

Elemak sintió un hervor de furia en su interior.

—Ni siquiera habrías sido la segunda opción —continuó Shedemei—. Existía la duda de que Nafai aceptara el manto, precisamente porque sabía que tú rechazarías su liderazgo. En ese punto el Alma Suprema escogió su segunda opción. Me preguntó si yo aceptaría el peso del liderazgo. Me dio más explicaciones que a Nafai acerca del funcionamiento y el poder del manto, aunque a estas alturas Nafai sin duda lo conoce todo. Acepté el ofrecimiento. Si no hubiera sido Nafai, habría sido yo. No tú, Elemak. No has perdido este noble puesto por poco. Ni siquiera competías, porque rechazaste al Alma Suprema desde el principio.

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