James Morrow - Remolcando a Jehová

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Remolcando a Jehova

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14 tazas de Borgoña

7 dientes de ajo

Marinar la carne en el vino y el caldo durante 4 horas. Sacar la carne y reservar la marinada. Dorar las cebollas en 3 sartenes gruesas y reservar. Dorar la carne en las mismas sartenes. Añadir la marinada, llevar a ebullición, tapar y hervir a fuego lento 2 horas. Volver a echar las cebollas a las sartenes, añadir los champiñones y los dientes de ajo y hervir a fuego lento, tapado, 1 hora más. Para 35 personas.

A pesar de todo, el pobre cocinero se preocupa por nuestra nutrición. Ha estado probando todo lo que se le ocurre, extrayendo selenio, yodo y otros minerales del mar de Gibraltar y mezclándolos en las recetas, pero no basta.

—Lo único que en realidad recibimos son grasas y proteínas —me dice—. Alguien que se esté recuperando de una hambruna necesita vitamina C, capitán. Necesita vitamina A, el complejo vitamínico B, calcio, potasio…

—Tal vez podríamos hacerle explotar el hígado —sugiero.

—Ya lo había pensado. Para llegar allá, habría que atravesar ochenta y cinco metros de la carne más dura del planeta, una excavación que podría durar al menos tres semanas.

No ha habido ningún brote de escorbuto en un barco mercante americano desde 1903, Popeye, pero puede que ese dato feliz esté a punto de cambiar.

Cuando la campana de la cena sonó por fin, un toque bajo de la sirena de niebla del Valparaíso, como un shofar [6] Cuerno que se sopla en la sinagoga durante el festival del Rosh Hashanah, que celebra el año nuevo judío (N. de la T.) anunciando el Rosh Hashanah, Neil Weisinger se miró las manos. Apenas las reconocía. Tenía las palmas llenas de ampollas como nidadas de huevos diminutos rojos. Un callo blanco le cubría la raíz de cada dedo.

Clavó la pala en la arena mojada, cogió su fiambrera de Bugs Bunny y se sentó. Le dolía la espalda. Tenía un dolor punzante en los brazos. A su alrededor, marineros sudorosos abrían sus fiambreras y cubos diversos y sacaban sus McNuggets, Cuartos de Libra y Filetes de Pescado, para devorarlos con fervor glotón. Estaban orgullosos de sí mismos. Se lo merecían. En apenas cuatro días y medio habían desmontado una montaña de trescientas mil toneladas y habían bajado el petrolero más grande del mundo al nivel del mar.

Neil dirigió la mirada hacia la cala. El sol poniente brillaba en el ojo de estribor de su cargamento. La bruma envolvía como un manto el archipiélago de los dedos de los pies. La marea llegó lánguidamente, susurrando debajo del casco del Valparaíso y salpicando la quilla. Se imaginó la luna como una especie de madre cariñosa que tapara con cuidado la costa sur de la isla con una manta de olas y siguió imaginándose esa tierna escena cuando, tras recoger la fiambrera, empezó su marcha pequeña y audaz alejándose del barco.

Se metió una mano en el bolsillo del pantalón y pasó el dedo por el borde estriado de la medalla de Ben-Gurion de su abuelo. Sabía que en cualquier momento su valor podía abandonarle. Con los nervios a flor de piel, se uniría a sus compañeros en la huida de aquel maldito lugar. Sin embargo, siguió caminando, pasando junto a las dunas carmesíes y los bidones de doscientos litros, los Volvos oxidados y los neumáticos Goodyear podridos, siguiendo la costa envuelta en brumas.

Más adelante, había una higuera mediterránea clásica, encaramada en una loma de arena y en cuanto Neil vio las ramas llenas de frutos, decidió no aventurarse más lejos. Ahí estaba: su Zarza Ardiendo privada, el sitio donde por fin se encontraría con la esencia incognoscible de YHWH, el mirador desde el que finalmente contemplaría al Dios de la guardia de las cuatro de la madrugada. Ascendió la loma y acarició el tronco. Frío, basto, duro. Una roca. Siguió explorando con las puntas de los dedos. Ramas, corteza, hojas, frutos: roca, todo, un árbol convertido en piedra, como la mujer de Lot se convirtió en sal. Daba igual. La cosa serviría.

Un hombre dijo:

—Asombroso.

Neil se dio la vuelta. El padre Thomas estaba a su lado, con unos tejanos negros y una cazadora amarilla y el sudor que le goteaba por debajo del panamá.

—¿Qué le pasó? —preguntó Neil.

—El mar de Gibraltar está lleno de minerales, así es como Follingsbee ha estado condimentando nuestras comidas. Sospecho que petrificaron las fibras.

Neil se sacó la camiseta de malla y, secándose la frente, miró hacia el sur. La luna estaba realizando su milagro hidráulico, inundando la cala con la marea y haciendo levitar al petrolero centímetro a centímetro.

—¿Sabe guardar un secreto, padre? Cuando el Val se marche esta noche, yo estaré junto a esta higuera.

—¿No vienes con nosotros? —el padre Thomas frunció el ceño, enredando sus cejas tupidas.

—Es lo que un cristiano llamaría un acto de contrición.

—Leo Zook estaba muerto antes de que sacaras la navaja —protestó el sacerdote—. Y en cuanto a Joe Spicer… fue en defensa propia, ¿no?

—Tengo una imagen en la cabeza, padre, una escena que se repite una y otra vez. Estoy en el tanque central número dos y lo único que tengo que hacer es alargar la mano y abrir la válvula de oxígeno de Zook. Un simple giro de la muñeca, nada más. —Neil abrazó el tronco inmortal—. Si pudiera volver atrás y hacerlo…

—Tenías el cerebro lleno de gas de hidrocarburo. Te estaba destrozando el juicio.

—Quizá.

—No podías pensar con claridad.

—Murió un hombre.

—Si te quedas aquí, tú morirás.

Neil arrancó un higo de piedra.

—Quizá sí, quizá no.

—Claro que morirás. No te puedes comer eso y nos vamos a llevar a Dios con nosotros.

—¿De verdad cree que nuestro cargamento es Dios?

—Es una pregunta difícil. Discutámoslo en el barco.

—Desde que tengo memoria, mi tía Sarah me ha estado diciendo que estoy atrapado dentro de mí, «Neil, el ermitaño, llevando a rastras su cueva privada adonde quiera que vaya», y ahora me voy a convertir en uno de verdad, un ermitaño igual que…

—No.

—… que Rabbi Shimon.

—¿Quién?

—Shimon bar Yochai. A finales del siglo II, Rabbi Shimon se metió en un agujero en el suelo y se quedó allí, y ¿sabe qué le ocurrió al final?

—Se murió de hambre.

—Compartió la esencia incognoscible del Creador. Encontró al En Sof.

—¿Quieres decir que vio a Dios?

—Vio a Dios. El Dios verdadero, sin forma y sin nombre, el Dios de la guardia de las cuatro de la madrugada, no ese King Kong de ahí.

—Que sepamos, esta isla loca podría volver a hundirse de pronto y regresar al sitio de donde vino. —El padre Thomas se quitó el panamá y se pasó una mano atrofiada por el pelo—. El caos es… caótico. Te ahogarás como una rata.

Neil pasó los dedos por la corteza de piedra.

—Si Él me perdona, me librará.

—Una acción así… es irresponsable, Neil. Hay gente en casa que se preocupa por ti.

—Mis padres han muerto.

—¿Y qué hay de tus amigos? ¿De tus parientes?

—No tengo amigos. Mis tías no me soportan. Adoraba a mi abuelo, pero murió hace… ¿cuánto?… seis años.

El sacerdote cogió una roca. La lanzó al aire, la cogió, la lanzó, la cogió.

—Seré sincero —dijo al final—. A este En Sof tuyo, yo también quiero conocerlo, en serio. —Se volvió a poner el sombrero, se lo caló hasta las mismas cejas—. A veces creo que mi iglesia cometió un error fatal al convertir a Dios en hombre. Amo a Jesucristo, de verdad, pero es demasiado fácil imaginarle.

—Entonces, ¿tengo su bendición?

—No, mi bendición no. Pero…

—¿Qué?

—Si esto es lo que te pide la conciencia…

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