—Claro, somos una civilización altamente tecnológica...
—Sin embargo —le interrumpió Sharps con voz firme, decidido a continuar—. Sin embargo, esos malditos estúpidos no dedican su atención diez minutos al día a la ciencia y la tecnología. ¿Cuántas personas saben lo que están haciendo? ¿De dónde proceden estas alfombras y las ropas que vestimos? ¿Qué hacen los carburadores? ¿De dónde salen las semillas de sésamo? ¿Lo sabe usted? ¿Lo sabe uno de cada treinta votantes? No dedicarán diez minutos al día a pensar en la tecnología que los mantiene vivos. No es de extrañar que el presupuesto de investigación haya sido recortado hasta quedarse en nada. Y eso tendremos que pagarlo. Un día necesitaremos algo que podría haberse creado años antes pero que no lo fue... —Se detuvo e inquirió—: Dígame, Harvey, ¿este programa suyo de televisión será algo importante o le dedicarán el presupuesto corriente de un programa científico?
—Será de primera —dijo Harvey—. Una serie sobre el valor del Hamner-Brown y, de paso, sobre el valor de la ciencia. Naturalmente, no puedo garantizar que la gente no prefiera ver reposiciones del show de Lucy Ball.
—Claro. Oh, gracias, Larry. Deja el café ahí mismo.
Harvey había esperado tazas de papel y café de máquina automática, pero el ayudante de Sharps trajo una reluciente cafetera termo, cucharillas de plata y servicio de azúcar y crema de leche en una bandeja de teca taraceada.
—Sírvase usted mismo, Harvey. Es un buen café. ¿Moka mezclado con Java?
—Exacto —dijo el ayudante.
—Muy bien. —Hizo un gesto para despedir al ayudante—. Harv, ¿por qué este súbito cambio de actitud en un medio de comunicación de masas?
Harvey se encogió de hombros.
—El patrocinador insiste en ello. Por cierto, el patrocinador es Jabones Kalva, empresa a cuyo frente se encuentra Timothy Hamner, el cual...
Un acceso de risa interrumpió a Harvey. El júbilo contorsionó el rostro delgado de Sharps.
—¡Magnífico! —exclamó, y a continuación pareció reflexionar—. Una serie. Dígame, Harv, si un político nos ayudara en el estudio, quiero decir nos ayudara mucho, ¿podría salir en la serie y obtener alguna publicidad favorable?
—Claro. Hamner insistiría en ello, y yo no tendría nada que objetar...
—Maravilloso. —Sharps alzó su taza de café—. Salud. Gracias, Harv, muchas gracias. Creo que nos veremos más.
Sharps esperó hasta que Harvey Randall hubo abandonado el edificio. Permaneció sentado, inmóvil, algo poco frecuente en él, y sintió la emoción en la boca del estómago. Aquello podría salir bien. Finalmente oprimió el botón del intercomunicador.
—Larry, ponme con el senador Arthur Jellison en Washington. Gracias.
Esperó con impaciencia hasta que sonó el teléfono.
—Ahora hablará contigo —le dijo su ayudante.
Sharps cogió el auricular.
—Aquí Sharps. —Tuvo que esperar de nuevo hasta que la secretaria le pasó al senador.
—Sí. Escucha, Art, tengo que hacerte una proposición. ¿Sabes lo del cometa?
—¿Cometa? Ah, el cometa. Es curioso que lo menciones. He conocido al tipo que lo descubrió. Resulta que es un contribuyente importante, pero nunca le había visto antes.
—Bien, escucha esto —dijo Sharps—: es importante, la oportunidad del siglo...
—Eso es lo que dijeron del Kahoutek...
—¡Al diablo con el Kahoutek! Oye, Art, ¿qué posibilidades tenemos de conseguir fondos para una sonda?
—¿Cuánto?
—Todo lo que podamos conseguir. El laboratorio puede remendar una caja negra no tripulada, algo que puede enviarse en un proyectil Thor-Delta...
—No hay problema. Puedo conseguírtelo —dijo Jellison.
—Pero eso no es todo lo que podemos conseguir. Lo que necesitamos es una sonda tripulada, digamos un par de hombres en un Apolo con cierto equipo en lugar de un tercer tripulante. Art, ese cometa va a pasar muy cerca. Desde ahí arriba podríamos obtener buenas fotografías, no sólo de la cola y la cabellera, sino que hay buenas posibilidades de obtener muestras ¡de la cabeza! ¿Sabes lo que eso significa?
—La verdad es que no, pero tú acabas de decirme que es importante. —Jellison se quedó un momento silencioso—. Lo siento. Estoy de acuerdo contigo, pero no hay ninguna posibilidad. De todos modos, no podríamos lanzar un Apolo aunque contáramos con el presupuesto...
—Sí que podemos. Acabo de comprobarlo en Rockwell. Es una misión con un índice de riesgo más elevado de lo que le gusta a la NASA, pero podríamos hacerlo. Tenemos la maquinaria...
—No importa. No puedo conseguirte un presupuesto para eso.
Sharps frunció el ceño. Sintió crecer en su estómago la mórbida emoción. Arthur Jellison era un viejo amigo, y a Charlie Sharps no le gustaba hacer chantaje, pero...
—¿Ni siquiera si los rusos envían un Soyuz?
—¿Qué? Pero ellos no van a...
—Oh, claro que sí —dijo Sharps, pensando que no era realmente una mentira, sino una suposición.
—¿Puedes probar lo que dices?
—Dentro de algunos días. Puedes contar con ello: los rusos van a subir para observar el Hamner-Brown.
—Eso me cubrirá de mierda.
—¿Cómo dices, senador?
—Que eso me cubrirá de mierda.
—Ah.
—Estás bromeando conmigo, Charlie, ¿no es así?
—No, de veras, Art. Es importante. Y de todos modos necesitamos otra misión espacial, para mantener el interés por el espacio. Tú mismo querías que se aprobara un vuelo tripulado...
—Sí, pero no tengo posibilidad de conseguirlo. —Otra pausa de silencio. Luego, hablando más para sí mismo que para Sharps, Jellison añadió—: Así que los rusos van a ir. Y sin duda lo harán a bombo y platillo.
—Estoy seguro de que lo harán así. Nuevo silencio. Charlie Sharps casi contuvo el aliento.
—De acuerdo —dijo al fin Jellison—. Husmearé en las alturas y veré qué reacciones obtengo. Pero será mejor que me des pruebas de inmediato.
—Senador, dentro de una semana te daré pruebas inequívocas.
—De acuerdo, lo intentaré. ¿Algo más?
—De momento, no.
—Muy bien. Gracias por el informe, Charlie.
La comunicación se cortó. Sharps pensó en lo abrupto que era aquel hombre. Sonrió y luego pulsó de nuevo el botón del intercomunicador.
—Larry, quiero hablar con el doctor Sergei Fadayev de Moscú, y ya sé la hora que es allí. Simplemente, haz que se ponga.
La leyenda de Gilgamesh consistió en un puñado de historias inconexas que se extendieron por el semicírculo fértil de la Tierra, en Asia... y el cometa apenas había cambiado. Aún se encontraba muy lejos del torbellino. La órbita de la tuna errante llamada Plutón parecería un cuarto creciente suspendido cerca del borde, a prudente distancia. El sol, un punto excesivamente brillante, todavía irradiaba mucho menos calor a través de la corteza del cometa de lo que había irradiado el gigante negro en sus peores momentos. Ahora la corteza estaba compuesta principalmente por granizo que reflejaba la mayor parte del calor hacia las estrellas.
Pero el tiempo transcurrió.
Marte absorbió el agua en otra vuelta de su largo e imperfecto ciclo climático. Los hombres se extendieron por la Tierra, riendo y rascándose. Y el cometa siguió cayendo. Un soplo del viento solar, formado por protones a alta velocidad, desolló su corteza. Gran parte del hidrógeno y el helio contenido en sus capas se había disipado. El torbellino se acercaba.
Y el Señor colgó un arcoiris como señal, La próxima vez no será agua sino fuego.
Canto espiritual tradicional
Mark Czescu miró la casa y emitió un silbido. Era de estilo Tudor californiano, de estuco blanquecino con macizas vigas de madera insertas en los ángulos, de auténtica madera. Algunos lugares, como Glendale, tenían el mismo estilo de casa con vigas de imitación en madera contrachapada, pero no Bel Air.
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