Hal Clement - Estrella brillante

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Dhrawn era un planeta que, entre otros inconvenientes, tenía una gravedad aplastante, cuarenta veces superior a la terrestre. Era evidentemente imposible para los terrícolas explorarlo. Por lo tanto, para llevarlo a cabo necesitarían colocar sobre aquella superficie a alguien dotado de inteligencia e iniciativa, pero psicológicamente más apropiado que los humanos.
Los seres vivientes que mejor se ajustaban a esas exigencias eran los pequeños mesklinitas, dotados de una constitución resistente. Aunque se encontraban en un estadio cultural inferior, los humanos pensaban que no convenía suministrarles una elevada ayuda tecnológica para su cometido. En cambio, deberían controlar la exploración desde su seguro satélite en órbita a seis millones de millas de Dhrawn.
Hasta el momento de descender allí, los tenaces, valientes e inteligentes mesklinitas estaban decididos a no ser contratados y deseosos por sí mismos de aceptar el fantástico desafío que las fuerzas de Dhrawn les presentaban.
Nominado por el premio Hugo en 1971.

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—Si hay más material que penséis que pueda servir de algo, también será bienvenido —terminó Easy—. Vosotros estáis ahí; nosotros no; por ello debe haber alguna idea sobre el clima de Dhrawn que hayáis formado por vuestra cuenta. —El cronometrador dejó oír un timbrazo—. Ahora llega puente. Esperaremos vuestras palabras cuando termine el capitán.

Las primeras palabras del micrófono se mezclaron con la frase final. El cronometrador había sido dispuesto para el tiempo de un mensaje en viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz entre Dhrawn y la estación, y el puente había contestado rápidamente.

—Aquí Kervenser, señora Hoffman. El capitán está abajo en la sala de soporte vital. Si quiere, le diré que venga, o puede usted conectar con el equipo de allá abajo, pero si tiene algún consejo para nosotros, nos gustaría recibirlo lo antes posible. Desde el puente no se puede ver ni a un cuerpo de distancia. No nos atrevemos a movernos, excepto en círculos. Los exploradores aéreos nos proporcionaron una idea de la región antes de detenernos y parece bastante sólida, pero ciertamente no podemos arriesgarnos a continuar. Vamos muy lentamente, formando un círculo de unos veinticinco cables de diámetro. Excepto cuando estamos de proa o de popa al viento, la nave parece a punto de volcar a cada segundo. La niebla se ha helado en las ventanas, por lo que no podemos ver. Las ruedas todavía parecen estar libres, quizá porque se están moviendo, y el hielo se rompe antes de que pueda ser un problema. Espero que los cables de guardín se hielen de un momento a otro. Desprender el hielo de ellos será un trabajo glorioso. Supongo que será posible trabajar en el exterior, pero a mí no me gustaría hacerlo hasta que se detenga el viento. Un traje espacial congelado suena muy desagradable. ¿Alguna idea?

Easy esperó pacientemente a que Kervenser terminase. El retraso de sesenta y cuatro segundos en los mensajes había tenido un efecto general sobre todos los que hablaban a menudo entre la estación y el planeta; desarrollaban una fuerte tendencia a decir de una vez tanto como fuese posible, adivinando lo que el otro grupo quería oír. Cuando supo que Kervenser había terminado y estaba esperando una respuesta, resumió rápidamente el mensaje que había dado a los científicos. Igual que a ellos, omitió cualquier mención del resultado del computador que había insistido en que el tiempo era despejado. Los mesklinitas sabían que la ciencia humana no era infalible; de hecho, la mayoría de ellos tenía una idea de sus limitaciones más realista y saludable que muchos seres humanos, pero no tenía sentido aparecer como tontos si podían evitarlo. Por supuesto, ella no era meteoróloga, pero era humana, y Kervenser probablemente la hubiese colocado en el mismo montón que a los demás. Cuando terminó, el grupo esperó casi en silencio la respuesta del primer oficial. La traducción susurrada por Benj en beneficio de McDevitt duró sólo unos pocos segundos más que el propio mensaje. Cuando llegó la respuesta, fue simplemente un acuse de recibo y un cortés deseo de que los seres humanos pudiesen proporcionar pronto información de utilidad; los científicos del Kwembly enviaban ya el material solicitado.

Easy y su hijo se prepararon para tomar los datos. Ella puso en marcha un magnetófono para comprobar cualquier término técnico antes de intentar una traducción, pero el mensaje llegó en el lenguaje de los humanos. Evidentemente, era Borndender quien lo enviaba. McDevitt se recobró rápidamente de su sorpresa y comenzó a tomar nota, mientras el muchacho tenía sus ojos puestos en la punta del lápiz y sus oídos en el micrófono.

Era casi mejor que no necesitasen a Easy para la traducción. Aunque conocía bien el stenno, había muchas palabras en los dos lenguajes extrañas para ella; no las podría haber interpretado de ninguna forma. Sabía que no debía sentirse molesta por esto, pero no podía evitarlo. No podía dejar de pensar en los mesklinitas como representantes de una cultura como la de Robin Hood o Harún-Al-Raschid, aunque sabía perfectamente que varios cientos de ellos habían recibido educación científica y técnica muy comprensible durante los últimos cincuenta años. El hecho no había sido muy publicado, puesto que existía la idea, muy extendida, de que proporcionar conocimientos muy avanzados a pueblos «atrasados» era erróneo. Verosímilmente, podría producirles un complejo de inferioridad que impediría mayores progresos.

Los meteorólogos no se preocuparon. Cuando llegó el «enterado» final, McDevitt y su ayudante susurraron un apresurado «Gracias» por el micrófono más cercano y salieron corriendo hacia el laboratorio. Easy, observando que el conmutador de selección había sido conectado con la radio del puente, lo corrigió y envió un acuse de recibo más cuidadoso antes de despedirse. Entonces, decidiendo que no sería de ninguna utilidad en el laboratorio de meteorología, se acomodó en la silla que le permitía la mejor vista de las cuatro pantallas del Kwembly y esperó a que pasase algo.

Mersereau volvió unos pocos minutos después de que los otros se hubiesen marchado, y tuvo que ser puesto al día. Por lo demás, no ocurría nada importante. De vez en cuando había una visión de una forma larga con muchas piernas sobre una de las pantallas, pero los mesklinitas atendían a sus propios asuntos, sin una consideración particular de los observadores.

Easy pensó en comenzar otra conversación con Kervenser; conocía a este oficial y le gustaba casi tanto como su capitán. Sin embargo, la idea del retraso entre una observación y su respuesta la descorazonó, como sucedía a menudo cuando no había nada importante que decir.

La conversación languidecía incluso sin retraso. Había pocas cosas que decir entre Easy y Mersereau que no hubiesen sido dichas ya; un año lejos de la Tierra había agotado casi todos los temas de conversación, excepto asuntos profesionales de poca importancia y asuntos de interés privado y personal. Tenía poco en común con Mersereau, aunque le gustaba bastante, y sus profesiones se relacionaban sólo en cuanto a las charlas con los mesklinitas.

En consecuencia, había pocos ruidos en la sala de Comunicaciones. Cada pocos minutos uno u otro de los vehículos terrestres exploradores enviaría un informe, que era debidamente retransmitido a la colonia; pero la mayor parte de los seres humanos de guardia no tenían más motivos para el cotilleo que Easy y Boyd Mersereau. Easy se encontró intentando adivinar cuándo volverían los hombres del tiempo con su pronóstico y lo seguro que podría ser éste: dos minutos en el laboratorio, o uno, si se daban prisa; uno más para proporcionar el nuevo material al computador; dos para la operación repetida con factores modificados en las variables; dos minutos para volver a la sala de Comunicaciones, ya que ciertamente esta vez no se apresurarían. Todavía estarían discutiendo. Pronto estarían aquí.

Pero antes de que llegasen, algo cambió. De repente, la pantalla del puente demandó atención. Había estado tranquila, con las ventanas grises enmascaradas por el amoníaco helado dominando la escorzada imagen de parte del timonel. Este último había permanecido casi inmóvil, con la barra del guardín completamente a un lado, mientras el Kwembly seguía el curso circular descrito por Kervenser.

De repente, las ventanas se aclararon, aunque poca cosa podía verse detrás de ellas; el ángulo de visión del comunicador no estaba lo suficientemente inclinado como para alcanzar el terreno dentro del radio de las luces. Aparecieron dos mesklinitas más y se lanzaron a las ventanas, mirando al exterior y gesticulando obviamente muy excitados. Mersereau señaló otra pantalla. También había excitación en el laboratorio. Hasta entonces, ninguno de los pequeños exploradores había pensado en informar de lo que pasaba. Easy juzgó que estaban demasiado ocupados con problemas inmediatos. Además, era costumbre en ellos conservar bajo su volumen de sonido o completamente desconectado, a menos que específicamente quisiesen hablar con los seres humanos.

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