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Hal Clement: Cerca del punto critico

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Hal Clement Cerca del punto critico

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Oculto por las eternas tinieblas de su espesa atmósfera. Tenebra era un planeta hostil, un lugar con una gravedad aplastante, con 370 grados de temperatura, con una corteza en perpetuo cambio sobre la que flotaban gigantes gotas de lluvia. A pesar de ello… allí había vida, vida inteligente. Durante más de veinte años, científicos terrestres estudiaron a sus habitantes desde un laboratorio en órbita... y habían encontrado un medio de entrenar y educar a un grupo de ellos. ¡Luego ocurrió lo inesperado! Una joven terrestre y el hijo de un poderoso e iracundo diplomático extraterrestre quedaron encerrados en un batiscafo que flotaba hacia la mortal superficie del planeta. ¡Solo los primitivos tenebritas podían rescatarlos!

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En ese momento debió producirse una larga y vívida discusión. El robot no hizo nada durante un largo rato. Luego abandonó el cráter y descendió de la colina, poniendo sumo cuidado, por el campo «minado» por el camino que había dejado el nativo, y puso toda la atención en el viaje.

No resultó tan sencillo como si hubiera sido de día, pues estaba comenzando a llover y las gotas obstruían con frecuencia la visibilidad.

Los hombres todavía no habían decidido si, al viajar por la noche, era mejor seguir los valles y quedar sumido o ascender a las crestas y las cimas de las colinas para tener alguna visión; pero en este caso el problema era irrelevante. Era evidente que el nativo había ignorado esta cuestión, pues mantenía, siempre que era posible, una línea recta. El rastro seguía unas diez millas y se detenía ante un precipicio cubierto de cuevas.

Los detalles no podían apreciarse con exactitud. La lluvia dificultaba la posible visión, pero además la oscuridad era virtualmente absoluta incluso para los receptores del robot. Ello debió producir más discusiones, pues transcurrieron dos o tres minutos desde que la máquina llegó hasta que sus luces iluminaron brevemente la roca.

Se veían nativos dentro de las cuevas, pero no tuvieron ninguna reacción ante la luz. O bien estaban dormidos, de manera semejante a la humana, o habían sucumbido a la usual inercia nocturna de la vida animal de Tenebra.

Nada en absoluto revelaba algún signo superior al nivel de la edad de piedra, y tras unos minutos de examen, el robot apagó la mayor parte de las luces y regresó de nuevo tomando la dirección del cráter y la colina.

Se movía de forma resuelta y continuada. Una vez en la colina aparecieron varias aberturas en sus costados y de ellas surgieron unas estructuras que recordaban a brazos. Cogió cuidadosamente diez de los elipsoides de uno de los extremos de la línea —sin dejar huecos que traicionaran la maniobra y los introdujo en el casco—. Luego, la máquina descendió de la colina e inició una deliberada búsqueda de trampas. Les quitaba las hojas de piedra, y las que estaban en buenas condiciones —muchas de ellas estaban casi destruidas por la corrosión y algunas incluso se deshicieron como si fueran de polvo cuando las tocó— las introducía por otra abertura en la masa de plástico. Cada una de estas cavidades era posteriormente cubierta por una capa del mismo material, que formaba el cuerpo de la máquina, un polímero increíblemente estable, de forma que nadie podría saber, viéndolo desde el exterior, que en su interior se encontraban lugares de almacenamiento.

Una vez completada esta tarea, el robot se marchó a la mayor velocidad que podía mantener. En aquel momento Altair se elevaba y comenzaba a convertir en gas la atmósfera más baja. La máquina, las armas de piedra y los huevos «raptados» estaban lejos del cráter y más lejos todavía del pueblo de las cuevas.

Capítulo 1 — Exploración; expectación; altercado.

Nick se deslizó entre las altas plantas hasta el espacio abierto, se detuvo y utilizó algunas de las palabras que Fagin se había negado siempre a traducir. No estaba sorprendido ni molesto por encontrar agua frente a él —apenas acababa de iniciarse la mañana—; era irritante, sin embargo, encontrarla también a ambos lados. La completa fatalidad le había conducido en línea recta por una península y ya no era el momento de volver sobre sus pasos.

Para ser precisos, no sabía que le estuvieran siguiendo; simplemente, no se le hubiera ocurrido pensar que no era así. Había empleado dos días, desde el momento en que escapó, en dejar un rastro todo lo confuso y equívoco que fuera posible, desviándose mucho hacia el oeste antes de regresar a casa, y como le habría ocurrido a un ser humano, no le hubiera agradado admitir que podría haber sido un esfuerzo inútil. Ciertamente, no había detectado la más ligera señal de perseguidores. Se había retrasado por los habituales encuentros con muros de tierra imposibles de cruzar y con animales salvajes, pero ninguno de sus raptores le había alcanzado; los animales y plantas flotantes, de los que no se sentía nunca lo suficientemente seguro como para ignorarlos completamente, no habían mostrado ningún signo de interés a sus espaldas; sus captores, como pudo comprobar cuando estuvo con ellos, eran excelentes cazadores y rastreadores. Teniendo en cuenta todos estos hechos, bien podría haber supuesto que el hecho de que continuara en libertad significaba que no lo estaban siguiendo. Estuvo tentado de pensar así, pero no podía creerlo totalmente. ¡Se habían mostrado tan violentos en su deseo de que les condujera junto a Fagin!

Volvió en sí mismo con un sobresalto y concentró su mente en el presente. Pensando en lo que sería más conveniente en ese momento, tenía que decidir entre volver sobre sus pasos a lo largo de la península, arriesgándose a tropezar con sus ex captores, o esperar a que el lago se secara, dándoles la oportunidad de que lo alcanzaran. No era fácil decidir cuál era el riesgo menor, pero era un contratiempo que no tenía otra salida.

Se aproximó hasta el borde del agua observó el líquido atentamente y lo golpeó con fuerza. Las lentas ondas que se esparcieron hacia arriba, alzándose de la superficie y cayendo sobre el nivel de superficie, no le interesaron; pero sí, en cambio, las gotas que se separaron. Las observó mientras flotaban hacia él, desvaneciéndose lentamente, y notó con satisfacción que hasta las más grandes de ellas desaparecían sin volver a caer sobre la superficie. Evidentemente, el lago no tardaría en desaparecer, por lo que se sentó a esperar.

Se levantó una suave brisa mientras las plantas despertaban al nuevo día, podía olerla. Prestó una ansiosa atención sobre sus efectos sobre el lago…; no eran ondas, sino turbulentos agujeros en la superficie que señalaban que unos cuerpos de aire más caliente estaban paseando sobre ellos. Esa era la señal; a partir de entonces, la superficie descendería con más rapidez hacia el fondo del lago de la que él podría viajar. La brisa mantendría un aire respirable, en tanto en cuanto no se aproximara demasiado al agua. Ya no podía tardar. El lugar en que se hallaba se encontraba por debajo del nivel de superficie de algunas partes del lago. Estaba desapareciendo.

La diferencia aumentaba durante su espera y el borde del agua se deslizaba hacia atrás de forma espectral. Caminó con precaución hasta que un muro de agua se alzó a cada uno de sus costados. Comenzó a pensar que la península era la cresta de una montaña; si ése era el caso, mucho mejor.

Todavía no se había alzado mucho. Tuvo que esperar un cuarto de hora al borde del agua para que el resto de ella regresase al aire. Estaba tan impaciente que sentía deseos de arriesgarse a respirar aquella atmósfera inmediatamente después del cambio, pero se esforzó por evitarlo. A los pocos minutos, en el lado este de lo que había sido el lago aparecieron las plantas más altas. Antes de adentrarse entre ellas, donde no habría podido ver nada salvo los flotadores sobre su cabeza, se detuvo un momento para mirar hacia atrás, hacia el punto, ahora seco, desde donde había visto por primera vez el agua…; no había rastro de perseguidores. Uno o dos flotadores seguían su camino; buscó sus cuchillos y se lamentó de haber perdido las lanzas. Pero no había muchas probabilidades de peligro por algún flotador que se encontrara tras él siempre que viajara a una velocidad aceptable. Así lo hizo, y se perdió entre los matorrales.

El viaje no le resultaba demasiado difícil; el material era lo suficientemente flexible como para hacerlo a un lado del camino en la mayor parte de las veces. Ocasionalmente, tenía que hacer algún corte, lo que le molestaba, no por el esfuerzo que ello requería, sino porque tenía que exponer un cuchillo al aire. Los cuchillos estaban escaseando y Fagin no estaba siendo muy generoso con los que quedaban.

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