—Es otra lucha con Morel —susurró Corrie, casi como si Morel pudiera oírla—. Ya he visto esta escena antes. Morel golpea a Caliban en los centros del dolor. Así lo obliga a cooperar en el análisis de la información. Esta vez parece que no funciona.
Mientras Corrie hablaba, el gran calamar se había estirado por completo y avanzaba otra vez hacia la gran pantalla visora. Por tercera vez oyeron el ruido del pico golpeando la pared exterior y esta vez vieron también cómo la pesada mampara se flexionaba y se doblaba. Los tentáculos y las ventosas eran capaces de una fuerza extraordinaria.
—Sabe que Morel está adentro, detrás del panel —explicó Corrie en voz baja—. No sabe cómo llegar a él. Si Morel no se equivoca con respecto a la inteligencia de Caliban, debería preocuparse. Algún día Caliban hallará la manera de llegar a él.
Aunque ellos no veían a Morel, Rob se dio cuenta de que presenciaban una verdadera batalla de voluntades. La presencia del hombre se sabía sólo por los diseños caleidoscópicos en la pantalla y las periódicas convulsiones de dolor del calamar gigante. Pero estaba allí. Rob se lo imaginaba, con la piel clara sonrojada de ira, intentando doblegar a Caliban para que obedeciera sus deseos. El animal se resistía con desesperación. Al fin, tras cuatro ataques más a la pared, Caliban se retiró y recogió todos los tentáculos alrededor del cuerpo. Al hacerlo, el diseño sobre la pantalla cambió, convirtiéndose en un movimiento liso y ordenado de luz coloreada.
—Se ha rendido —dijo Corrie—. Hace lo que Morel quiere. Nunca he presenciado una lucha como ésta. O Caliban se está haciendo más resistente o Morel quiere sacarle algo que él realmente no quiere dar.
—Tal vez Morel no buscaba información —apuntó Rob—. Quizá castigaba a Caliban por algo que ha hecho.
O que no ha hecho . De pronto Rob recordó el peligro del que se había librado. ¿Por qué había aparecido Caliban de pronto en la ventana del laboratorio? Podía ser que Morel lo hubiera llamado allí. En ese caso, ¿castigaba Morel al calamar por no haber hecho lo que de él se esperaba? Eso explicaría las miradas venenosas de Morel a Rob durante la cena, aunque no la intensidad del odio de Morel hacia él. Debía relacionarse con el laboratorio secreto.
Rob ya había decidido que no volvería a la esfera de agua hasta no saber más sobre el funcionamiento de Atlantis. Regulo y Morel habían hecho de todo el asteroide una maravilla de control remoto. No había manera de saber qué cosas en el mundo acuático podían convertirse en un conveniente instrumento para eliminar a un visitante curioso. Debería investigar el laboratorio desde dentro de la zona de habitaciones y eso implicaba contar con un equipo que no poseía en ese momento. Rob se obligó a aceptar la idea de que debía tener paciencia.
Justo antes de que Corrie volviera la ventana exterior a su tono opaco y bajara las luces de la habitación, Rob tuvo un pensamiento fugaz e inquietante. Los medios para eliminarlo no tenían por qué confinarse a la esfera de agua. Si Morel deseaba matarlo habría cien maneras de hacerlo en la esfera de habitaciones. Rob volvería a L-4 en dos días. Mientras tanto, no estaría de más tener cuidado.
Resueltas un par de breves y típicas dificultades de último momento, la extrusión había comenzado. Mientras Regulo manejaba los controles principales, Rob concentró su atención en la Araña. Llevaba a cabo la extrusión de materiales a alta temperatura de manera adecuada, pero a él no le acababa de gustar. Estaban teniendo efectos de calor diferenciales en el cable extrusionado y eso lo debilitaría.
—No podemos utilizar la Araña así en un asteroide grande —le dijo a Regulo, que examinaba una muestra del último fragmento de cable—. Deberé hacer algunos cambios. Lo siento, pero no veo manera de hacerlo a menos que vaya al Cinturón cuando tenga listo el asteroide grande.
Regulo observaba el cable que salía serpenteando al rojo vivo del brillante hilador de la Araña.
—Por mí no hay problema. Esperaba que fueras, de todos modos. Tendremos a Atlantis en el Cinturón para entonces. —Oprimió una tecla para tener una lectura espectrográfica—. ¿Ves? Ése es el último de los volátiles que sale por el orificio lateral. La próxima vez los recogeremos y los almacenaremos en una esfera separada. Cuando se enfríen serán una útil masa de reacción. Mejor que hacerle agujeros a la roca esperando tocar las vetas apropiadas, ¿eh? Mira eso.
Regulo le pasó los resultados de la muestra a Rob, que apartó los ojos de la Araña lo suficiente para efectuar una rápida evaluación.
—Estamos en la cuarta capa —comentó después—. A cuarenta metros de profundidad. Esperaba encontrar hierro y níquel, pero el cobre y el cobalto son una agradable sorpresa. ¿Sabe? Podría tener una alternativa para su idea de minería por zonas. ¿Por qué no comenzar los trabajos en el eje de rotación? Si pusiéramos la trompa a lo largo del eje, primero obtendríamos todos los elementos livianos. Cuando éstos ya se hayan agotado podemos llevar los pesados al medio sin necesidad de mover la trompa.
Regulo se reclinó en su asiento. Los beneficios del tratamiento de Morel eran obvios. Ya no se encogía de dolor al mover las articulaciones, ni tenía espasmos musculares mientras operaba el panel de control.
—Parece buena idea, pero no creo que funcione —dijo por fin—. Iríamos en contra del flujo natural de los materiales. Cuando la bola comienza a girar, todo tiende a salir hacia afuera y la aceleración centrífuga hace el trabajo por nosotros. Si comienzas en el eje necesitarás hallar la manera de encoger la bola a medida que se produce la extrusión. No veo ninguna manera de hacerlo sin gastar mucha energía. —Se encogió de hombros—. Ésa es mi opinión a primera vista, pero no me hagas demasiado caso. Necesitamos opciones, y hay más de una manera de hacer casi todas las cosas. Estúdialo cuando estés con el Tallo, y ya que estamos, hablemos de tiempos. Atlantis estará en el Cinturón y lista para la acción con Lutecia dentro de cuatro meses. ¿Encaja con tus planes?
—Yo haré bajar al Tallo desde L-4 dentro de noventa días —Rob miraba la brillante corriente de metal que salía de la hiladora. ¿Era su imaginación o el asteroide se había encogido tanto que se notaba la diferencia?— Realizaremos el aterrizaje y amarre cinco días después de dejar L-4. Si me tiene preparada una nave, puedo estar aquí dentro de noventa y seis días, más el tiempo de tránsito, que no sé cuánto será.
—Treinta días al menos. Probablemente casi sesenta —Regulo fruncía el ceño—. Ya conoces esas reglas de porquería. Si me permitieran ponerle un propulsor decente a algunas de las naves, podría reducir el tiempo de tránsito a la mitad. Hace un año pedí a Cornelia que me hiciera un estudio de las finanzas. ¿Sabes que la mitad de nuestros recursos están atascados todo el tiempo, a la espera de que los materiales lleguen a donde los necesitamos en el Sistema? No hablo de los costos de transporte, siquiera. Hablo de los efectos del retraso en los presupuestos.
Rob se encogió de hombros.
—A mí tampoco me gusta que se tarde tanto tiempo en viajar a través del Sistema, pero debemos resignarnos. —Regulo tenía entre manos un viejo y conocido problema, y Rob veía pocas posibilidades de cambiar las reglas. Pasarían mejor el tiempo estudiando los cambios que necesitarían para la Araña.
—Los viajes al Cinturón no son malos si no tiene mucho trabajo que lo mantenga ocupado —continuó—. No se puede luchar contra las leyes de la dinámica. A menos que invente un transmisor de materia, estamos atascados con los tiempos de tránsito. Su única esperanza está en los Coordinadores Generales. Consiga que cambien las leyes sobre aceleraciones de impulso y podrá reducir los tiempos.
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