James BeauSeigneur - A su imagen
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– Hecho -dijo Decker inclinándose sobre la mesa para apretar la mano de Goodman-. Bueno, ¿cuál es ese bombazo sobre la Sábana?
Goodman se arrellanó en su asiento, juntó las puntas de los dedos, apoyó los codos en los brazos de su butaca y miró hacia el infinito, pareciendo calcular sus palabras.
– Considera la siguiente hipótesis -empezó Goodman-. La imagen del hombre de la Sábana de Turín es el resultado de una liberación repentina de calor y energía luminosa procedente del cuerpo de un hombre crucificado en el momento en que éste experimentó una regeneración instantánea o resurrección, si se quiere.
Decker se quedó boquiabierto. Se hizo el silencio durante un buen rato y luego se echó a reír.
– ¿Me toma el pelo, verdad? Es su venganza por lo de Turín, ¿no?
– Te aseguro que hablo completamente en serio -respondió Goodman mientras Decker seguía riendo.
– Pero es ridículo -dijo Decker. Había dejado de reír y buscaba en el rostro de Goodman algo que, a pesar de la negativa, le revelase que aquello no era más que una broma. Al no hallar indicio alguno prosiguió-: Profesor, eso no es una hipótesis científica; es una profesión de fe. Y puesto que la Sábana no es lo suficientemente antigua como para ser el sudario de Cristo, ni siquiera es fe ciega, es pura ignorancia.
– ¡No es ninguna profesión de fe! Está basada en hechos y razonamientos estrictamente científicos. Es más, existe una forma de probar mi hipótesis y confirmar su veracidad.
En la mirada de Decker podía leerse su confusión.
– Está bien, morderé el anzuelo -dijo con reticencia-. ¿Cómo puede demostrarlo?
– A modo de explicación -contestó Goodman-, permíteme que te pregunte qué sabes de Francis Crick.
A Decker no le gustó el cambio de tema, pero decidió que daría una oportunidad a su viejo profesor y no hizo más preguntas.
– Sé que ganó el Premio Nobel de medicina en el sesenta y tantos…
– En el sesenta y dos -le interrumpió Goodman.
– … por descubrir junto con James Watson la estructura en doble hélice del ADN. Y sé que publicó hace unos años… -Decker intentaba por todos los medios recordar el título del libro.
– Se titulaba Life itself [11] -dijo Goodman completando la frase de Decker.
– Sí, eso es. Life itself.
– ¡Bien! -dijo Goodman-. Entonces conoces el libro.
– Lo he leído, sí -Decker intentó dejar claro por medio de la entonación que no era un libro que le mereciera demasiado respeto, pero Goodman pareció no darse cuenta.
– ¡Mejor todavía! Recuerda que, en su libro, Crick examina los orígenes posibles de la vida en nuestro planeta. Plantea la cuestión de por qué, a excepción de la mitocondria, el código genético básico de todos los seres vivos de la Tierra es idéntico. Incluso en el caso de la mitocondria, las diferencias son mínimas. Por lo que sabemos de la evolución de la Tierra, no existe una razón estructural obvia para que la codificación sea idéntica en los detalles. Crick no descarta del todo la posibilidad de que la vida se originara y evolucionara de forma natural en la Tierra, pero ofrece una segunda teoría: la de que la vida fue introducida en este planeta por una civilización muy avanzada de otro lugar. Si toda forma de vida en la Tierra tuvo un origen común, ello explicaría el aparente atasco en la evolución genética.
»Crick llama a su teoría "panspermia dirigida" y no dista mucho de la que formuló el astrónomo sir Fred Hoyle. [12]Crick señala que el lapso de tiempo transcurrido desde el big bang hace posible el desarrollo de la vida y la evolución de seres inteligentes en otros planetas nada menos que hace cuatro mil millones de años. Y eso si aceptamos la estimación bastante conservadora que fecha la creación del universo hace diez o doce mil millones de años. ¡Eso significa que en uno o más planetas de nuestra galaxia puede haber vida inteligente cuatro mil millones de años más avanzada que la vida en la Tierra!
»El profesor Crick sugiere a continuación que si esos seres inteligentes quisieran colonizar otros planetas no empezarían enviando seres de su propia especie. Para colonizar un planeta, primero hay que hacerlo habitable. Sin vida vegetal no habría oxígeno suficiente para el desarrollo de la vida inteligente, tal y como nosotros la conocemos. Y es evidente que los colonos tampoco tendrían con qué alimentarse. A fin de establecer la vegetación necesaria, no tendrían más que introducir en el planeta algún tipo sencillo de bacteria, como el alga azul-verdosa, y dejar que la evolución y los eones de tiempo hicieran su trabajo.
– Profesor -interrumpió Decker-, ya he leído el libro. Pero ¿qué tiene que ver con todo esto?
– Pues que ¿y si Crick tuviera razón? ¿Y si la vida hubiera sido introducida en la Tierra por antiguos seres de otro planeta? ¿Dónde están ahora? Bueno -continuó Goodman en respuestas sus propias preguntas-, Crick sugiere varias posibilidades. Tal vez murieran todos. Tal vez perdieran el interés en los viajes espaciales. Tal vez descubrieran que la Tierra no era adecuada para sus necesidades.
»Pero existe otra posibilidad que Crick nunca mencionó -Goodman hizo aquí una pausa para conseguir un golpe de efecto-. Es seguro que la Tierra no fue el único planeta en el que introdujeron la vida. Seguramente plantaron semillas en miles de planetas a lo largo y ancho de la galaxia, de forma que cuando finalmente regresaron a este planeta en particular, descubrieron que ya estaba poblado, y no sólo por plantas y animales. ¿Y si, debido a una insólita serie de giros paralelos en la evolución, descubrieron que estaba poblado por seres no muy diferentes a ellos mismos? ¿Lo invadirían y colonizarían de todas maneras o acaso decidirían observarlo y permitir que continuase su evolución natural?
– Profesor -volvió a interrumpirle Decker-, ¿qué tiene todo eso que ver con la Sábana de Turín?
– Piénsalo, Decker. Es posible que en algún lugar de la galaxia haya una civilización de seres miles de millones de años más avanzada que la nuestra y que haya diseminado la vida por toda la galaxia, incluida la Tierra. Creo que el hombre cuya regeneración creó la imagen en la Sábana de Turín era un miembro de esa estirpe progenitora enviado aquí como observador: un ser vivo de especie similar a la humana, pero tan superior a la nuestra que es capaz de regenerarse, y es posible que hasta hayan alcanzado la inmortalidad. No son dioses de verdad -por lo menos no en el sentido estricto del término-, pero sí algo muy parecido.
– Pero ¿es que no escucha lo que le digo? -interrumpió Decker-. ¡La Sábana de Turín no es tan antigua como para ser el sudario de Cristo! -Decker cerró los ojos y tomó aire para recuperar la compostura-. Mire, profesor -dijo pausadamente-, todo esto es completamente ridículo. Si se para a pensarlo un momento, verá lo disparatado que suena. Usted es un científico, un buen científico. Sabe diferenciar perfectamente una hipótesis razonable de una…
– ¡No estoy loco! -espetó Goodman-. ¡Así que deja de tratarme como un niño y espera a que termine!
Decker se levantó dispuesto a irse.
– Lo siento, profesor. No es a mí a quien busca. ¡Lo que necesita es a alguien del National Enquirer! [13]
Goodman abandonó su asiento y se interpuso entre Decker y la puerta.
– No estoy chiflado. Esperaba esta reacción, pero te repito que puedo probar y demostrar estas hipótesis. Sé que parece una locura, pero cuando veas lo que he descubierto en la Sábana lo entenderás.
Por fin podía la curiosidad de Decker agarrarse a algo tangible. Ya no esperaba dar con la noticia del milenio, pero tal vez descubriría qué era lo que había hecho trizas el conservadurismo científico de Goodman. Aceptó ir al laboratorio. De camino se relajó pensando en el lado cómico del asunto. ¿Qué te apuestas a que ha encontrado una mancha de mostaza -se dijo intentando no reír ante lo absurdo de la situación-. Elizabeth no se lo va a creer.»
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