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LOS MURCIÉLAGOS conservaron la distancia, pero parecía como si cada uno de ellos estuviera siguiéndolo. Batiendo alas, chasqueando lenguas, y ahora chillando. Tom aún debía encontrar el cruce. ¿Cuán lejos lo habían llevado después de atacarlo en el claro? Había sido apenas mediodía, y luego la noche cuando recobró el conocimiento en la cruz. Ahora se acercaba la mañana.
No había soñado mientras se hallaba inconsciente. O si lo hizo, no recordaba lo que hubiera sucedido. Extraño. ¿Qué estaría ocurriendo en Bangkok? Tal vez nada. Quizá no existía Bangkok, así como resultó no existir ninguna nave espacial ni Bill. Tal vez por eso ya no estaba soñando.
Fue la salida del sol lo que lo salvó. Un brillo muy suave en el oriente Tom se paró en un claro. Si ese era el oriente, entonces el río se hallaba directamente adelante, al norte.
Un follaje negro se movió contra el cielo poco iluminado.
– ¡Fuera! -vociferó Tom, agitando la daga.
Resonaron chillidos y el follaje se levantó de los árboles. Luego se volvió a asentar. En alguna parte allí observaba Teeleh. Observaba y esperaba.
Tom llegó al río una hora más tarde. No había cruce. La pregunta era: ¿Derecha o izquierda? La espalda y el pecho le ardían con profundas cortadas. Si no encontraba pronto el cruce, simplemente saltaría dentro del río y lo atravesaría nadando. ¿Podría hacer eso?
Tom giró al oriente y salió corriendo a lo largo del río. Los murciélagos seguían en los árboles. En el otro lado del arroyo brillaba el bosque colorido como un arco iris.
Estaba pensando seriamente en sumergirse en el río cuando captó un destello blanco directamente adelante.
Se detuvo, jadeando. Allí, formando vagamente un arco sobre las burbujeantes aguas verdes, un puente blanco se extendía desde la tierra negra y áspera sobre la cual se hallaba hasta un paisaje exuberante, repleto de color y de vida.
El cruce.
Tragó saliva al verlo y siguió adelante sobre piernas tambaleantes. Lo había logrado.
¡En realidad lo había logrado! Ahora había hablado dos veces con Teeleh y sobrevivido. Después de todo el enorme y horrible murciélago no era tan poderoso. Sólo era asunto de saber cómo derrotarlo. El conocimiento era la clave. Sabes qué hacer y…
Tom se detuvo a media zancada.
Allí, cerca del puente en la orilla opuesta, perfilado por el centelleante bosque, se hallaba erguida la inconfundible figura de un humano. ¡Tanis!
El hombre miraba a Tom, paralizado como una estatua. En sus manos sostenía una espada roja como la de Tom. ¿Una espada?
Una ráfaga llenó el aire. Teeleh se posó en tierra, directamente frente a Tanis. Ya no era la criatura negra sino el hermoso murciélago, resplandeciendo azul y dorado. Un frío le recorrió a Tom por la columna.
El shataiki desplegó las alas y abrió la boca de par en par. Al principio no pasó nada. Luego comenzó a hacer ruido.
El sonido que emitió la temblorosa lengua rosada de Teeleh era diferente a cualquier otro que Tom había oído. No eran palabras. Era un cántico. Una melodía con notas largas, bajas y aterradoras que parecían crujir en profunda vibración, golpeando violentamente el pecho de Tom.
Era como si la bestia hubiera guardado el canto por mil años, perfeccionando cada tono, cada palabra. Reservándolo para este día.
Ahora de la melodía surgieron palabras.
– Primogénito -cantó fuerte y claro, extendiendo las alas; en su ala derecha, tenía una fruta-. Amigo mío, ven en paz.
El canto resonó en el aire. Un cántico seductor. Una melodía de paz, amor y gozo, y una fruta tan deliciosa que ninguna persona podía resistir.
Tom sabía que debía hacerlo, a toda costa. Tanis observaba a Teeleh con ojos desorbitados.
Tom descubrió su voz. Comenzó a gritar, a vociferar hacia Tanis. Pero Teeleh simplemente cantaba más y más fuerte, ahogándolo.
Había dos melodías, trabadas en una sola, retorcidas y entrelazadas en una sola canción. En un filamento, belleza. Vida impresionante. En la otra, terror. Muerte eterna.
Tom miró a Tanis. La expresión de alegría dibujada en el rostro del hombre le advertía a Tom que Tanis no distinguía las otras notas. Las distorsionadas. Sólo oía la canción seductora. Las notas puras de música que no tenían nada que envidiarle a las cantadas por Johan, o a aquellas entonadas por…
Y luego reconoció una de las melodías. ¡Era del lago! ¡Un cántico de Elyon!
Tom se levantó con dificultad a medida que la canción se hacía más clara. Obligó a meter aire a los pulmones.
– ¡Corre, Tanis! -gritó Tom a través del río-. ¡Corre!
Tanis seguía paralizado por el enorme shataiki.
– ¡Tanis, corre! -bramó Tom.
Llegó al cruce y con dificultad subió el arco. La visión le daba vueltas por el cansancio y el dolor, pero obligó a sus pies a continuar. Detrás de él, la melodía de Teeleh seguía inundando el aire.
– ¡Sal de aquí! -jadeó Tom.
Chocó contra Tanis, haciéndole perder el equilibrio. La espada cayó girando dentro del río.
– ¿Te has vuelto loco?
El hombre balbuceó algo y se puso apresuradamente de pie.
– ¡Corre! ¡Sólo corre! -exclamó Tom, llevando a Tanis al interior del bosque.
Detrás de ellos la voz de Teeleh resonó un nuevo coro.
– ¡Tengo poderes que sobrepasan tu imaginación, Tanissss!
Y luego desde el cruce se alejaron todos los sonidos.
Llegaron al claro en que Tom fuera sanado por primera vez, a cincuenta pasos del río, y Tom se dio cuenta de que no podía dar un paso más. Su mundo se inclinó de manera absurda, y cayó sobre la hierba. Por un momento estuvo vagamente consciente de que Tanis se arrodillaba sobre él con una fruta en las manos.
Luego no estaba consciente de nada más que de la lejana palpitación de su corazón.
TOM ESTABA hundido en el sofá, lucía pacífico y triste al mismo tiempo, pensó Kara. Pero detrás de sus ojos cerrados, sólo Dios sabía lo que realmente pasaba. Había estado durmiendo por dos horas, pero si ella tenía razón, dos horas podrían ser dos días en el bosque colorido, suponiendo que no se durmiera allá.
Asombroso. Si sólo hubiera una forma de que trajera con él a Rachelle. O de que Kara pudiera ir con Tom.
Por el momento había cesado el bullicio de seguridad, secretarias y técnicos de laboratorio con batas blancas, dejándolos solos en el enorme salón del que estaban llegando a pensar como su salón de ubicación.
Habían pasado seis horas desde que Raison ordenara las pruebas. Y aún no había respuesta. Ninguna respuesta definitiva, después de todo. Había habido un alboroto exactamente después de que Tom se quedara dormido, cuando Peter irrumpió en el cuarto de ubicación, mascullando de manera incoherente. El técnico giró sobre sus talones y entró corriendo a la oficina de Raison, la bata blanca le volaba por detrás.
Pero cuando Kara entró corriendo, Raison insistió en que los resultados no eran concluyentes. Incluso mezclados. Tenían que asegurarse. Absolutamente positivos. Otra prueba.
Ella miró su reloj. Si no lo despertaba pronto, él no dormiría bien esta noche, cuando muy bien podría necesitarlo. Lo sacudió suavemente.
– ¿Thomas?
– ¡Tanis! -exclamó, irguiéndose.
La mirada de Tom recorrió bruscamente el salón. Gritó el nombre del Primogénito del bosque colorido.
– ¡Tanis!
– Estás en Bangkok, Thomas -informó Kara.
– Vaya. Vaya, ah vaya, eso fue malo -expresó él mirándola, cerrando los ojos, e inclinando la cabeza.
– ¿Qué sucedió?
– No estoy seguro -contestó él moviendo la cabeza de lado a lado-. Entré al bosque negro.
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