Un alegre alboroto se levantó entre la audiencia de shataikis. Con ojos centelleantes Teeleh dio un paso hacia Tom.
– Te lo dije, este es mi reino, no el suyo. Aquí, si no empuñas la espada, pierdes su poder. Fuiste un necio al creer que me podías vencer en mi propio terreno.
De pronto el shataiki hizo oscilar la espada cerca de la parte media de Tom. Con un golpe la dura madera le pegó en la carne desnuda. Él se estremeció de dolor. La noche se hizo borrosa, y pensó que iba a morir.
– Ahora veremos cuan brillante eres, inocentón estúpido -siguió diciendo Teeleh empujando la espada hacia Bill-. Agarra esta espada y mata a este trozo de carne. Mátalo, y te dejaré libre. O si no, dejaré que ustedes dos cuelguen aquí por mucho tiempo.
Un silencio mortal cayó en la noche.
¿Matar a Bill?
Bill no era real, afirmó Michal. Pero Bill era real. ¿O era sólo un producto de la imaginación?
¿O se trataba de una prueba? Si mataba a Bill, estaría obedeciendo a Teeleh al matar a otro hombre que en realidad podría ser real. Estaría siguiendo los deseos de Teeleh, sin importar si Bill fuera real o no.
Por un lado, si se negaba a matar a Bill porque creía que Bill debía vivir, entonces también le estaría tomando la palabra a Teeleh, quien, a diferencia de Michal, afirmaba que Bill era real.
Hiciera lo que hiciera, Teeleh podría reclamar una victoria.
Por otro lado, ¿a quién le importaba lo que Teeleh afirmaba? Tom tenía que sobrevivir.
Bajó la cabeza y luchó por tener una moderada respiración. Le parecía aspirar suficiente aire en los pulmones sólo cuando se empujaba hacia arriba y daba espacio a los músculos del pecho para actuar.
– ¿Qué estás esperando, idiota? ¿Crees que ese miserable espectro merece vivir? ¡Míralo!
Tom no estaba seguro de tener suficiente fuerza para volver a levantar la cabeza. Otro golpe a su sección media le cambió de opinión.
– ¡Míralo! -gruñó el shataiki.
Tom levantó la cabeza. Aunque Bill fuera real, no sentiría la espada en su actual condición. La muerte acabaría con su miseria. ¿Cómo se las habrían arreglado para mantener viva a esta pobre alma por tanto tiemp0-Se estremeció.
– Este humano ha rechazado lo que tú has aceptado -declaró Teeleh con voz autoritaria-. Codiciosamente se ha satisfecho en el placer de su propia carne al beber el agua. Ya ha sido sentenciado a morir. Le harías un considerable favor al acabar con él.
No había alternativa. Si Tom no mataba a este pobre tipo, los dos morirían. Cerró los ojos, tomó otra bocanada de aire, y se quejó.
– ¿Qué fue eso? ¿Un sí?
– Sí.
La silenciosa turba de shataikis estalló en un frenesí de susurros y silbidos emocionados.
– Una sabia decisión -opinó Teeleh lentamente-. ¡Bájenlo! Que el humano nos muestre de qué está hecho.
Al instante una docena de murciélagos voló a la cruz y comenzó a cortar las cuerdas que sostenían a Thomas. Primero quedó libre su mano derecha, y se desplomó hacia el frente en un extraño ángulo que casi le desencaja el hombro izquierdo. A continuación sintió que le liberaban los pies, y por un insoportable momento colgó sólo del brazo izquierdo. Rompieron la cuerda y Tom se estrelló contra el suelo.
Los shataikis empezaron a cantar con voces extrañas y distorsionadas que rasgaron fantasmagóricamente la noche… sin ninguna melodía, pero con profundo significado.
– Mata… mata… mata…
El líder saltó de la plataforma y se colocó a un lado. El fuego pareció arder con mayor intensidad a medida que la turba se acercaba.
Tom se levantó hasta quedar arrodillado. Miró la cruz en la cual colgaba Bill.
Teeleh extendió las alas en toda su envergadura. Poco a poco se elevó el volumen del cántico de los shataikis, resonando muy hondo en la mente de Tom.
– Ahora, hijo mío. Muéstrame tu sumisión agarrando la espada con la que viniste a matarme, y en vez de eso mata a este hombre -decretó el shataiki, y con eso lanzó la espada a los pies de Tom, clavándola profundo en la tierra.
El extraño martilleo de voces detrás del líder continuó, y en ese momento Tom dudó mucho que lo dejaran libre sin horribles consecuencias. Entrar al bosque negro había sido una terrible…
De repente Tom se estremeció.
– ¿Qué pasa? -exigió saber Teeleh.
La varita en su espalda. ¡La daga! ¿Se la habrían quitado? No, no la habían visto. Estaba debajo de su túnica. Todo el tiempo había estado en contacto con su carne.
– ¡Agarra la espada! -bramó Teeleh.
Tom sintió que una oleada de energía le recorría los huesos. Agarró con las manos la ennegrecida espada y la usó de apoyo para ponerse fatigosamente de pie.
Los gritos se hicieron más fuertes. El tono subió en intensidad.
La cabeza de Tom le daba vueltas, y pudo haberse caído de no ser porque la espada lo afirmó. Se inclinó sobre la negra vara y esperó que las piernas se le estabilizaran. Teeleh permanecía en silencio, a no más de tres pasos a su derecha, ahora con las alas envueltas en modo majestuoso. Tom agarró la espada con ambas manos y la sacó de la tierra.
Levantó la mirada hacia el cuerpo que colgaba en la cruz, bastante cerca como para tocarlo. Lentamente elevó la espada en su puño derecho.
El griterío se convirtió en un rugido, y el líder sonrió malvadamente.
Aun temblando sobre sus pies, Tom deslizó su mano izquierda por detrás de la espalda debajo de la túnica.
Allí. ¡Todavía estaba allí! Agarró la daga con los dedos y saltó bruscamente a campo abierto.
El efecto fue inmediato. Mil cien shataikis quedaron en silencio, como si en alguna parte trasera, tras bambalinas, algún murcielaguito idiota hubiera tropezado con una cuerda y halado el enchufe.
Tom miró con incredulidad la resplandeciente daga roja. Giró hacia Teeleh, sosteniendo el cuchillo frente a él.
El rostro del inmenso shataiki negro estaba paralizado a la luz de la hoguera. Teeleh dio un paso atrás de la hoja. Tom movió el cuchillo unos pocos centímetros y observó asombrado cómo la bestia saltaba hacia atrás llena de pánico. Tom sintió que se le levantaban las comisuras de los labios-La adrenalina llenó sus músculos con nuevas fuerzas.
Se tambaleó hasta el borde del claro. Los murciélagos se esparcieron, chillando.
Bill. No podía dejar a Bill.
Tom giró alrededor. Pero allí no estaba Bill. Por supuesto que no existía Bill. Así como no existía ninguna nave espacial. Tom miró a Teeleh.
– ¿Ves lo que Elyon puede hacer con un sólo humanó! -inquirió tranquilamente, tuteándolo por primera vez-. Un humano y una pequeña hoja de madera, y no eres más que un saco de cuero.
El rostro del líder se retorció de furia. Extendió un ala al frente.
– ¡Atáquenlo! -gritó.
Sólo un shataiki con excesivo valor salió como centella hacia Tom desde una rama baja. Una docena más lo siguió.
A Tom se le paralizó el corazón. Quizá había hablado demasiado pronto. Movió la daga hacia el primero de los murciélagos que se acercaba y se alistó para el impacto.
Pero las garras extendidas del histérico murciélago, seguidas por el resto de su cuerpo, quedaron sin vida al instante en que la daga extendida le tocó la piel. El impulso que llevaba el murciélago lo lanzó volando al suelo, donde se contrajo en un montón de pelo muerto.
Otros dos murciélagos corrieron la misma suerte antes de que los demás abandonaran el ataque, chillando derrotados. Tom movió sus temblorosos miembros. Volvió a mirar a Teeleh, quien permanecía temblando.
– ¡Nunca! -gritó Tom-. Ni ahora, ni nunca. Nunca ganarás.
Diciendo eso se volvió de la turba y entró tambaleándose al bosque, con la daga en alto.
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