– Sí -contestó Kara corriendo tras él por la puerta; lo siguió directo hasta la oficina-. ¿Quién te lo dijo?.-¡Rachelle!
– ¿Cómo lo sabría Rachelle?
– No sé. Solamente lo inventó. Tal vez ni lo sabe -manifestó él, pasando a la carrera a un asombrado guardia y abriendo la puerta de un golpe.
El anciano se hallaba en su escritorio, círculos negros se destacaban debajo de sus ojos. Hablaba urgentemente al teléfono.
– ¡Creo que yo podría lograrlo! -gritó Tom.
– ¿Sabe usted dónde está Monique? -inquirió Raison depositando el auricular en su base.
– Tal vez. Sí, creo que tal vez lo sé. Necesito un mapa y alguien que conozca esta región.
– ¿Cómo podría usted saberlo?
– Rachelle me lo dijo. En mis sueños.
– Eso es muy alentador -cuestionó el hombre con el rostro decaído notablemente.
– Bueno, debería serlo. Que yo sepa, \usted es la pesadilla! -discutió Tom sintiendo que se le acababa la paciencia, luego pinchó con el dedo a Jacques-. ¿Ha considerado eso en algún momento? No sea tan… engreído.
Anoche había estado mejor con la diplomacia.
– Ahora estoy en una pesadilla -contestó Raison-. Muy, muy animador. Sr. Hunter, si usted cree que lo dejaré…
– No creo que usted hará nada. Excepto ayudarme a encontrar a su 'Ja- ¿Qué tal si tengo razón?
– Otra vez los «qué tal si».
– ¡Sé dónde está Monique! -le gritó.
– Yo lo escucharía, Sr. Raison -terció Kara, adelantándose-. Aún no creo que él se haya equivocado.
– Por supuesto, habla la hermanita mayor. Han hablado los secuestradores de mi hija convertidos en salvadores. La gentecita en sus sueños le dijo dónde está mi hija. Calentemos entonces el helicóptero y vamos por ella ¿no es así?
Tom miró, anonadado ante la arrogancia de Raison. Jacques estaba tenso. Necesitaba un golpe a su sistema.
– Bien -contestó Tom, dando media vuelta y yendo hacia la puerta a grandes zancadas-. Dejémosla que se pudra en la jaula en que se encuentra.
– Cómo se atreve a burlarse de mí, ¡buey andante! -lanzó Kara una última salva-. Usted no tiene idea de la terrible equivocación que está cometiendo.
– Lo siento. Esperen -expresó Jacques cuando ellos ya habían llegado a la puerta.
– ¿Esperar? -exclamó Tom, volviéndose-. ¿Quiere ahora sentarse por ahí y esperar?
– Usted dijo lo suyo. Dígame dónde cree que está ella.
Tom titubeó. Se había impuesto; y pretendía seguir haciéndolo. ¿Decirle al hombre que Monique estaba en una… qué era, una gran cueva blanca llena de frascos donde confluían el río y el bosque, a un día de camino al oriente? No se lo diría.
– Deme un mapa y alguien que conozca el sur de Tailandia. Y luego quiero al subsecretario Merton Gains al teléfono. Después le diré dónde está Monique.
– ¿Está usted haciendo exigencias otra vez? Sólo dígame…
– ¡El mapa, Jacques! Ahora.
***
TENÍAN SOBRE la mesa de conferencias un enorme mapa de Tailandia y de los países del golfo. Jacques insistió en que conocía bastante bien la región, pero Tom quería alguien de la zona. El corpulento guardia que entró cojeando al salón era nada menos que uno de los guardias de seguridad timas de Tom.
Se llamaba Muta Wbnashti. Tom le estrechó la mano.
– ¿Taga saan ka? ¿De dónde es usted?
– Penang -contestó el hombre después de hacer una pausa ante el uso que Tom le daba a su lenguaje.
– Bienvenido al equipo. Siento lo del otro día.
El hombre pareció erguirse. Fue hasta el mapa, ahora sin cojear..-¿Satisfecho? -preguntó Jacques, fulminando con la mirada.
– ¿Está Gains al teléfono?
– Está esperando -contestó Nancy adelantándose con un teléfono.
– Usted no tiene idea de lo vergonzoso que será esto si se equivoca – advirtió Jacques-. He gastado un considerable patrimonio en usted.
– No en mí, Jacques. En su hija -corrigió Tom agarrando el teléfono.
– ¿Ministro Gains?
– El habla -contestó la conocida voz de Gains-. Entiendo que usted tiene alguna información nueva.
– Así es -concordó Tom-. En realidad no puedo seguir tratando de probarme en todo momento, Sr. Gains. Eso nos está retrasando.
Hubo una pausa.
– ¿Lo ve? Usted aún no sabe si creerme o no. No lo estoy culpando; no todos los días alguien le dice que un virus está a punto de exterminar el mundo, y que lo sabe porque lo soñó.
– Le recordaré que ya le escuché -objetó Gains-. Y le mencioné la situación al presidente. En este mundo, eso es poner las manos en el fuego por usted, hijo. Estoy poniendo las manos en el fuego por un secuestrador que está teniendo sueños absurdos.
– Por eso lo llamo. Al grano: He tenido un sueño en el que me enteré dónde tienen a Monique de Raison. Frente a mí tengo un mapa. Quiero que usted empiece a aceptarme en mis condiciones si resulta que tengo razón acerca de dónde está Monique. ¿Está bien?
Gains pensó al respecto.
– Si tengo razón, Sr. Ministro, y hay un virus, necesitaremos unos pocos que crean. Necesito a alguien en el interior.
– Y ese sería yo.
Nadie más se ha ofrecido de voluntario al momento.
– Usted afirma que averiguó en sus sueños dónde tienen a Monique. ¿Ninguna otra información?
– Auténtico, cien por ciento sueño. Ninguna insinuación de alguna otra inteligencia.
– Así que usted cree que si la encuentra, esto prueba realmente que $u sueños son válidos y que se le debe tomar en serio -comentó Gains.
– No será la primera vez que estoy en lo cierto. Necesito un aliado.
– Está bien, hijo, hagamos un trato. Ponga al Sr. Raison al teléfono.
– ¿No supondría que usted me envíe un equipo de tropas de asalto expertos en guerrillas? -preguntó Tom.
– Ni por casualidad. Pero los tailandeses tienen buena gente. Esto seguro de que cooperarán.
– Ellos aún creen que yo soy el secuestrador -aseguró Tom-. Cooperación no es precisamente lo que fluye por aquí.
– Veré si puedo lograr que tomen las cosas con calma.
– Gracias, señor, no se arrepentirá de esto -concluyó y le pasó el teléfono a un impaciente Raison, quien escuchó y terminó la llamada con un educado saludo.
– Bueno, dígame. He hecho todo lo que usted ha pedido.
– Una gran cueva blanca llena de frascos hacia el oriente a un día de camino de aquí donde se une un río con un bosque -informó levantando el mapa-. ¿Dónde es eso?
– ¿Qué es eso?
– Eso es donde ella está -contestó Tom mirándolo-. Tendremos que imaginar lo que eso significa.
– ¿Es esa su… es eso todo de lo que se trata? -cuestionó el hombre con el rostro un poquitín iluminado-. ¿Una cueva blanca llena de frascos.'
– Sí, pero Rachelle no sabría cómo sería un laboratorio. Una cueva blanca llena de frascos tiene que ser un laboratorio, ¿correcto? La llevaron a un laboratorio subterráneo a un día de camino hacia el oriente donde un ru1 se encuentra con el bosque.
– ¿Cuántos kilómetros? -quiso saber el rastreador.
– Aproximadamente treinta.
– El río Phan Tu atraviesa aquí la llanura -informó el rechoncho peleador recorriendo con el dedo la línea azul de un río en el mapa-. Y termina aquí en la selva. Treinta kilómetros al oriente. No hay laboratorio. Concreto Ya fuera de uso.
– ¿Una planta de concreto? -inquirió Tom mirando al hombre-.
.Exactamente allí? '
– Sí.
Jacques de Raison se pasó las dos manos por el cabello.
– ¿Cómo sabe usted que esto es exacto? ¿Y cómo…?
– Usted tiene un helicóptero, Sr. Raison -interrumpió Tom-. ¿Está aquí su piloto?
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