¡Desapareció! El corazón le latió con fuerza. Pero había sido ella, a menos de cincuenta metros en esa dirección, entre dos enormes árboles.
Rachelle salió de repente al descubierto, se detuvo, lo miró directamente, y luego desapareció sin mostrar una sonrisa.
Tom se quedó paralizado por cinco segundos completos. Ve tras ella, ¡idiota! ¡Corre!
Corrió. Alrededor de un árbol. Colándose entre los arbustos como un rinoceronte en estampida.
– ¡Detente! ¡Estás haciendo demasiado ruido!
Se paró detrás de un árbol y observó alrededor. Nada. Caminó en la dirección en que ella se había ido. Pero aún nada. ¿Había desaparecido?
– Psss.
Tom giró. Rachelle se hallaba inclinada contra un árbol, con los brazos cruzados. Sus labios esbozaban una sonrisa provocadora. Ella guiñó un ojo. Luego se deslizó alrededor del árbol y se fue.
Él corrió tras ella. Pero la muchacha había vuelto a desaparecer. Esta vez él corrió de árbol en árbol, mirando, ahora sin resuello.
Cuando Rachelle apareció, fue como la última vez, de repente y con indiferencia, inclinada contra otro árbol detrás de él. Ella arqueó una ceja y sonrió. Volvió a desaparecer.
Entonces se le ocurrió a Tom que no estaba prestando ninguna atención al segmento rescate de este romance. Quizá por eso ella lo estaba guiando. Él la había escogido al correr tras ella, pero ella esperaba que él le mostrara su fortaleza. Había pasado el tiempo de la delicadeza.
Recordó la demostración que hicieran Tanis y Palus.
Gritó lo primero que se le vino a la mente.
– ¡Vaya! ¿Qué veo? ¡Cosas negras en los árboles!
Corrió en la dirección en que había desaparecido Rachelle.
– ¡Ven acá, cariño mío! -exclamó, esperando con ansias que esto no era muy precoz-. ¡Ven para que yo pueda más que protegerte! ¿Más que protegerte? ¿Así fue como lo expresó Tanis?
– ¡Oh, cariño! ¡Rachelle!
– ¿Dónde? -preguntó ella, saliendo detrás de un árbol a la izquierda de Tom, los ojos bien abiertos, una mano levantada hasta los labios. ¿Dónde?
– ¡Allí! -gritó él, señalando en la dirección opuesta.
Rachelle gritó y corrió hacia él. La brisa hacía que el vestido azul se le pegara alrededor de las mallas que usaba. Ella se agarró del hombro de Tom y se colocó detrás de él.
Estaba tan sorprendido por este repentino éxito que por un instante se despistó con lo de los murciélagos negros. La miró al rostro, ahora a sólo centímetros del suyo. Se hizo silencio en el bosque. Él podía oler el aliento de ella. Como lilas.
Los ojos femeninos encontraron los de él. Se miraron por un momento.
– ¿Vas a mirarme o a enfrentarte a los murciélagos? -investigó ella.
– Ah, sí.
Tom saltó afanosamente y levantó los brazos para enfrentar al fantasmal enemigo a punta de manotazos y patadas.
– Están llegando en bandadas. No te preocupes, los puedo matar a todos. ¡Aja, tú! -anunció él, saltó al aire, pateó con el pie derecho, luego giró trescientos sesenta grados antes de volver a arremeter.
Lo había hecho de manera impulsiva, motivado por el enorme deseo de mostrar su fortaleza y habilidad. Pero lo dejó helado el hecho de que diera realmente toda una voltereta en el aire. ¿Dónde había aprendido eso?
Lo acababa de aprender ahora.
En su admiración por sí mismo dejó de concentrarse en sus movimientos y se estrelló en el suelo del bosque con un fuerte golpe.
– ¡Puf!
Tom se las arregló como pudo para ponerse de rodillas, se había quedado sin aire en los pulmones. Rachelle corrió y se agachó sobre una rodilla.
– ¿Estás bien? -le preguntó, tocándole el hombro.
– Sí -contestó él jadeando.
– ¿Sí?
– Seguro.
Ella rápidamente le ayudó a pararse.
– Puedo ver que has olvidado algunos de tus… poderosos movimientos -pronunció ella mientras lentamente se le formaba una sonrisa en l0s labios; luego miró alrededor-. La próxima vez podría parecer algo como esto.
Rachelle saltó en la dirección de los invisibles shataikis.
– ¡Aja! -exclamó pateando.
No fue una simple patada hacia adelante, sino una voltereta perfectamente ejecutada que la dejó de vuelta en tierra en la posición ideal para un segundo movimiento.
– Tanis me enseñó -informó, mirando hacia atrás y guiñando un ojo.
Entonces ella fue tras el enemigo en una larga serie de movimientos espectaculares que le hicieron contener la respiración a Tom por segunda vez. Él contó uno, dos, tres saltos mortales mezclados hacia atrás. Al menos una docena de movimientos combinados, la mayoría de ellos en el aire.
Y lo hizo todo con la gracia de una bailarina, acomodando cuidadosamente el vestido mientras volaba.
Esta polluela era buena. Muy buena.
Ella cayó parada en puntillas, frente a Tom a seis metros, totalmente resuelta.
– ¡Aja! -gritó ella, y guiñó de nuevo.
– Aja. Vaya.
– Vaya.
El tragó saliva.
Rápidamente ella bajó la guardia y asumió una posición más femenina.
– No te preocupes, sólo estamos fingiendo que hiciste eso. No se lo diría nadie.
– Está bien -concordó él aclarando la garganta.
Ella lo analizó por un momento; le parpadearon los ojos. El juego no había terminado. Por supuesto que no. Probablemente apenas estaba empezando.
O él estaba empezando a tener esperanza.
Escoge, persigue, protege, corteja. Las palabras le resonaron en la mente.
– Eres muy… fuerte -confesó él-. Quiero decir llena de gracia.
– Sé lo que quieres decir -contestó ella empezando a acercársele-. Y me gusta ser fuerte y llena de gracia.
– Bueno, también eres muy amable.
– ¿Lo soy?
– Sí, creo que sí.
Él quería decirle que era hermosa; que era interesante, llena de vida y persuasiva. Pero de pronto encontró exageradas las palabras. Todo era demasiado, demasiado rápido. Para un hombre con todos sus sentidos adecuadamente engranados, esta podría ser la manera natural de enamorar a una mujer, pero para él, habiendo perdido su memoria…
Rachelle se detuvo al alcance del brazo. Lo miró a los ojos.
– Creo que fue un juego maravilloso. Eres un hombre misterioso. Me gusta eso. Quizá más tarde podamos continuarlo. Adiós, Thomas Hunter.
Ella dio media vuelta y se alejó.
¿Sólo así? Ella no se podía alejar sencillamente así, no ahora.
– ¡Espera! -exclamó él, y corrió hacia ella-. ¿Adónde vas?
– A la aldea.
El interés de ella pareció haberse evaporado. Quizá este asunto de escoger y cortejar era más complicado de lo que él creía.
– ¿Puedo ir contigo?
– Claro. Tal vez en el camino pueda ayudarte a recordar algunas cosas.
Sin duda es necesario presionar un poco tu memoria.
Antes de que él pudiera responder a esa clara presión, una enorme bestia blanca salió de los árboles en dirección a ellos. Un tigre, blanco puro con los verdes. Tom se detuvo bruscamente.
Rachelle lo miró, luego miró al tigre.
Ese, por ejemplo, es un tigre blanco.
Un tigre. Recuerdo eso.
– Bueno.
Ella caminó hasta donde el animal, lo abrazó por el cuello y le alborotó las orejas. El tigre le lamió la mejilla con una lengua larga, y ella le acarició nariz. Pareció haberlo domado en el transcurso de un rato. Luego ella insistió en que él se acercara y rascara el cuello del tigre con ella. Sería fácil para él recordar si engranara activamente el mundo.
Tom no estaba seguro de cómo interpretar los comentarios de Rachelle quien los hacía con una sonrisa y con aparente sinceridad, pero él no podía dejar de pensar que ella lo estaba apremiando o censurando por la forma mediocre de él de enamorarla.
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