– Bien -acordó ella, exasperada-. Bien, finjamos que los dos son reales. Cuéntame de este… otro lugar.
– ¿Todo?
– Cualquier cosa que creas que tenga sentido.
– Todo tiene sentido.
Tom respiró profundamente y le contó su despertar en el bosque negro, de los murciélagos que lo persiguieron, de la mujer que había conocido, y de los roushes que lo llevaron a la aldea. No creía que hubiera alguna maldad en el bosque colorido. Esta parecía confinada al bosque negro. Le contó todo, y mientras hablaba, ella escuchaba con una intensidad que debilitaba periódicas burlas hasta que estas se acallaron por completo.
– Así que cada vez que te quedas dormido en algún lugar despiertas en el otro lugar.
– Exactamente.
– Y no hay correlación directa del tiempo. Es decir, puedes pasar todo Un día allá y despertar aquí para averiguar que sólo ha pasado un minuto.
– Eso creo. He estado allá por todo un día pero no aquí. Ella se paró de repente y se fue a la cocina.
– ¿Qué estás haciendo? -inquirió Tom.
– Vamos a probar estos sueños tuyos. Pero sin saltar por la barandilla.
– ¿Sabes cómo probar esto? -exclamó él corriendo tras ella.
– ¿Por qué no? -manifestó ella al tiempo que agarraba el periódico y lo hojeaba-. Afirmas que has obtenido algún conocimiento de este lugar. Veremos si puedes conseguir más.
– ¿Cómo?'
– Sencillo. Te vuelves a dormir, obtienes más información, y luego te despertamos para ver si tienes algo que podamos comprobar.
– ¿Crees que eso sea posible? -preguntó parpadeando.
– De eso se trata: de averiguar -contestó ella encogiéndose de hombros-. Dijiste que allí tienen historias de la tierra. ¿Crees que tendrían resultados de eventos deportivos?
– No… no sé. Parece algo trivial.
– A la historia le encanta lo trivial. Si hay historia, incluirá eventos deportivos -indicó ella.
Se detuvo en la sección de deportes y observó la página. Dejó de ver y luego miró a Tom por sobre el periódico.
– ¿Sabes algo sobre carreras de caballos? -investigó ella.
– Este… no.
– Nómbrame un caballo que esté en el circuito de carreras.
– ¿Cualquier caballo?
– Cualquiera. Sólo uno.
– No sé de ningún caballo. ¿Suerte de Corredor?
– Estás inventándolo.
– Sí.
– No se trata de eso. Sólo me estoy convenciendo de que no conozcas a ninguno de los participantes en la carrera de hoy.
– ¿Qué carrera?
– El Derby de Kentucky.
– ¿Se está corriendo hoy? -preguntó él alargando la mano hacia el periódico, y ella lo echó hacia atrás.
– Ni por casualidad. No sabes qué caballos corren; no arruinemos eso -dijo ella doblando el periódico-. La carrera es dentro de…
Ella miró el reloj en la pared.
– …seis horas. Nadie en el planeta conoce al ganador. Anda y habla con tus amigos peludos. Si regresas con el nombre del caballo ganador, reconsideraré esta pequeña teoría tuya -concluyó con una sonrisita en los labios.
– No sé si pueda conseguir esa clase de detalle -cuestionó Tom.
– ¿Por qué no? Vuela sobre la biblioteca dorada en el cielo y pregúntale un poco de historia a la pelota de pelusa encargada. ¿Qué puede ser tan difícil al respecto?
– ¿Y si no es un sueño? Simplemente no puedo hacer allí lo que quiera, más de que puedo hacer aquí lo que quiera. Y las historias son orales. ¡Ellos no sabrán quién ganó una carrera!
– Dijiste que algunos de ellos saben todo de las historias.
– Los sabios. Michal. ¿Crees que Michal me va a decir quién ganó el Derby de Kentucky en el año 2010?
– ¿Por qué no?
– No parece algo que él me diría.
– Ah, basta ya.
– Estoy durmiendo ahora en una colina… no puedo sencillamente seguir adelante con una investigación demente de algo tan trivial.
– Tan pronto como te duermas aquí, despertarás allá -expresó ella-. Si quieres probarme esto… esta es tu oportunidad.
– Esto es ridículo. Así no es como funciona.
– ¿Estás dando una excusa?
– La carrera es dentro de seis horas. ¿Y si no puedo volver a dormir allá?
– Dijiste que no necesariamente había alguna correlación de tiempo. Dejaré que duermas por media hora, y luego te despertaré. De todos modos, no podemos sentarnos aquí por mucho más tiempo que ese.
Tom se pasó los dedos por el cabello. La sugerencia le parecía absurda, Pero sus propias exigencias de que Kara le creyera eran igualmente absurdas Para ella. Más aún. En realidad no había motivos para creer que él no pudiera obtener la información. Quizá Michal entendería y se la diría inmediatamente. Mientras Kara lo despertara a tiempo…
Podría funcionar.
– Está bien.
– ¿Está bien?
– Está bien. ¿Cómo me duermo?
Ella lo miró como si no esperara en realidad que él estuviera de acuerdo.
– ¿Estás seguro de no conocer a ninguno de los caballos?
– Positivo. Y si supiera, no sabría quién va a ganar, ¿verdad?
– No.
Kara le lanzó una última mirada de sospecha y se dirigió a su dormitorio, llevándose el periódico. Regresó treinta segundos después agitando un frasco de pastillas.
– ¿Me vas a drogar? -preguntó él-. ¿Cómo me despertarás si se me altera la cabeza? No puedo andar drogado todo el día.
– Tengo algunas pastillas que te despertarán también al instante. Debo admitir que es un poco extremo, pero creo que nuestra situación es un poco extrema, ¿no es así?
Ella era enfermera, recordó él. Podía confiar en ella.
Diez minutos después él yacía sobre el sofá, habiendo ingerido tres grandes tabletas blancas. Estuvieron hablando de dónde irían. Debían salir de la ciudad. Para sorpresa de él, a Kara le pareció bien la idea. Al menos hasta que resolvieran todo esto.
– ¿Qué… qué acerca… qué… de la variedad Raison…? -le estaba preguntando a su hermana.
Ella aún no se había convencido de lo de la variedad Raison. Por eso le había dado las pastillas. Pastillas blancas enormes, gigantescas, que eran suficientes para ser…
***
– ¿PUEDES DECIRME de qué aldea viene él? -averiguó Michal.
– No de tan cerca como podrías imaginar. Ni de tan lejos como podrías creer.
Esto significaba: No, prefiero no decírtelo esta vez.
– Rachelle lo ha elegido. ¿Debería llevarlo así nomás a la aldea?
– ¿Por qué no?
Esto significaba: No interfieras con las costumbres de los humanos. Michal se movió sobre sus largos y flacos pies. Inclinó la cabeza en reverencia.
– Él me preocupa -opinó-. Temo lo peor.
– No pierdas tu tiempo con el temor -aconsejó su maestro con voz baja y despreocupada-. Es impropio.
Dos valles hacia el oriente, el hombre que decía llamarse Thomas Hunter se hallaba desplomado contra un árbol, perdido en su sueño. Soñando con las historias en vividos detalles. Seguramente esto no podía ser bueno.
Michal había dejado al hombre y había volado a un árbol cercano para considerar las opciones. Debía sopesar la situación con mucho cuidado. Nunca antes había ocurrido algo así, al menos no en su sección del bosque. No podía simplemente llevar a la aldea a Thomas y presentárselo a Rachelle con esta pérdida total de memoria. Él no parecía conocer a Elyon, ¡santo cielo!
Cuando Hunter se quedó dormido, Michal decidió buscar guía superior.
– Él cree que este podría ser un sueño -comunicó Michal, levantando la mirada-. Cree que vive en las historias en un lugar llamado Denver, y que sueña con el bosque colorido, ¡con todas las cosas! ¡Va de allá para acá! Intenté decírselo, pero no estoy seguro de que me crea por completo.
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