Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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– Qurong viene -susurró Johan con urgencia-. No tenemos mucho tiempo.

El líder de las hordas marchaba por la orilla con varios centenares de guerreros.

Dos hombres salieron de la multitud de habitantes del bosque y corrieron hacia la orilla… los dos que habían viajado con Justin por el Valle de Tuhan. Ronin y Arvyl.

Tenían los rostros surcados de lágrimas y los ojos totalmente abiertos por el miedo.

– Lo seguiremos hasta nuestras muertes si debemos hacerlo -expresó con calma Ronin, mirando profundamente a los ojos de Thomas-. ¿Qué debemos hacer?

– Naden profundo y respiren el agua. Dejen que ella los tome. Hallarán vida.

Ellos se miraron entre sí.

– ¡Rápido! Están llegando.

Los dos hombres caminaron al frente, titubearon, luego corrieron y se zambulleron. Desaparecieron.

– Ahora sus hombres, ¡los hombres de Justin! -exclamó Ciphus-. ¡Todos han conspirado para traer nuestra ruina!

Qurong aún estaba marchando. Entonces todo había resultado en esto. Las hordas contra una familia. ¡Sin duda los segundos de Thomas lo seguirían!

Thomas subió la orilla y agarró las manos de Mikil y Jamous.

– ¡Síganme!

– Thomas…

– ¡Cállate y sígueme, Mikil! -prorrumpió él en voz baja y queda-. ¿Crees en mí?

Ella no contestó.

– Ustedes mataron a Elyon. Todos lo hicimos. ¡Ahora devuélvele tu vida y anda conmigo!

Mikil y Jamous se miraron.

– Creo que él tiene razón -dedujo Jamous.

– ¿Crees que Justin era Elyon? -inquirió ella.

– Él me habló.

Ella lo miró con sus blancos ojos bien abiertos.

– Zambúllete profundo y respira el agua; por amor de Elyon, ¡muévete! ¿Te he mentido alguna vez? Nunca. ¡Corre!

Eso bastó para Mikil. Los dos corrieron por la orilla arenosa con Thomas exactamente detrás. Se zambulleron al unísono, mientras Ronin y Arvyl salían a la superficie, con la carne rosada, las bocas abiertas, exhalando agua.

Thomas agarró a Johan del brazo.

– Caballos, necesitaremos caballos del establo auxiliar de los guardianes -le susurró-. Estarán ensillados y…

Pero Johan sabía todo eso, por lo que rápidamente corría por la orilla. Los enfermos habitantes del bosque le abrían paso a toda prisa. Desapareció en una fila de casas.

– Todos los de ustedes que sigan a Justin en su muerte, encontrarán nueva vida, ¡ahóguense! -gritó Thomas-. ¡Ahóguense ahora!

El líder de las hordas marchaba más rápido.

Ciphus se quedó en silencio. Él también vio a Qurong. También vio al ejército de las hordas que los había rodeado, muchos miles, montados en caballos, con las guadañas listas. Todos estaban bajo un nuevo orden.

– ¡Se lo ruego! ¡Recuérdenlo! ¡Este es el día de la liberación de ustedes! -gritaba Thomas.

Detrás de él salpicó el agua. Mikil y Jamous habían subido.

La frustración de Thomas hervía en la superficie.

– ¿Qué pasa con ustedes? ¿Están ciegos? ¡Es vida, tontos! ¡Ahóguense!

Mikil reía.

Dos niños corrían por la orilla. Lucy y Billy, los del Valle de Tuhan. Entraron con Marie y Samuel. Pisándoles los talones siguieron varios hombres y mujeres adultos, quizás media docena, uno de aquí, otro de allá. Chapotearon en el agua y se hundieron bajo la superficie. Uno resopló en la superficie y salió gritando del lago. La piel no le había cambiado. Dos más salieron del lago.

– ¡Basta! -gritó Qurong de pie con el puño en la cadera y las piernas extendidas-. Si entran al lago, considérense un enemigo al que cazaremos y destruiremos.

– ¡Tú eres Tanis! -declaró Thomas-. Bebiste el agua de Teeleh y nos provocaste la enfermedad. ¿Harás ahora la guerra a los hijos de Elyon? Justin nos ha traído paz.

– ¡Yo les he traído la paz!

La voz de Qurong pareció demasiado fuerte para un hombre. Entonces Thomas cayó en cuenta de que era Teeleh quien hablaba a través de su primogénito. Jugaba al niño malcriado que quería ser tan grande como Elyon. Esa siempre había sido la manera de Teeleh; ahora, al haber matado a Justin, haría la guerra a este remanente inesperado. Eliminaría la vida que Justin había hecho posible en su muerte.

– ¡Somos uno! -gritó Qurong con los brazos extendidos-. ¡Soy la paz!

– Estás en paz con Teeleh, no con Elyon. No con Justin.

– ¡Blasfemia! -gritó Ciphus-. Estás desterrado. ¡Todo hombre, mujer o niño que se bañe en este lago será desterrado!

Qurong echó hacia atrás la capucha para dejar al descubierto sus largos rizos nudosos sobre una blancuzca piel llena de escamas.

– Desterrados no -rugió-. ¡Muertos!

Detrás de Thomas el agua salpicaba mientras otros salían del lago. Ajenos al intercambio de palabras, varios de los niños reían. Rachelle los sacó corriendo del agua haciéndolos callar.

Thomas revisó la playa. Solo había un camino despejado de guerreros de las hordas y era pasando a Ciphus. Aún entonces Qurong los perseguiría.

¿Dónde estás, Johan?

Un hombre solitario salió del gentío, corrió directo a la orilla y se zambulló en un acto de rebeldía a la orden de Qurong. ¿William? Si Thomas no se equivocaba, su teniente, William se les acababa de unir.

¿Dónde estaba Johan? ¿Cuánto tiempo necesitaba para abrir un portón a unos cuantos caballos? Thomas debía entretener a Qurong.

– Si estás con Elyon, ¿condenarías entonces a hombres y mujeres a morir porque no tienen tu enfermedad?

– Son ustedes quienes tienen la enfermedad -objetó Qurong-. Son desteñidos con carne envenenada y mentes enfermas.

De la boca le salía baba. Tenía los ojos candentes de la ira. ¿Por qué estaba tan furioso por unas pocas presas indefensas?

– La enfermedad de ustedes nos dividirá y amenazará mi reino, ¡y por eso serán ahogados!

– ¡Ya nos hemos ahogado! -cuestionó Mikil; luego soltó la risotada-. ¿Quieres que nos ahoguemos otra vez?

Thomas alargó la mano para tranquilizarla.

– Prepáralos -le dijo en voz baja-. Viajaremos por el bosque, al norte.

– ¿Caballos?

– Johan. Ella entendió.

– Veremos si sobrevives a mi ahogamiento -formuló Qurong-. ¡Agárrenlos!

La guardia del jefe de las hordas salió de su sitio y marchó al frente.

– ¡Espera! -gritó Thomas-. ¡Tengo algo que intercambiar! Metió la mano en la túnica, sacó un libro de cuero y lo levantó.

– Un libro de historia.

Qurong levantó la mano y sus soldados se detuvieron. Dio un paso adelante. En su propia mente retorcida este era un libro sagrado; sin embargo, ¿qué haría para volver a tenerlo? Después de todo solo era un objeto.

– Has manifestado que a nadie se le permite entrar al lago -declaró Thomas-. Si lanzo este libro a esta agua envenenada, ¿romperás tu propia ley y entrarás a buscarlo?

– Ponlo a un lado.

Johan emergió del poblado detrás de la gente, llevando una docena de caballos. Dio una mirada a la situación y espoleó su montura. Thomas habló a gritos para cubrirle la llegada.

– Dejaré este libro a un lado si me das un minuto para llevar el caso ante todo el Consejo, como es la costumbre de nuestro pueblo en un suceso de…

El sonido de Johan y sus caballos al galope por la orilla fue suficiente para hacer volver todas las cabezas. Los encostrados acababan de caer en cuenta de la súbita aparición de su antiguo comandante y se movieron para interceptarlo cuando pasó como un rayo a Qurong.

Thomas se metió en la túnica el libro de historia en blanco, luego giró y agarró al niño más cercano.

– Llévenlos a los caballos, ¡rápido!

Rachelle puso a Marie en una silla detrás de William. Agarró a Samuel del brazo y lo levantó con la ayuda de William. Luego giró hacia otro niño.

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