Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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Ésa fue la última vez.

Av, v para velocidad, delta para cambio. En el espacio, ésa es la medida del cambio de velocidad que se requiere para ir de un lugar a otro… es decir, la medida de energía útil.

Todo está en movimiento. Pero poner algo en órbita alrededor de la Tierra desde la superficie (en movimiento), requiere una mínima Av de 10 kilómetros por segundo; abandonar la órbita de la Tierra y volar hacia Marte requiere una mínima Av de 3,6 kilómetros por segundo; y orbitar alrededor de Marte y posarse en él requiere una Av de aproximadamente un kilómetro por segundo. La parte mas difícil es dejar la Tierra atrás, la atracción gravitatoria más elevada. Para subir a esa increíble curva de espacio-tiempo hace falta mucha fuerza, cambiar la dirección de una inercia enorme.

La historia también tiene una inercia. En las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, las partículas (o los sucesos) tienen dirección; los matemáticos, tratando de demostrarlo, trazan lo que ellos llaman «líneas mundiales» en los gráficos… En los asuntos humanos, las líneas mundiales individuales forman una maraña gruesa, surgiendo de la oscuridad de la prehistoria y extendiéndose a través del tiempo: un cable del tamaño de la misma Tierra, que gira alrededor del Sol en un curso largo y curvo. Ese cable de líneas mundiales enmarañadas es la historia. Viendo dónde ha estado, es evidente hacia dónde va; basta una mera extrapolación. ¿Qué clase de Av hará falta para escapar de la historia, escapar de una inercia tan poderosa, y trazar un nuevo curso?

La parte más difícil es dejar la Tierra atrás.

La forma del Ares daba una estructura a la realidad; el vacío entre la Tierra y Marte empezó a parecerle a Maya una larga sucesión de cilindros ensamblados en ángulos de cuarenta y cinco grados. Había una pista para correr, una especie de carrera de obstáculos, alrededor del Toro C, y en cada juntura aminoraba el paso preparada para afrontar el incremento de presión que generaban los dos codos de 22,5 grados, y de pronto podía ver arriba la extensión del siguiente cilindro. Comenzaba a parecerle un mundo más bien estrecho.

Quizá como compensación la gente empezó a parecer más grande. Las máscaras que habían llevado en la Antártida continuaban cayendo, y aquellos que descubrían alguna característica nueva en éste o en aquél se sentían mucho más libres, lo que provocaba la aparición de otros rasgos ocultos. Un domingo por la mañana los cristianos que había a bordo, una docena o algo así, celebraron la Pascua en la cúpula burbuja. En casa era abril, aunque en el Ares estaban en pleno verano. Después del oficio bajaron a desayunar a la sala del comedor D. Maya, Frank, John, Arkadi y Sax estaban sentados a una mesa, bebiendo tazas de café y té. Las conversaciones entre ellos se habían mezclado con las de otras mesas, y al principio sólo Maya y Frank oyeron lo que le decía John a Phyllis Boyle, la geóloga que había dirigido el oficio de Pascua.

—Entiendo la idea del universo como un superser, y que las fuerzas cósmicas sean los pensamientos de ese ser. Es un concepto amable. Pero la historia de Cristo… —John sacudió la cabeza.

—¿La conoces de verdad? —preguntó Phyllis.

—Me eduqué en el luteranismo en Minnesota —fue la respuesta escueta de John—. Fui a las clases de confirmación, y me la introdujeron a la fuerza en el cráneo.

Razón por la que, probablemente, se molestaba en meterse en una discusión como aquélla, pensó Maya. Tenía una expresión de disgusto que nunca antes le había visto y ella se adelantó un poco, concentrándose de pronto. Miró a Frank; éste observaba el interior de su taza de café como si estuviera perdido en alguna ensoñación, pero ella estaba segura de que él también estaba escuchando.

—Debes saber que los Evangelios fueron escritos décadas después de la muerte de Cristo por gente que jamás lo conoció —dijo John—. Y que hay otros evangelios que muestran a un Cristo distinto, evangelios que fueron excluidos de la Biblia por un proceso político en el siglo tercero. De modo que, en realidad, Cristo es una especie de figura literaria, una invención política. No sabemos nada sobre el hombre real.

Phyllis sacudió la cabeza.

—Eso no es cierto.

—Claro que lo es —replicó John. Eso hizo que Sax y Arkadi alzaran la cabeza en la mesa de al lado—. Mira, todo tiene una explicación. El monoteísmo es un sistema de creencias que aparece en las primitivas sociedades ganaderas. Cuanto más dependan de los rebaños de ovejas, más posible es que crean en un dios pastor. Es una correlación exacta, puedes trazar un gráfico y comprobarlo. Y el dios siempre es varón, porque esas sociedades eran patriarcales. Hay una especie de arqueología, una antropología… una sociología de la religión, que aclara todo esto: cómo surgió, qué necesidades satisfizo.

Phyllis lo observó con una sonrisa ligeramente desdeñosa.

—No sé qué decirte, John. Al fin y al cabo no es una cuestión de historia. Es una cuestión de fe.

—¿Crees en los milagros de Cristo?

—Los milagros no son lo importante. No es la Iglesia o el dogma lo que importa. Es el mismo Jesús quien importa.

—Pero es sólo una invención literaria —repitió John con obstinación—. Como Sherlock Holmes o El Llanero Solitario. Y no contestaste a mi pregunta.

Phyllis se encogió de hombros.

—Considero la presencia del universo como un milagro. El universo y todo lo que hay en él. ¿Puedes negarlo?

—Desde luego —dijo John—. El universo simplemente es. Yo defino un milagro como un acto que viola claramente una ley física conocida.

¿Cómo viajar a otros planetas?

—No. Como resucitar a los muertos.

—Los médicos lo hacen todos los días.

—Los médicos jamás lo han hecho. Phyllis se mostró confundida.

—No sé qué decirte, John. Estoy sorprendida. No lo conocemos todo, y pretender que sí es arrogancia. La creación es misteriosa. Darle a algo un nombre como «el Big Bang» y luego creer que tienes una explicación… eso es lógica mediocre, pensamiento mediocre. Fuera de tu pensamiento racional y científico hay toda una zona de la conciencia que el pensamiento científico no puede explicar. La fe en Dios es una parte. Y supongo que o la tienes o no la tienes. —Se levantó—. Espero que te llegue algún día. —Y salió de la sala.

Después de un silencio, John suspiró.

—Lo siento, amigos. Aún me afecta a veces.

—Siempre que un científico dice que es cristiano —comentó Sax—, lo tomo como una declaración estética.

—La iglesia de no-sería-bonito-creerlo-así —dijo Frank sin alzar la vista de la taza.

—Creen que nos falta una dimensión espiritual que las generaciones anteriores tenían —dijo Sax—, y tratan de recuperarla utilizando los mismos medios. —Parpadeó con su seriedad de búho, como si el problema quedara despachado una vez definido.

—¡Pero eso introduce tantos absurdos! —exclamó John.

—Lo que pasa es que tú no tienes fe —dijo Frank, incitándolo. John no le prestó atención.

—Gente que en el laboratorio es realista como nadie… ¡Hay que ver a Phyllis poniendo en tela de juicio las conclusiones de sus colegas! Y entonces, de repente, empiezan a usar trucos, evasivas, ambigüedades. Como si cada uno fuera dos personas diferentes.

—Lo que pasa es que tú no tienes fe —repitió Frank.

—¡Bueno, espero no tenerla jamás! ¡Es como si te dieran un martillazo en la cabeza!

John se puso de pie y llevó su bandeja a la cocina. Los demás se miraron en silencio. Tenía que haber sido una educación religiosa realmente mala, pensó Maya. Era evidente que los otros no conocían esa faceta de aquel plácido héroe. ¿Quién sabía lo que averiguarían la próxima vez, de él o de cualquiera de ellos?

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