La voz se desvaneció y Matt no supo si Rudy había dejado de cantar o si el viento la ahogaba.
Ahora, algunos ventisqueros le llegaban a la cintura. Dos veces tropezó y, cuando cayo de bruces, se zambullo en un capullo tan blanco, calido y puro que estuvo tentado de quedarse un rato a descansar, pero se puso en pie y siguió adelante. La parte superior de su visión había cedido a la oscuridad, podría decirse que recortada como una rasgadura en una fotografía.
El viento cambio bruscamente de dirección y por unos instantes pudo ver algo frente a el. La nieve era una masa oscura que se parecía a Susan, excepto en que, al acercarse, pudo ver que no llevaba su anorak; de hecho, llevaba un vestido de verano, el mismo que cuando la vio por primera vez, muchos años atrás. ¿Como podía sobrevivir aquí vestida así? Y su cabello estaba suelto y flotaba al viento, exactamente igual que en las películas antiguas mas cursis. Ella le indicaba por senas que se acercara, y cuando lo hizo, extendió el brazo, la toco, y empezó a atraerla hacia el, pero ella no cedió.
Matt descubrió que estaba apoyado en una pared de roca.
Las ráfagas de viento que soplaban desde atrás lo ayudaron a impulsarse y siguió la pared hasta que finalmente percibió que la oscuridad lo envolvía y el viento se detuvo de pronto. Recupero la conciencia y comprendió que se encontraba en el interior de la entrada de una caverna.
Deshizo el nudo que sujetaba la soga, pero la mantuvo enhebrada en su cinturón, la paso alrededor de una roca y ato el cabo. Después dio medía vuelta y siguió la cuerda, salio de la caverna y se interno en la cellisca, avanzando por la nieve, tirando de la soga como si fuera un sedal de pesca, hasta que llego junto a los otros.
La luz volvió a aparecer al final de un largo túnel. Susan la vio acercarse cada vez mas, casi como un tren, excepto en que era un tipo de luz diferente y era ella quien se movía.
Cada vez estaba mas cerca y, en el momento en que salio a la cegadora luz del día, oyó voces a su alrededor.
– ¡Vos! ¡Arriba! -aullaba Matt.
– Intentó a ponerse en pie y medio cuerpo la acompaño, tenía que seguir el rastro hasta la abertura. Matt se sorprendió de que le pareciera tan próxima. Después volvió atrás en busca de Rudy y finalmente de Van, y todos se desplomaron en el suelo de la profunda caverna.
Cuando Susan se despertó no tenia la menor idea de cuanto tiempo llevaba durmiendo. Notaba una agradable sensación de calidez y arropamiento y cuando abrió los ojos vio una hoguera. Rudy mariposeaba a su alrededor mientras preparaba la comida. Las llamas se reflejaban titilantes en las paredes de roca, proyectando sombras en todas direcciones. Rudy sonrió, le llevo una taza de café y le acarició el pelo.
A su lado, Matt empezó a agitarse.
– Ah, el heroe se despierta -dijo Rudy.
Matt parpadeo varias veces y lo miro sin comprender durante un segundo. Pasaron varios mas antes de que pudiera hablar.
– Tu eres el heroe. Fue tu canción lo que me impulso a seguir.
– Justo lo que pretendía.
Susan se inclino, coloco su mano en la nuca de Matt y le sonrió.
– No se como, pero lo hiciste -dijo.
Matt recordó su visión del cabello de la mujer ondeando al viento; después volvió la vista hacia Van.
– Esta bien -dijo Rudy-. Ya se ha despertado. Usted es el único que ha dormido hasta tarde. La sopa ya esta en marcha.
Matt se puso en pie y se dirigió a la entrada de la caverna. Los cantos estaban recubiertos de nieve, pero la cellisca había cesado. Por fuera del portal enmarcado en blanco vio un prístino paisaje de una blancura resplandeciente que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Era tan tranquilo y hermoso que resultaba difícil imaginarse que por poco se convierte en su tumba.
Los cuatro comieron con apetito tiras de buey con alubias y café caliente. Después de aquello, Van recupero el color y afirmo sentirse mucho mejor. No dejaba de darse palmaditas en la pierna izquierda.
– Estaba convencido de que se me había congelado-dijo.
Estaban sentados en silencio alrededor del fuego cuando Rudy habló de repente:
– ¿No quieren saber donde he encontrado la madera?
Todos levantaron la vista.
– Justo aquí-dijo, en respuesta a su propia pregunta, señalando hacia un rincón de la caverna.
– Es extraño -comento Matt-. Y el humo asciende en línea recta. Debe de haber una chimenea natural.
– Eso no es todo -añadió Rudy-. ¿Están preparados? Esta hoguera no es la primera que se enciende aquí. Cuando la prepare, encontré cenizas.
Matt fue hacia su mochila y saco una linterna. Van hizo lo propio y ambos examinaron las paredes de la caverna, esquivando con cuidado las estalactitas y las estalagmitas.
Algo llamo la atención de Matt y se acercó mas.
– ¡Hostia!
Van corrió hacia el y enfoco el haz de su linterna ampliando la zona que iluminaba Van.
En el centro de los haces había unas pinturas bastas, manchurrones de ocre, marrón y rojo. Al principio era difícil identificarlas, pero finalmente tomaron forma: algunas parecían representaciones de seres humanos, otras de animales; unas de cacerías, otras de batallas.
– Dios mío -dijo Van finalmente-. Estas pinturas… son prehistóricas. Como las halladas en las cuevas de Lascaux.
– Mira esas figuras -dijo Matt-. Están cazando. ¿Ves esa?
– Acercó un poco la linterna-. ¿Estas viendo lo mismo que yo? Mira esa frente.
La figura tenia una enorme prominencia de lado a lado de la frente. Como todas las demás.
Van toco la pintura y se miro el dedo. Estaba manchado de rojo.
– Esta recién pintado -dijo en voz baja.
Justo en aquel momento oyeron un alarido apenas contenido a sus espaldas, la clase de sonido que escapa involuntariamente cuando ocurre algo inimaginable.
Susan y Rudy estaban acurrucados a la entrada de la cueva. Miraban hacia el exterior, y allí, en la nieve, vieron unas siluetas oscuras, humanoides pero no humanas, que surgían de la blancura circundante. Se dirigían hacia la caverna.
Eagleton desplazo su silla de ruedas hasta la ventana y subió la persiana con un delicado dedo índice. Era la hora del ocaso, siempre inquietante en los suburbios de Washington.
Las farolas de la calle se iban encendiendo entre destellos, las luces de los edificios del campus se iban apagando rápidamente y los coches salían del estacionamiento, llevándose a casa a los fatigados cabezas de familia. Estos empleados no son de los que se entretienen junto a sus mesas, pensó Eagleton. Todos tenían una familia que estaba esperando que regresaran. El no tenia ninguna.
De hecho, no tenia a nadie. Había intentado evitar aquel pensamiento. Sabia que lo estaba acosando; lo hacia normalmente a aquella hora del día. De joven, aun entusiasmado con luchar en la guerra fría como si se tratara de un gigantesco partido de fútbol, dio por sentado que todo el mundo estaba tan comprometido como el mismo, y eso es lo que parecía, pero en algún momento del camino habían ido acumulando esposas, hijos, casas de veraneo, caravanas y perdigueros canelos que lamían sus maños cuando llegaban a casa. El no tenia nada y se sentía estafado. Nadie le había ensenado las reglas, nadie le había dicho que ocurrían otras cosas además del partido de fútbol que se desarrollaba justo ante sus ojos y que tanto le había absorbido.
Era extraño que hubiese tenido que entregar su vida entera a la compañía. Se había convertido en una leyenda, empuñando el látigo durante veinticinco años en calidad de subdirector adjunto, al frente del departamento de contraespionaje. Pero el final de la guerra fría había llegado, se había creado demasiados enemigos, su carrera se había consumido. ¿Que sabia este nuevo reemplazo acerca del puente aéreo de Berlín, de bahía Cochinos, de Vietnam? ¿Que les importaba el honor? Por eso lo habían relegado a una sección estancada, al extraño asunto de investigar fenómenos paranormales. Pero seria el quien riese el ultimo. Se había dado de narices con algo tan gordo que les haría crecer los dientes de envidia. En comparación, colocar un micrófono oculto en el Kremlin parecería un juego de niños.
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