John Darnton - Ánima

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Nueva York: un chico de trece años yace en la cama de un hospital con el cerebro dañado a causa de un accidente. Dos científicos se hacen cargo de su destino. Ambos médicos alcanzarán juntos un resultado que superará todas las expectativas de la ciencia médica.

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– No, no y ninguna

– Bien. ¿Es diestro o zurdo?

– Diestro -contestó Scott, con expresión confundida. -De este modo sabemos si la herida se ha producido en el lado dominante del cerebro.

Hizo unas anotaciones en el formulario, miró el escritorio y vio una copia de su tarjeta sanitaria: Blue Cross Blue Shield.

– Ni siquiera piense en eso -dijo ella. Él asintió.

– Bien. Debe saber que cuenta con uno de los mejores cirujanos del país, quizá el mejor. Leopoldo Saramaggio. Llegará en cualquier momento y comenzará a operar enseguida. Al principio será una operación exploratoria. Probablemente llevará un par de horas, quizá más. Puede usted esperar aquí y uno de nosotros saldrá del quirófano tan pronto como tengamos alguna noticia que darle. Y continuaremos desde allí.

– ¿Estará usted en la sala de operaciones? -reparó en ella por primera vez.

– Sí. Yo seré uno de los cirujanos ayudantes. ¿Tiene alguna pregunta?

Él negó con la cabeza.

– Ahora sólo queda una cosa importante que hacer. -Abrió un cajón y sacó tres páginas impresas y se las alcanzo, junto con un bolígrafo-. Es un formulario de consentimiento. Por favor, quiero que lo lea detenidamente y, si está de acuerdo, ponga sus iniciales en las dos primeras páginas y firme e incluya la fecha en la última.

Él firmó los papeles sin siquiera echarles un vistazo, dejó el bolígrafo sobre el escritorio y abandonó la habitación.

A Tyler le hicieron un escáner. La operación comenzó tan pronto como Saramaggio llegó al hospital. Scott sólo alcanzó a verlo fugazmente, una figura alta y delgada vestida con una bata quirúrgica caminando deprisa por el corredor. Luego observó a través de una pequeña ventana rectangular en la puerta mientras la camilla en la que se hallaba Tyler era trasladada desde la sala de preoperatorio hasta el quirófano. Pudo verlo claramente. Su cabeza brillaba bajo la luz artificial, estaba completamente rasurada, lo que hacía que sus facciones parecieran más pequeñas y lo volvían vulnerable, como si lo llevasen a alguna parte para ser sacrificado. La odiosa pieza de metal era perfectamente visible, sobresaliendo en el aire. Ahora que habían limpiado parte de la sangre, Scott vio la herida que el objeto había producido en el cráneo de su hijo, un corte aterradoramente grande en la base. Parecía como si hubiese sido absorbido dentro del cráneo. La base de metal presentaba alguna clase de alambres y artilugios teñidos de sangre.

La operación duró tres horas.

Scott no sabía cómo interpretar el tiempo. ¿Era mejor si duraba más? ¿Significaba acaso que los cirujanos estaban recomponiendo de alguna manera la herida de Tyler? ¿O era una mala señal, significaba que el daño causado era tan severo que cada paso del proceso implicaba un peligro?

Mientras esperaba, caminaba arriba y abajo de la deprimente sala de espera con su mezcla de sillas desparejas de respaldo duro y vetustos sofás y paredes cubiertas con grabados de paisajes ingleses. De vez en cuando, se acercaba a la ventana y miraba con expresión vacía los coches que circulaban por la York Avenue y observaba el cambio de luces de los semáforos. Se sentó en un par de ocasiones para hojear una vieja revista de bordes gastados; leyó los tres primeros párrafos de un artículo y luego la lanzó sobre la pequeña mesa de madera.

Finalmente, la mujer – ¿cuál era su nombre?- salió de la sala de operaciones. Se acercó rápidamente y ella lo condujo de nuevo a la pequeña oficina en la que habían estado antes, lejos del resto de la gente que aguardaba en la sala de espera.

– El doctor Saramaggio vendrá dentro de un momento a hablar con usted. Por favor, siéntese.

Ella sabía que él necesitaba alguna información en ese mismo instante.

– Como ya le he dicho, se trataba básicamente de una intervención exploratoria. Le hemos echado un buen vistazo. Su hijo, Tyler, lo está llevando muy bien. – ¿Vivirá?

Ella lo miró fijamente. Scott tenía los ojos brillantes. -Sí. Por ahora. No parece estar bajo un peligro inminente. Pero de eso precisamente quiere hablarle el doctor Saramaggio.

No tuvieron que esperar mucho. Saramaggio entró en la pequeña sala y su físico alto y alargado pareció llenar la estancia. Los zapatos y los bajos de sus pantalones verdes tenían manchas de sangre marrones. Kate vio que Scott las miraba. Saramaggio extendió el brazo derecho y le estrechó la mano, quizá con demasiado vigor, y luego les pidió a ambos que lo acompañasen a su despacho.

La caminata, bajando dos tramos de escalera y a través de un par de corredores y tres puertas giratorias, pareció interminable. Kate la consideró excesiva e injusta. ¿Por qué no podía hablar con él en la oficina donde estaban?

Saramaggio se instaló detrás de su escritorio y dejó escapar un leve suspiro que denotaba agotamiento. A sus espaldas, los diplomas y las placas enmarcados cubrían las paredes.,

– Señor Jessup -comenzó a decir, apoyando ambos codos sobre el escritorio e inclinándose hacia delante-. No es necesario que le diga que el caso de su hijo es peligroso, extremadamente peligroso. Su vida está amenazada y cuanto antes aceptemos ese hecho y nos enfrentemos a él, antes seremos capaces de actuar.

Scott estaba sentado, inmóvil, en el borde de su silla. -De hecho, no tengo reparos en reconocer que nunca había visto nada semejante. Ese objeto extraño, ¿cómo se llama…? -Miró a Kate.

– Es un Camalot del número dos.

– Camalot. Lo hemos dejado en su sitio; como he dicho, era una intervención exploratoria. Ese objeto debió de caer desde una gran altura. Ha penetrado en el cerebro 10,2 centímetros. Ésa es una distancia considerable.

Alzó el pulgar y el índice formando una C para demostrarlo.

– Ha abierto la corteza cerebral hasta alcanzar las porciones inferiores del cerebro.

Hizo una pausa y su expresión se volvió más seria. -Sin embargo, y ésta es la parte realmente inusual de este caso, ese implemento parece haber evitado los centros vitales. No parece haber afectado de forma irreparable el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo o el tronco cerebral. Como resultado, el sistema nervioso autónomo parece seguir funcionando y, como usted debe de saber, es el que permite el funcionamiento de nuestras funciones necesarias e involuntarias: los pulmones, el corazón, el sistema circulatorio, etcétera.

– ¿O sea, que no corre peligro por el momento?

– No, aparentemente, no. Pero sólo por el momento. La situación es muy inestable. Podría cambiar en cualquier instante y todo lo que he dicho hasta ahora podría ser inútil. Y de momento sólo le he dado las buenas noticias. – ¿Cuáles son las malas?

– Las malas. Bueno, aunque el estado de su hijo es relativamente estable, no responde ante ningún estímulo externo. Su cerebro registra actividad, pero lo hace de una manera azarosa. No responde a los sonidos ni a la vista o el tacto. Es casi como si se encontrase en una especie de estado de shock o de coma profundo.

Y, mientras tanto, sigue teniendo esa maldita pieza de metal clavada en la cabeza. Por qué no ha provocado aún alguna infección virulenta es algo que desconozco. Debemos quitársela, pero resulta difícil imaginarse esa operación sin provocar un daño importante. El efecto podría ser traumático e instantáneo, podría inutilizar el sistema en un segundo. O podría ser algo más sutil y a largo plazo, podría cambiarlo de maneras imposibles de predecir. Cambiar toda su personalidad.

Por un momento, a Kate le preocupó la posibilidad de que Saramaggio le contase la anécdota de Phineas Gage -quien finalmente murió en la sala de operaciones cuando un neurocirujano lo convenció para que se sometiera a una intervención quirúrgica-, pero el médico continuó. Su mente ya había pasado a otra cosa.

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