John Darnton - Experimento

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Experimento: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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– Quizá si la tenga. Quizá esté en peligro. ¿No se te ha ocurrido pensarlo?

Jude permaneció unos momentos en silencio. Durante los últimos días, apenas había pensado en otra cosa.

– Volvamos a lo del juez. Dices que el tipo se quedó de piedra al verte.

– Entré en su sala de audiencias y, como te he dicho, en cuanto me vio casi se desmaya. Tuvo que suspender la vista.

– ¿Y a ti su aspecto no te resultó familiar?

– No, qué va. En mi vida lo había visto.

Raymond guardó silencio y apretó un botón para bajar la ventanilla del acompañante a fin de que saliera el humo. Escrutó la oscura cubierta de vehículos y, una vez se hubo cerciorado de que no había nadie en los alrededores, miró de nuevo a Jude.

– ¿Quién más está al corriente de lo que te está pasando?

Una pequeña alarma se disparó en el cerebro de Jude.

– Nadie.

– ¿Nadie en absoluto? ¿Te has guardado todo esto para ti solito?

– ¿A quién iba a contárselo? Reconoce que la historia no puede resultar más disparatada.

– ¿No le dijiste nada a tu novia, ni a algún amigo?

Jude hizo un movimiento de cabeza vagamente negativo.

– Dices que unos individuos te andan siguiendo.

– No estoy seguro de si es un solo tipo o son dos. Si son dos, se parecen muchísimo; ambos son fornidos y tienen un mechón blanco en el pelo. Según Skyler, proceden de la isla. Al parecer, son una especie de encargados de seguridad. Los vi en el metro, y te juro que algo que me pareció detectar en ellos hizo que la sangre se me congelara en las ventas.

Jude fue a apagar el cigarrillo en el cenicero, pero vio que éste estaba lleno de monedas y de tabletas medicinales.

– Zantac -explicó Raymond-. Para mi úlcera de estómago. En días como éste, las necesito. Salgamos.

Subieron por la escalera y se dirigieron a la cubierta de popa. La noche era espléndida y estaba tachonada de luces: las parpadeantes estrellas, el cálido brillo de los tragaluces de los yates y remolcadores de la bahía, las ventanas de los rascacielos… La corona de la estatua de la Libertad resplandecía con brillo verdoso.

– Raymond -dijo Jude-. Necesito saber lo que está sucediendo. ¿Qué me puedes decir?

– No mucho -respondió Raymond con la mirada al frente, perdida en la noche-. Sólo cuatro cosas. Hay una especie de secta, cuyo nombre ni siquiera sé, pues no dejan de cambiarlo. Comenzó en los años sesenta, y la formaron un grupo de destacados doctores e investigadores médicos. La mayor parte de ellos estaban relacionados con universidades como Johns Hopkins, Harvard y otras cercanas a Boston. Su líder era un brillante investigador, uno de esos tipos carismáticos. Ya sabes a qué me refiero, de esos que, cuando uno los conoce, cae inmediatamente bajo su influjo convencido de que el tipo es capaz de cualquier cosa y de que tiene las llaves del universo. Y uno está dispuesto a abandonarlo todo y a seguirlo hasta donde sea.

»El tipo se metió en líos en alguna facultad de medicina. No sabemos exactamente cuál, porque los expedientes han desaparecido, cosa que, por cierto, es típica de ese grupo. Saben cubrir bien sus huellas. Ni siquiera conocemos la identidad del líder. El caso es que el tipo realizaba investigaciones sumamente avanzadas sobre el tema de la longevidad, o sobre la ingeniería genética, o sobre la biología molecular. No sé lo que ocurrió pero, al parecer, el fulano se pasó de la raya con sus experimentos e infringió todas las normas que supuestamente controlan ese tipo de estudios. El caso es que, una de dos, o le dieron la patada, o el tipo recogió sus bártulos y se largó con ellos a otra parte. Y varios científicos se fueron con él. Se establecieron en Arizona y allí siguieron durante algún tiempo. Luego se pusieron en contacto con gente muy acaudalada, sobre todo de California. Hubo un multimillonario en particular, un tal Samuel Billington. Al tipo le salía el dinero por las orejas, pero por lo visto no quería que la muerte lo despojara de su riqueza. Era uno de esos chiflados que se consideran por encima de todo, incluso por encima de las leyes biológicas. Así que, durante una época, en los años setenta, se hizo cargo de la financiación. Lo cual no le sirvió de mucho, porque al cabo de poco tiempo falleció.

Raymond se quedó en silencio. Jude pensó que su compañero sólo había hecho una pausa, pero por lo visto ya había dicho todo lo que tenía que decir.

– Y luego ¿qué?

– Apenas nada. El rastro del grupo desaparece.

– ¿O sea que los del FBI no sabéis nada más?

– Apenas nada. Nadie siguió ocupándose del asunto. No era de alta prioridad.

– O sea que ni siquiera conocéis el nombre del tipo, ¿verdad?

– No. Conocemos el nombre que utilizó posteriormente, doctor Rincón. Suponemos que se trata de un alias, ya que en ninguna parte hemos encontrado constancia de que exista un médico llamado así.

– Pero… ¿y la isla? ¿Sabéis dónde está o lo que allí ocurre?

Raymond se encogió de hombros.

– La verdad es que ése es un expediente cerrado. Los grupos o sectas de ese tipo abundan. No existe motivo alguno para reabrir la investigación. No parece que nadie esté quebrantando ninguna ley.

– Pero esos tipos, los ordenanzas…

– Un par de sujetos con aspecto de matones que viajaban en el metro. Eso no significa nada.

– Raymond, por Dios… Skyler es idéntico a mí. Pero más joven que yo.

– Sí, ya sé lo del reconocimiento médico.

Jude se sorprendió pero se abstuvo de decir nada.

– ¿Qué conclusión sacas tú? -le preguntó a Raymond.

– Dime tú lo que piensas.

A Jude comenzaban a irritarle las evasivas de su compañero.

– Alguien lo creó, por el amor de Dios. Skyler es un clon.

Raymond ni siquiera parpadeó.

– Y estoy seguro que tú lo sabías -siguió Jude-. Y también estoy seguro de que querías que yo estableciese la conexión. ¿Por qué, si no, me ibas a facilitar la identidad del juez?

– No seas absurdo. ¿Cómo iba yo a saber que tu doble tenía un tatuaje en el muslo?

Pero Jude tenía la certeza de que sus sospechas no iban desencaminadas.

– Quieres que me implique en el asunto, ¿verdad? -preguntó-. Quieres que trabaje para ti, que sea la liebre que hace correr a los galgos.

Raymond se irguió y miró hacia la parte de proa.

– Escucha. No disponemos de mucho tiempo. Esto es lo que debes hacer. Cuéntame dónde está ese tal Skyler, y tal vez al menos podamos protegerlo.

– No, eso no te lo puedo decir.

Raymond lo miró mal.

– O sea que desconfías. Con todo el tiempo que llevamos conociéndonos y con todas las cosas que hemos pasado juntos, y tú recelas de mí.

– No es eso, Raymond. Lo hago por él. Cuanto menos sepa la gente de Skyler, mejor.

Jude se dio cuenta de que el otro no creía en sus palabras. Raymond no dejó la menor duda al respecto.

– No me vengas con cuentos -dijo.

– Lo siento. Estoy haciendo lo que honradamente considero mejor.

Raymond volvió a mirar por encima del hombro.

– Bueno, ya hemos llegado -dijo en tono algo desabrido, como si creyese que Jude estaba cometiendo un gravísimo error-. Tengo que largarme.

Dio media vuelta dispuesto a alejarse, pero Jude lo agarró por un brazo.

– Vamos, Raymond, por favor. Lo que está en juego es mi propia vida. Necesito información, ayuda.

Raymond se sacudió la mano de Jude.

– No puedo hacer nada por ti ni darte información -le dijo en voz baja-. Pero estás con la mierda hasta el cuello. Has agarrado a un monstruo por la cola. No sabes de qué clase de monstruo se trata, ni sabes lo peligroso ni lo grande que es, ni lo afilados que tiene los dientes. Ándate con ojo, con muchísimo ojo. Actúa con sensatez. Piensa bien todo lo que hagas. Y no te fíes de nadie. Absolutamente de nadie, pese a lo próximo que pueda estar a ti.

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