John Darnton - Experimento

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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Jude siguió corriendo por la acera hasta llegar a la Tercera Avenida y cruzó otras cuatro calles más en dirección norte. No se detuvo hasta que vio un taxi que tenía abierta una de las portezuelas traseras. Por ella asomaba una pierna y un zapato de tacón. En el interior, una mujer vestida de noche estaba contando laboriosamente el dinero para pagar al taxista. Jude sujetó el tirador de la portezuela e hizo lo que pudo por devolver la sonrisa que la mujer le dirigía mientras se apeaba. El periodista montó en el coche, dio su dirección y, exhausto y atemorizado, se arrellanó en el asiento posterior.

El taxi, que no tenía aire acondicionado, avanzaba lentamente por entre el denso tráfico. Jude bajó al máximo las dos ventanillas. Todavía se percibía el perfume fuerte y exótico de la anterior ocupante. En el suelo había una cajita de fósforos y un cigarrillo a medio fumar. El conductor puso la radio. El presentador de un programa de entrevistas estaba poniendo verde a su entrevistado: discutían acerca de la Seguridad Social. Jude miró a ambos lados de la calle. La gente regresaba a casa desde el trabajo con maletines y bolsas de supermercado en las manos.

El taxi dobló una esquina, obligando a detenerse a un peatón que torció vivamente el gesto. Al fin el vehículo fue a detenerse ante la casa de Jude, un edificio de cinco pisos sin ascensor situado en la calle Setenta y cinco Este. Jude pagó la carrera, dio una generosa propina, se apeó y miró calle arriba y calle abajo. No vio nada sospechoso. El sol estaba muy bajo sobre el horizonte occidental de la ciudad y sus rayos lo teñían todo de rojo.

Entró en el vestíbulo y pasó ante su buzón, que estaba repleto de cartas. Abrió la puerta que daba a las escaleras. El suelo era de pequeñas baldosas blancas y negras, y la escalera tenía un grueso pasamanos sobre el que se acumulaban las capas de pintura color marrón. Era un lugar deprimente, por el que Jude normalmente procuraba pasar lo más rápidamente posible.

Sin embargo, ahora se detuvo. La respiración ya se le había normalizado, pero sus sentidos seguían alerta tras el incidente del metro, particularmente la vista y el oído. Y eso fue lo que le permitió oír un tenue rumor procedente de la oscuridad debajo de la escalera. Apenas fue un rumor, el tenue susurro de una respiración.

Jude retiró el pie del primer peldaño y fue a mirar bajo la escalera. Entre las sombras vio una temblorosa y patética figura demasiado pequeña para ser la del hombre del mechón.

– Salga -le ordenó Jude con voz cuya firmeza lo sorprendió-. Sé que está usted ahí debajo. Salga -repitió.

Percibió un movimiento, sonó un nuevo rumor y, de pronto, un hombre se materializó entre las sombras debajo de la escalera y avanzó hasta quedar iluminado por la bombilla que pendía del techo.

Jude se quedó paralizado, estupefacto, mirando al tembloroso vagabundo que tenía frente a sí. El hombre estaba sucio y cubierto de harapos, y el largo y enmarañado cabello le caía sobre los hombros. No obstante, pese a su desaliñado aspecto, saltaba a la vista que el vagabundo era la viva imagen de Jude. Se trataba sin duda de su famoso doble.

Y de pronto el doble habló.

– No me haga daño. Por favor, no me haga daño.

La voz era débil, temerosa, y en ella se percibía un extraño acento vagamente sureño. Pero lo que realmente dejó atónito a Jude fue que sonaba exactamente igual que las grabaciones de su propia voz.

CAPÍTULO 13

– ¿Cómo te llamas?

Era una pregunta tan elemental que a Jude le pareció absurdo que no se le hubiera ocurrido hacerla antes. Desde luego, no tenía la cabeza nada clara. Aún no se había repuesto de la impresión que le produjo encontrarse con Skyler, con aquel flaco y desgreñado individuo que parecía un profeta del Antiguo Testamento.

Nada lo había preparado para el sobresalto de encontrarse frente a alguien que era su vivo retrato. Ni los rumores y habladurías de la redacción, ni la breve imagen que tuvo del vagabundo en el exterior de la librería. Sí, todo aquello lo había desconcertado e intrigado, pero no se había planteado seriamente la idea de que tenía un doble y de que ese doble surgiría un día ante sí, materializándose entre las sombras de la escalera de su edificio.

Y ahora lo tenía en su casa, sentado en la sala de su apartamento. Jude no dejaba de mirar la boca, la barbilla, la nariz y los ojos del vagabundo. Todas las facciones eran idénticas a las suyas. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo?

Era imposible. Pero cierto.

– Tu nombre. ¿Cómo te llamas? -le volvió a preguntar Jude al patético individuo sentado en el borde del sofá.

– Skyler.

– ¿Skyler? ¿Es tu nombre o tu apellido?

Una expresión de desconcierto.

– ¿Tienes padres? ¿Hermanos? ¿Se llaman ellos igual?

Jude estaba exasperado y su voz lo denotaba. Aquél, se dijo, no era el mejor sistema para conseguir información.

– No.

– Entonces, supongo que Skyler es tu nombre de pila. ¿Qué me dices del apellido? ¿Tienes?

__Supongo que puedes llamarme Jimin -respondió Skyler tras reflexionar durante unos momentos-. A nosotros nos llamaban jiminis.

– ¿A quién te refieres al decir «nosotros»?

– A los del grupo de edad. En la isla.

– ¿Qué isla? ¿El sitio del que vienes es una isla? ¿Cómo se llama?

De nuevo la expresión de desconcierto.

– No se llama de ninguna manera. Era simplemente la isla, el lugar en que vivíamos.

– ¿En qué estado se encuentra? ¿En qué país? ¿Está en Norteamérica? ¿Eres norteamericano?

Skyler se encogió de hombros.

– Supongo.

– ¡Supones! Cristo bendito. ¿Cómo es posible que te hayas pasado la vida entera sin salir de un lugar y ni siquiera conozcas su nombre?

El propio Skyler se hacía la misma pregunta. Y, por otra parte, seguía sintiendo fuertes recelos. Y no le faltaban razones para ello. A él no le había impresionado tanto como a Jude encontrarse frente a su doble, ya que fue el deseo de encontrarle lo que le impulsó a ir a Nueva York, donde ya llevaba casi dos semanas buscándolo. Sin embargo, recordaba bien la gran impresión que le produjo ver a Jude por primera vez en persona. Oculto en un portal, lo vio con toda claridad saliendo de su edificio, y pudo darse perfecta cuenta de que tenía exactamente su mismo aspecto e incluso su misma forma de caminar.

Skyler tenía sobrados motivos para actuar con cautela. Sabía tan poco acerca de Jude como Jude parecía saber acerca de él. Pero… ¿qué papel podía haber desempeñado Jude en los terribles sucesos de la isla? ¿Estaría acaso relacionado con el Laboratorio o con el doctor Rincón? ¿Y si también tenía algo que ver con la muerte de Julia? Cada vez que recordaba aquella muerte, Skyler sentía una cuchillada de dolor. Una cuchillada como la que él le había asestado a la foto del doctor Rincón.

Durante su viaje en autobús hacia el norte, mientras contemplaba por la ventanilla el desconocido y extraño paisaje de carreteras y tendidos ferroviarios, no había dejado de pensar en la foto del desconocido Jude. El viaje había sido angustioso. Las ciudades de extraños nombres carentes para él de todo significado se sucedían unas a otras. Había permanecido todo el tiempo pegado a la ventanilla. De los orificios de ventilación situados sobre su asiento salía un aire helado que lo mantenía continuamente aterido. A su lado se habían sentado un montón de desconocidos en sucesión, unos parlanchines y otros taciturnos, pero todos almas perdidas. Una noche, cuando las luces principales del interior del autobús estaban ya apagadas, un hombre cuyo aliento olía a tabaco alargó la mano y le tocó la pierna. Skyler le apartó la mano y se cambió de asiento.

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