Christopher Priest - Indoctrinario

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Elías Wentik, que en un laboratorio secreto de la Antártida experimenta con drogas que afectan al cerebro, es transportado de pronto a la selva brasileña en el siglo XXII. El mundo ha sido devastado por armas nucleares y un gas venenoso todavía activo. Wentik quiere volver a su propia época y descubrir el antídoto del gas, pero la Gran Guerra ya ha comenzado, y Wentik ha de decidir si escapa volviendo a 1989 o muere en el presente.

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La senda se había convertido en algo que no era más que un camino aplanado y lodoso entre los árboles. El camión bamboleaba constantemente de un lado a otro a través de baches cubiertos de fango, y la incesante oscilación dentro de la cabina resultaba extremadamente desagradable para Wentik, montado de un modo precario en la caliente envoltura del motor.

Musgrove cayó de nuevo en el silencio la tarde del segundo día, cuando percibió la irritación que le había causado antes a Wentik. Maldijo una que otra vez la oscilación de la cabina, pero aparte de eso no dijo casi nada.

Sólo en una ocasión desde la primera noche se planteó el tema del distrito Planalto. Entonces Wentik había preguntado:

—¿Cuándo llegaremos allá?

Musgrove meditó lentamente su respuesta, de manera misteriosa, antes de decir con su irónico tono enigmático:

—Eso está bien.

Sin darle importancia, Wentik desistió y no dijo nada más.

El tercer día se toparon con los restos de un camión militar estadounidense, que yacía con las ruedas del lado izquierdo en una charca de agua estancada no lejos del camino.

El conductor del camión de Musgrove frenó a prudente distancia de los restos y los tres hombres de la cabina salieron. No había rastros de ninguna persona en las cercanías.

Subieron a la parte trasera del camión volcado y descubrieron allí un generador de compresión diesel y diversas herramientas para excavar; desde maquinaria hidráulica hasta palas y picos. Musgrove observó el camión sin inmutarse, y garabateó en un cuaderno de notas el número apuntado con pintura blanca en el estribo de la izquierda. Y volvieron al camión que los transportaba.

Antes de meterse en la cabina, Musgrove subió a la parte trasera. Wentik escuchó el gruñido de un generador manual del tipo usado en transmisores de radio de corto alcance.

Musgrove volvió a la cabina cinco minutos más tarde, y la vacilante marcha por la jungla continuó como antes.

Aquella tarde, tras varios kilómetros de extremada dificultad, con el motor y la caja de cambios rugiendo al marchar en propulsión total en primera velocidad, Musgrove, de repente, señaló un punto a la izquierda de la cabina y gritó al conductor:

—¡Ahí! ¡Aparca ahí!

El conductor frenó al instante y el camión se paró bruscamente. Los hombres de la parte trasera bajaron al suelo, con un aspecto de suciedad y cansancio después de lo que debió de haber sido una prolongada prueba de fuego en el encajonado compartimiento trasero del vehículo. Descargaron varias cajas pequeñas del camión y se las repartieron. Wentik recibió dos rifles para que llevara él y una cantimplora de agua tibia. Musgrove cargó con un enorme talego de lona que contenía mantas.

Agobiados y sudando con profusión, todos los hombres se pusieron en marcha a través de la jungla.

—¡Alto! —la voz de Musgrove les hizo detenerse. Sin aparentar embarazo por lo abultado de su carga, Musgrove se adelantó varios metros a los demás. Luego se quedó con los brazos separados, perfilado contra la brillantez que había por delante.

Se volvió y llamó a Wentik.

—¡Venga aquí!

Wentik dio los dos rifles al hombre más cercano y avanzó.

Musgrove se volvió cuando Wentik llegó a su altura, y miró a los otros hombres. Parecía indeciso respecto a qué hacer.

—Creo que será mejor que volváis al camión —dijo por fin—. Abriros camino por el perímetro hasta esta noche y por la mañana os reunís con nosotros en la cárcel. El mapa de referencia está en la carpeta.

Lanzó una brújula al hombre que había sido el último conductor del camión, después hizo un gesto a Wentik y los dos emprendieron la marcha.

Avanzaron varios cientos de metros, con la luz brillando lentamente delante de ellos. Wentik, curioso por ver cuál sería la fuente de luz, tuvo dificultades para mantener el paso de Musgrove que, pese a la acostumbrada maraña de maleza, se movía con seguridad y rapidez.

Después llegaron al borde de la selva, y se quedaron contemplando una extensa llanura. El sol brillaba con intensidad sobre rastrojos cortazos a raíz, y dañaba los ojos de los hombres.

La fotografía...

Aquella foto en color que tenía Astourde había sido tomada ahí. En el centro de una de las junglas más densas del mundo, una llanura de rastrojos arrasados que se extendía más allá del horizonte.

Wentik miró hacia un lado, a los árboles, y advirtió lo abrupto del trazo de la línea que delimitaba árboles y rastrojos.

—¿Qué demonios es este lugar? —preguntó a Musgrove.

El otro lo miró burlonamente.

—Lo que usted estaba esperando. El distrito Planalto. Vamos.

Salieron juntos de la jungla y caminaron por la llanura doscientos años hacia el futuro.

Cuatro

Anduvieron cerca de trescientos metros y Wentik se volvió para observar la jungla que habían dejado. Había desaparecido. Detrás de los dos hombres, igual que delante, la rastrojera se extendía hasta el horizonte.

Tembloroso, Wentik se paró en seco y señaló el fenómeno a Musgrove. El hombre se volvió y miró. Se encogió de hombros.

—Eso se debe a que la jungla no existe en este plano del tiempo —aguardó a que Wentik volviera a recorrer la llanura con la vista—. Una sensación extraña, ¿no es cierto? —dijo de modo sorprendente.

Wentik, que experimentaba una abrumadora sensación de desplazamiento y desesperación, sólo pudo estar de acuerdo.

—Mire, Musgrove —dijo con voz temblorosa, mezcla de una repentina cólera y confusión— ¿Qué demonios está pasando?

—¿Quiere que se lo explique?

—¿No cree que ya es hora?

—Tal vez... Prosigamos, y se lo explicaré mientras vamos caminando.

Wentik dejó la cantimplora en el suelo y se sentó al lado.

—No. Me quedaré aquí hasta que me lo explique.

El otro hombre hizo un gesto de indiferencia.

—Perfecto. De todas formas nos servirá para descansar.

—Lo único que deseo saber —dijo Wentik—: qué lugar es éste. Dónde está, y por qué me han traído aquí.

Musgrove miró a su alrededor.

—¿Qué quiere saber primero?

—Qué lugar es éste.

—Ya se lo dije. Se llama distrito Planalto. Nos encontramos en una parte del Brasil llamada Serra do Norte, en el Mato Grosso —explicó Musgrove.

—Siga. Eso ya lo había deducido yo mismo —dijo Wentik—. Estoy más interesado en lo que dijo respecto a un plano del tiempo.

—Es difícil de concebir —dijo Musgrove—. Pero si imagina un lugar que existe en dos épocas diferentes, ya lo tiene. Donde estamos ahora se trata del Planalto de 2189. Donde estábamos, en algún lugar hacia allá —señaló vagamente con la mano—, era el Planalto de 1989.

—¿Y andando unos cientos de metros hemos saltado doscientos años?

Musgrove asintió.

—Hay un campo de desplazamiento que controla el equilibrio entre las dos épocas. Si usted se encuentra en 1989 y mira hacia aquí tal como hicimos hace unos minutos, el distrito tiene un contorno distinto. En realidad, ese límite es la extensión del campo. Lo cruza, y se traslada inmediatamente a 2189. El campo sigue estando a nuestro alrededor, pero la línea visible creada por la selva en el pasado ha dejado de estar allí.

Wentik desenroscó la tapa de la cantimplora que llevaba consigo, y se llenó la boca con la tibia agua.

—Este campo de que habla —dijo por fin—, considero que es artificial.

Musgrove lo contempló fijamente.

—Exacto. Pero no creo que Astourde lo sepa. De todos modos, por lo que a usted respecta, lo único que le hace falta saber es que el distrito Planalto fue descubierto por la CIA, y está siendo estudiado por ella. Cómo se ha visto comprometido usted, es una explicación que creo dejaré a Astourde.

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