Clifford Simak - El tiempo es lo más simple

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El tiempo es lo más simple: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegó un momento en que el hombre tuvo que admitir que no le sería posible alcanzar las estrellas. Lo había sospechado por los cinturones radioactivos de Van Allen, cuando fueron descubiertos por el sabio astrónomo que le dio su nombre, hasta que gradualmente, se llegó a su total certidumbre.
Pero el hombre, con su interminable ingeniosidad, resolvió el problema con el auxilio de los telépatas, y con la ayuda de una gigantesca organización del más alto secreto, llamada “Anzuelo”, mediante la cual, los hombres podían lanzar sus mentes a las profundidades del espacio. Y en una de esas ocasiones, Sheperd Blaine, mientras exploraba su camino asignado por el “Anzuelo” tomó contacto con una criatura fantástica, sin forma, omnisciente, una amsitosa Cosa de Color de Rosa que le dijo: “Intercambio mente con la tuya”.

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—¡Padre Flanagan! — gritó Blaine.

El anciano sacerdote le hizo un gesto bondadoso y lleno de humanidad cálida y cordial.

—Se encuentra usted ahora muy lejos del hogar, padre — le dijo Blaine.

—Yo voy donde Dios me envía, hijo mío — repuso el sacerdote.

Trató de desembarcar vacilante y con dificultad.

—¿Por qué no viene a echarme una mano? — invitó el anciano —. Que Dios me perdone; pero vengo cansado y molido del viaje.

Blaine se apresuró a tirar de la proa del bote y a situarlo más adentro en el banco de arena. Con sus fuertes brazos ayudó al sacerdote a salir de la embarcación. El padre Flanagan se apoyó con sus manos artríticas, pero suaves, en los hombros del joven.

—Me hace mucho bien volver a verle, padre.

—Y yo me encuentro lleno de confusión, hijo — r puso el sacerdote —, porque debo confesarle que he estado, siguiéndole a usted.

—Creo, sin embargo, querido padre Flanagan, que un hombre de su persuasión debería tener mejores cosas que hacer.

—Ah hijo, así son las cosas. No ha habido para mí mejor ocupación que seguirle el rastro.

Y el sacerdote anduvo unos pasos hacia delante, apoyándose las manos en sus cansadas piernas.

—Es muy importante — dijo — que usted comprenda. Tiene que escucharme con suma atención. Y no disgustarse, dejándome hablar cuanto deseo.

—Pues claro que sí, padre — repuso Blaine. —Habrá usted oído quizás — dijo el sacerdote — que la Santa Madre Iglesia es inflexible y rígida, que permanece aferrada a las viejas costumbres y al pensamiento antiguo, y que cambia muy lentamente, si es que realmente cambia. Que la Iglesia es austera, y dura, y…

—Sí, sí, ya he oído todas esas cosas.

—Pero no es verdad, hijo mío La Iglesia es también moderna y también cambia. Si se hubiera opuesto a los cambios de los tiempos, Dios nos salve, no habría sido enriquecida con toda su grandeza y su gloria. Es algo que no está a merced de los caprichosos vientos y veleidades humanas y permanece fiel a sí misma contra los ataques y los reveses de las costumbres de los hombres, cuando conducen al mal. Pero la Iglesia también sabe adaptarse, aunque lo haga con cautela y suavidad. Esa lentitud tiene su causa en la absoluta seguridad con que mantiene su paso eterno…

—Padre, no querrá usted decir…

—Sí que voy a decirlo. Una vez le pregunté a usted, si lo recuerda, si usted era en realidad un brujo, y usted encontró aquello divertido…

—Claro que me lo pareció.

—Era una cuestión básica — dijo el padre Flanagan —, una pregunta demasiado simple quizá; pero con el propósito de que pudiera ser respondida con un sí o con un no.

—Le responderé de nuevo, padre. No soy ningún hechicero, ni ningún brujo.

El viejo sacerdote suspiró resignado.

—Usted persiste en suponer algo distinto de lo que yo quiero expresar y hace más difícil lo que quiero decirlo realmente…

—Adelante, padre — repuso Blaine —. Le escucho con todo respeto y atención.

—La Iglesia tiene necesidad de conocer si los paranormal-kinéticos son criaturas humanas, dotadas de una capacidad humana o si se trata de un poder mágico y extraño. Un día, quizás unos cuantos años a partir de ahora, todo eso pueda ser perfectamente regulado. Tiene que tomar una posición, como lo ha hecho a través de los siglos en todas las cuestiones de moral humana. No es ningún secreto que un grupo de teólogos tiene esta cuestión bajo profundo estudio…

—¿Y usted? — preguntó Blaine.

—Yo soy solamente un hombre a quien se le ha asignado el papel de investigador imparcial. Nosotros nos limitamos a reunir todas las evidencias posibles, que a su debido tiempo irán a manos de los teólogos, quienes harán su escrutinio.

—Y yo soy una parte de esa evidencia…

El padre Flanagan movió la cabeza solemnemente.

—Hay una cosa en cuya comprensión he fallado — dijo Blaine —. Y es de por qué su fé tendría que sufrir de dudas en absoluto. Ustedes tienen sus milagros, completamente documentados. Y ¿quién le dice que sus milagros no pueden envolver algo de lo concerniente al PK? En alguna parte del Universo los poderes humanos y divinos tienen que hallarse eslabonados. Eso podría ser el puente de unión entre ambos conceptos…

—¿Usted cree eso realmente, hijo?

—Yo no soy un hombre metido en la religión…

—Ya lo sé. Ya me dijo usted entonces que no lo estaba. Pero, respóndame: ¿es eso lo que usted cree?

—Pienso más bien que así es.

—No sé — dijo el padre Flanagan —. No sé si puedo estar completamente de acuerdo con usted. La idea tiene cierto olor a herejía. Pero no es cuestión de una cosa o de la otra. Lo fundamental en todo lo que a usted concierne es que yo le encuentro algo de extrahumano, algo extraño que no he hallado en ningún otro hombre.

—Yo soy realmente medio extrahumano — repuso Blaine — Ningún otro hombre quizás haya sufrido tal distinción. Usted habla ahora, no sólo conmigo, sino con un ser que no sólo es remotamente humano, sino que se encuentra viviendo en un planeta que está situado a cinco mil años luz de distancia de nuestro mundo. Ha vivido millones de años. Y seguramente seguirá viviendo otros tantos. Esa criatura, ese ser fantástico, envía su mente a visitar otros planetas y siempre lo hace solidariamente. El tiempo dejó de ser un misterio para ella. Y creo que aún posee facultades superiores a todo eso. Todo lo que ella sabe, yo lo conozco también, y puedo hacer de todo ello el mejor uso, cuando disponga de tiempo suficiente, si es que alguna vez consigo tenerlo, para poner en orden todas las ideas, conocimientos y facultades que, como en un revoltijo fantástico, se hallan mezclados todos dentro de mi cerebro.

El sacerdote dejó escapar el aliento, lentamente.

—Me había imaginado que le ocurría algo parecido.

—Así, puede usted cumplir con su obligación — continuó Blaine —. Tome agua bendita y rocíeme con ella, a ver si salgo convertido en una bocanada de humo sucio y negro.

—Equivoca usted mi propósito y mi actitud — dijo el padre Flanagan —. Si no existe el mal en esos poderes extranormales que le envían su mente a las estrellas, no habrá razón alguna tampoco para que exista incidentalmente en lo que usted haya podido absorber allá.

Y una mano cariñosa apretó el brazo de Blaine con fuerza y con sentimiento, a pesar de sus deformaciones propias de la senectud del anciano sacerdote.

—Usted goza de un gran poder — continuó el sacerdote —. Y un gran conocimiento. Usted tiene la obligación de usarlo para la gloria de Dios y para el bien de la humanidad. Yo, que sólo soy una débil voz, le pongo sobre los hombros esa responsabilidad y esa tarea a realizar. Esta carga no ha sido puesta con mucha frecuencia sobre un hombre y usted no puede reducirla a la nada y perder inútilmente sus facultades. No puede usar de esos poderes equivocadamente. Recuerde que le ha sido dado, quizá por la intervención de algún poder divino, aunque ni usted ni yo seamos capaces de comprender ahora y para un propósito que tampoco sabemos ninguno de los dos. Tales cosas no ocurren, hijo, por un simple juego de azar.

—El dedo de Dios — dijo Blaine con un gesto ambiguo.

—Sí, hijo, el dedo de Dios — afirmó convencido el padre Flanagan —. El dedo de Dios está apuntando a su corazón.

—No me había hecho semejante idea — dijo Blaine — y de habérmelo preguntado alguien, habría respondido seguramente que no. Y dígame, padre Flanagan, como otro nuevo favor de los que ya me ha hecho. Me dijo usted que me seguía hace tiempo. ¿Cómo ha podido seguirme la pista?

—¡Vaya, bendita sea su alma! — repuso el sacerdote—. Pensé que se lo habría imaginado. Para que lo sepa, hijo mío, yo soy uno de los vuestros. Soy también un seguidor de pistas ocultas bastante eficiente.

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