La noche estaba en un completo silencio. Sólo se hallaban allí ellos dos solos. Los demás se habían marchado. Allí estaban, él, Riley fuera de combate y el renqueante camión. Blaine miró a todo su alrededor y hacia arriba, hacia el cielo nocturno iluminado por la luna, donde nada podía observarse excepto el satélite y las estrellas, y el solitario viento de la pradera.
Se volvió hacia Riley y vio que el hombre estaba vivo, según pudo comprobar. Le ayudó a sentarse. Tenía una herida en la frente, producida por el choque contra el capot del camión. Respiraba trabajosamente y en sus ojos se apreciaba una mirada ausente. Blaine le sacudió hasta que le pareció ver que Riley recobraba el sentido.
—¡Maldito estúpido! — le gritó —. Si le hubieras tirado de nuevo, nos habrían destrozado a los dos.
Riley se le quedó mirando fijamente y sus labios quisieron moverse, sin que las palabras fluyeran a su voluntad. Sólo se le oía una palabra: —Tú… tú… tú…
Blaine se le aproximó y le ayudó a ponerse en pie; pero Riley trató, espantado, de apartarse de su contacto, presionando su cuerpo fuertemente al camión, como si quisiera meterse dentro de la chapa metálica del chasis.
—¡Tú… eres uno de ellos! — gritó —. Me lo imaginaba todos estos días.
—¡Estás loco!
—¡Pero sí que lo eres! Tenías miedo de que te vieran. Sólo querías estar encerrado en el camión. Yo siempre he sido el que ha tenido que ir a buscar la comida y el café. Tu no has ido una sola vez. Yo he tenido que buscar la gasolina. Y nunca tu…
—El camión es tuyo — repuso Blaine —. Tú eres quien tienes el dinero, y yo no. Ya sabes que estoy sin un centavo.
—Por la forma que te acercaste a mí — continuó Riley jadeando —. Viniendo desde un bosque de chopos. ¡Tú tienes que estar escondido durante la noche en los bosques! Y tú no crees en nada de lo que todo el mundo cree normalmente.
—Yo no soy un estúpido — repuso Blaine —. Esa es la única razón. Yo no soy más PK de lo que tú puedas serlo. Si lo fuera, ¿crees que tendría que viajar en un cacharro inmundo como este?
Se aproximó a Riley y le ayudó a sostenerse en pie Le sacudió para que Riley pudiese mover la cabeza de un lado a otro. Riley miró aterrado en todas direcciones.
—¡Vamos, ya está bien! — le gritó Blaine —. Estamos seguros. ¡Vámonos de aquí!
—¡El revólver! ¡Lo has tirado!
—¡Al diablo con el revólver! ¡Métete en el camión de una vez!
—¡Pero tú hablaste con ellos! ¡Lo estuve oyendo! —Yo no he pronunciado una palabra. —No con la boca — repuso Riley —, ni con la lengua, pero yo sé que has estado hablando con ellos. No todo lo que habéis hablado. Pero lo he cogido a retazos. Te digo que te he oído.
Blaine le empujó para entrar en el camión, abriendo la puerta con una mano y ayudándole con la otra.
—¡Siéntate ahí y cierra el pico de una vez! — dijo Blaine, amargado —. Tú y tu condenado revólver. ¡Y con tus estúpidas balas de plata!
Blaine comprendió que era demasiado tarde. Resultaría completamente inútil darle explicación alguna, que Riley no habría comprendido de ningún modo. Sería una preciosa pérdida de tiempo. Blaine dio la vuelta al camión y se sentó al otro lado. Puso en marcha el motor y arrancó. Caminaron durante una hora en silencio, con Riley acurrucado en su asiento.
Finalmente, Riley habló:
—Lo siento, Blaine. Supongo que tú tenías razón antes.
—Seguro que la tenía — repuso Blaine —. Si hubieras continuado tirando.
—No me refería a eso — dijo Riley —, me refería a que si tú hubieras sido uno de ellos, te habrías marchado en su compañía. Ellos te habrían llevado a cualquier parte, mucho más rápidamente que con este trasto viejo.
Blaine sonrió entre dientes.
—Para demostrártelo y que te quedes tranquilo, yo iré por la mañana a buscar la comida y el café. Si es que quieres confiarme el dinero, desde luego…
Blaine esperaba sentado en la tienda a que el hombre que le atendía acabase de empaquetar una docena de salchichas, hamburguesas, unos bocadillos y una lata con café Había un par de clientes en la tienda, que no le prestaron la menor atención. Uno de ellos había terminado el desayuno y estaba leyendo un periódico. El otro, inclinado sobre el plato de comida, estaba removiendo una horrible mezcla, que más se parecía a una comida para perros, y que originariamente eran huevos y patatas fritas.
Blaine se apartó de la vista de aquellos dos hombres y miró fijamente al exterior por las ventanas de cristal que componían dos lados del edificio. La mañana era tranquila y sólo unos cuantos coches transitaban de un lado a otro y en la calle solamente un individuo marchaba a pie.
«Probablemente, habría sido una tontería, se dijo a sí mismo, el haber venido allí, pretendiendo dar con ello una seguridad a un hombre completamente fuera de sí, como era Riley». Ya que, sin duda alguna, no importaría lo que hiciese o dijese, ni lo que Riley dijera tampoco, el transportista continuaría teniendo las más profundas sospechas de él.
Aunque bien era cierto que aquello terminaría pronto, ya que se hallaban muy cerca del río Missouri, y Pierre debería encontrarse a sólo unas cuantas millas de distancia hacia el norte. Y cosa curiosa, Riley nunca le había dicho el lugar exacto a donde se dirigía con el camión. Aunque no se trataba de un hombre misterioso por sí, era evidente que intentaba guardar el secreto de lo que transportaba a toda costa, como obedeciendo a una consigna. Se apartó de la ventana y por fin el tendero acabó de empaquetarle los víveres solicitados. Pagó con un billete de cinco dólares que Riley le había dejado y se embolsó el cambio restante.
Salió a la calle y se dirigió a la estación de servicio antigua, en el gran edificio que sobresalía más allá, al borde del camino y la calle principal del pueblo, y donde Riley le estaría esperando. Era demasiado temprano para encontrar a nadie despierto todavía en la estación, así tomarían su desayuno mientras hacían tiempo suficiente para adquirir la gasolina necesaria y llenar el tanque totalmente, que ya llevaban agotado. Una vez que llegaran al río, Blaine se dirigiría hacia el norte en busca de Pierre.
La mañana era fría, casi demasiado para la estación. El aire era agradable de respirar. «Sería otro día bueno, pensó Blaine, otro día agradable de otoño».
Pero al llegar próximo a la estación de servicio, el camión no apareció a su vista por ninguna parte. Quizá Riley lo habría cambiado de lugar. Pero no, no cabía duda: Riley se había marchado solo. A riesgo de perder unos cuantos dólares y de encontrar otra estación más lejana, Riley se había desembarazado de su acompañante y se había marchado solo.
Para Blaine, aquello no constituyó ninguna gran sorpresa, ya que casi en realidad era algo que estaba esperando. Para el punto de vista de Riley, era la mejor salida, dadas las sospechas que había concebido de su extraño acompañante en la noche anterior.
Y para convencerse a sí mismo de que no estaba engañado, Blaine dio la vuelta completa al edificio. El camión había desaparecido de la vista. Dentro de poco tiempo, el pueblo comenzaría a despertar por completo y las calles se llenarían con la gente que iría a su diario quehacer. Tenía, por tanto, que salir huyendo cuanto antes mejor. Podría encontrar cualquier lugar donde esconderse durante el día, y recomenzar su camino al llegar la noche.
Permaneció unos instantes orientándose para seguir su camino.
El límite más próximo del pueblo, de eso estuvo bien seguro, quedaba hacia el este, ya que habían conducido desde el borde sur durante una o dos millas aproximadamente. Y comenzó a andar lo más d prisa posible, sin correr, y en una ocasión, un hombre salió a la puerta de su casa para no llamar la atención. Pasaron unos cuantos coches, para recoger el periódico. En otra, se tropezó con un operario que se dirigía seguramente a su trabajo, con la cesta de la comida en la mano. Ninguno de ellos le prestó atención alguna.
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