Clifford Simak - El tiempo es lo más simple

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El tiempo es lo más simple: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegó un momento en que el hombre tuvo que admitir que no le sería posible alcanzar las estrellas. Lo había sospechado por los cinturones radioactivos de Van Allen, cuando fueron descubiertos por el sabio astrónomo que le dio su nombre, hasta que gradualmente, se llegó a su total certidumbre.
Pero el hombre, con su interminable ingeniosidad, resolvió el problema con el auxilio de los telépatas, y con la ayuda de una gigantesca organización del más alto secreto, llamada “Anzuelo”, mediante la cual, los hombres podían lanzar sus mentes a las profundidades del espacio. Y en una de esas ocasiones, Sheperd Blaine, mientras exploraba su camino asignado por el “Anzuelo” tomó contacto con una criatura fantástica, sin forma, omnisciente, una amsitosa Cosa de Color de Rosa que le dijo: “Intercambio mente con la tuya”.

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Las casas fueron haciéndose más y más aisladas, hasta que alcanzó el fin de la calle principal y se encontró en el campo. Allí acababa la pradera y una vasta planicie de terreno se extendía hacia lo lejos, donde pudo apreciar un revoltijo de pequeñas colinas, cada una menor que la siguiente, lo que dio a Blaine la idea de que el Missouri llevaba su curso en aquella dirección. En algún punto de aquella lejanía, el gran río discurriría con su poderosa corriente, sembrado en su camino por bancos de arena y salpicado de pequeñas islas cubiertas de sauces.

Continuó su camino a través del campo, y saltó una cerca, bajando hacia un barranco, por una empinada pendiente, en cuyo fondo discurría un pequeño arroyo, que murmuraba sus aguas contra las piedras. En una de las orillas junto al arroyuelo, crecía un pequeño boscaje de sauces. Blaine llegó y se arrodilló buscando un asiento cómodo entre los sauces. Era un lugar ideal para esconderse. Se hallaba fuera del pueblo, y por allí no había nada que hiciera a la gente aproximarse, la corriente era muy pequeña para pescar y era muy avanzado el otoño para bañarse. Confió en no ser molestado.

No habría nadie que pudiera sentir el espejo radiante de su mente, nadie que pudiera gritarle: ¡Parakino!

Cuando llegara la noche, se marcharía lejos de allí.

Se comió unos bocadillos y tomó una taza de café.

El sol llegó hasta los sauces y se filtró a través de su ramaje, haciendo un bello juego de luces y sombras.

Desde el pueblo llegaron a sus oídos sonidos lejanos, el ruido de un camión, el zumbido de una maquinaria en marcha, el ladrido de varios perros y los gritos de una mujer llamando a sus chicos. «Era un largo camino el que ya llevaba huyendo del Anzuelo», se dijo Blaine a sí mismo, mientras descansaba en el suelo, a la sombra de los sauces, y escarbando en el suelo con un palitroque que había encontrado a mano. Un largo camino desde la casa de Charline y de la vista de Freddy Bates. Y hasta aquel momento, ni siquiera había vuelto a pensar en ellos. Entonces había una pregunta que hacerse, y ahora otra también: si había sido inteligente por su parte huir del Anzuelo, si a despecho de lo que Godfrey Stone había dicho, no hubiese sido la postura más sabia haberse quedado y esperar sus oportunidades, cualquiera que hubiera sido la acción que el Anzuelo hubiese podido tomar contra él.

Y mientras permanecía sentado en aquel lugar, su mente volvió hacia la inmensa sala azul de nuevo, donde se había hallado su mente en el último viaje estelar. Volvió a ver la estancia azul nuevamente, como si hubiese sido el día antes la primera vez que la había visto, mejor aún que la primera vez. Las estrellas lejanas brillaban débilmente, alumbrando suavemente aquella estancia fantástica, que no tenía techo alguno, con su brillante suelo azul, suave y terso como un espejo y llena por todas partes de los fantásticos y extraños ornamentos, que podían ser una fornitura adecuada al lugar u objetos de arte, o aplicaciones de cualquier otro género.

Todo aquello se le hizo vivido por completo, claro y conciso, sin empañarle la visión de su mente y sin detalles borrosos.

El Color de Rosa se hallaba allí extendido en su enorme extensión. Se mostró perfectamente advertido de la presencia de Blaine, y le dijo:

—¡Bien, has vuelto de nuevo!

Y Blaine se encontró realmente allí.

Sin máquinas y sin cuerpo, sin ayuda externa alguna, sin dispositivos especiales, sólo con su mente desnuda, Sheperd Blaine había vuelto de nuevo hacia el Color de Rosa.

XVI

Nadie puede ver una mente pensante. Pero el Color de Rosa la vio o la sintió, o al menos conoció que la mente estaba allí presente.

Y para Sheperd Blaine no hubo sorpresa ni extrañeza alguna. Le pareció, en cierto modo, como si aquél fuese su propio hogar, ya que aquella fantástica estancia, con su suelo brillante azul y sus maravillosos ornamentos le resultaron mucho más familiares que la primera vez.

—Bien — dijo mentalmente el Color de Rosa, mirando a la mente de Blaine de arriba a abajo —. ¡Hacéis una bonita pareja!

Y así era, en realidad, aunque la parte de mente que todavía quedaba de Sheperd Blaine, él, o al menos una parte de él quizá tanto como la mitad de su yo, había llegado al hogar del Color de Rosa, indudablemente. Ya que Blaine, en cualquier porcentaje todavía no bien determinado, quizá imposible de determinar, era una parte de aquella criatura de otro mundo, con la que se estaba encarando.

—¿Y cómo has conseguido venir? — le preguntó el Color de Rosa como si lo ignorase, y en el tono más afable.

—Hay especialmente una cosa — dijo Blaine, dándose prisa contra el tiempo, para no hallarse forzado a marcharse de allí, acabado el tiempo disponible, según el mecanismo anterior de su primer viaje —. Hay especialmente una cosa. Tú nos has hecho como un espejo. Espantamos a la gente.

—¡Vaya, por supuesto! — le repuso el Color de Rosa —. Es la única forma de hacerlo. En un planeta extraño, tú necesitas cierta protección… No desearás que otras inteligencias estén atisbando a tu alrededor. Así espantarás su búsqueda. Aquí, en el hogar, naturalmente, no hay necesidad alguna de tal protección…

— Pero, no comprendo — protestó Blaine —. Ello no nos protege. Al contrario, atrae la atención hacia nosotros. Casi han estado a punto de matarnos.

—No hay tal cosa — le dijo la extraña criatura a Blaine —. No hay tal cosa de matar a nadie. No hay tal cosa que sea la muerte. Aunque quizá yo esté equivocado. Me parece que hubo un planeta, hace ya mucho tiempo…

Y a Blaine le pareció casi oír la fabulosa memoria del Color de Rosa trabajar a velocidades increíbles, captando tales recuerdos.

—Sí — continuó —, hubo un planeta. Había varios más con él. Y era una vergüenza. Yo no puedo entenderlo bien. No tiene sentido alguno.

—Puedo asegurarte — le dijo Blaine — que en mi planeta existe la muerte por todas partes. Por la cosa más sencilla…

—¿Por cualquier cosa?

—Bien, no puedo estar seguro. Quizás…

— Ya ves — dijo el Color de Rosa —. Aun en tu planeta no es universal.

—No lo sé — dijo Blaine —. Me parece que recuerdo que hay cosas mortales.

—Cosas normales, querrás decir.

—La muerte, como propósito — continuó Blaine —. La muerte es un proceso, una función que ha causado la evolución y el desarrollo de las especies, y la diferenciación de tales especies sobre mi planeta. Ello significa el término. Es como algo que borra todas las equivocaciones, disipa todos los errores, para dar lugar a nuevos comienzos…

El Color de Rosa pareció adoptar mayor atención. Blaine podía oír el fabuloso mecanismo de su gigantesca mente, buscando ideas nuevas, argumentos quizás.

—Puede ser así —dijo—, pero eso es muy primitivo. Eso vuelve hacia el origen lejano de la vida, hasta el barro. Hay mejores caminos conocidos. Existe un punto de mejoramiento, donde no es precisa esa evolución de que estás hablando. Pero, antes de nada, ¿estás satisfecho? — preguntó.

—¿Satisfecho?

—Bien, tú eres una cosa mejorada en ti mismo. Una cosa que se ha expandido. Tú eres parte de mí y parte de ti mismo.

—Y tú participas también de mí mismo.

El Color de Rosa pareció sonreír.

—Pero existe precisamente la pareja formada por ti mismo y por mi, y yo soy tantas cosas, que no puedo empezar a contártelo. He hecho muchas visitas, he recogido muchísimas cosas, incluyendo diversas mentes, y algunas de ellas, no me importa decírtelo, fueron fuertemente enriquecidas con el cambio. Pero para que sepas también, a pesar de cuantas visitas he hecho, casi nadie ha venido a visitarme a mí. No puedo decirte cuánto aprecio esta visita tuya. Hubo un ser una vez, que vino a visitarme y lo hizo con frecuencia; pero hace ya tanto tiempo que resulta difícil recordarlo. Y a propósito, ¿tú mides el tiempo, no es cierto? El tiempo superficial, quiero decir.

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