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Robert Silverberg: Hacia la estrella oscura

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: Hacia la estrella oscura» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 1981, ISBN: 84-270-0649-7, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Silverberg Hacia la estrella oscura

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—¿Dónde están las cifras de la oscilación radial?

—Vea mi informe —contestó—. Se publicará a primeros del año próximo en…

—¡Maldición! ¿Es que lo hace a propósito? ¡Necesito esas cifras ahora!

—Entonces deme los totales sobre la curva de densidad de masa.

—No están dispuestos. Todo lo que tengo son los datos en bruto.

—¡Eso es mentira! La computadora lleva días funcionando. ¡La he visto! —me gritó.

Estuve a punto de asirla por el cuello. Habría sido una batalla espectacular. Su cuerpo, con su peso de ciento cincuenta kilos, no estaba tan entrenado para el combate personal como el mío, pero Miranda contaba con todas las ventajas de la fuerza y el tamaño. ¿Podría golpearla en algún punto vital antes de que ella me partiera en dos? Sopesé las posibilidades.

Entonces apareció el microcéfalo y puso paz de nuevo entre nosotros con unas cuantas palabritas suaves.

De los tres, únicamente el alienígena parecía conformarse al estereotipo de la abstracción sin emociones: el «científico». No era seguro, por supuesto. Por cuanto podíamos saber, el microcéfalo tal vez sintiera celos, lujuria y cólera, pero ignorábamos por completo su manifestación externa. Tenía una voz tan monótona como una transmisión en clave. Aquella criatura se movía pacíficamente entre nosotros, un mediador entre Miranda y yo. Lo desprecié por esa máscara de serenidad. También sospeché que el microcéfalo nos despreciaba a ambos por nuestra tendencia a expresar emociones y que sentía un placer sádico al afirmar su superioridad por el hecho de tranquilizarnos.

Volvimos a nuestra investigación. Aún disponíamos de cierto tiempo antes del colapso definitivo de la estrella oscura.

Se había enfriado tanto que casi estaba ya muerta. No obstante, todavía quedaba alguna actividad termonuclear dentro de aquel núcleo, lo suficiente para mantenerlo caliente en exceso e impedir nuestro aterrizaje. Radiaba primordialmente en la banda óptica del espectro y, según el estándar estelar, su temperatura era nula. Sin embargo, para nosotros sería como meternos por la boca de un volcán en erupción.

Sólo el descubrir la estrella constituía ya un éxito. Su luminosidad era tan baja que no podía detectarse ópticamente a una distancia superior a un mes luz. La señaló un telescopio de rayos X fijado en un satélite, tras detectar las emanaciones del gas neutrón degenerado del núcleo. Le dimos la vuelta y realizamos nuestras funciones de medida. Tomamos nota de la caída de neutrones y la captura de electrones. Computamos el tiempo que faltaba antesdel colapso definitivo. Cuando se hacía imprescindible, colaborábamos, pero la mayor parte del tiempo actuábamos por separado. La tensión crecía en la nave. Miranda aprovechaba todas las ocasiones para provocarme. Y aunque me gustaría decir que yo estaba por encima de tanta estupidez, he de confesar que hacía lo mismo y que devolvía golpe por golpe. Nuestro compañero alienígena jamás realizó el menor intento por fastidiarnos, pero las agresiones indirectas pueden resultar enloquecedoras en un ambiente tan reducido, y la indiferencia benévola que del microcéfalo afectaba ante nosotros suponía una fuerza de disonancia tan potente como la franca astucia de Miranda o mis respuestas deliberadamente obstinadas.

La estrella se extendía en nuestra pantalla, burbujeando con una vitalidad que negaba su muerte tan próxima. Las islas de escoria, de miles de kilómetros de diámetro, se desprendían y volaban al azar en aquel mar interior de llamas. De vez en cuando, eructaban partículas desgarradas del núcleo. Nuestras cifras mostraban que el colapso final estaba cerca, lo cual significaba que nos hallábamos enfrentados a una elección difícil. Alguien habría de analizar los últimos momentos de la estrella oscura. Sin embargo, el riesgo era muy grande. Incluso fatal.

Ninguno de nosotros mencionaba esa responsabilidad definitiva.

Avanzábamos hacia el clímax de nuestro trabajo. Miranda seguía molestándome siempre que podía por pura maldad. ¡Cómo la odiaba! Habíamos iniciado el viaje con toda frialdad, sin nada que nos dividiera, aparte los celos profesionales. Pero tantos meses de convivencia habían convertido nuestras diferencias en una enemistad personal Sólo verla me volvía loco, y estoy seguro de que a ella le ocurría lo mismo. Dedicaba toda su energía a un intento inmaduro por perturbarme. Incluso se aficionó más tarde a caminar desnuda por la nave, supongo que para despertar en mí alguna reacción sexual que pudiera rechazar con un desprecio burlón. Por fortuna, no experimentaba el menor atisbo de deseo por una criatura grotesca y adaptada como Miranda, un montón de músculos y huesos el doble de mi tamaño. La visión de sus enormes senos, de sus nalgas monumentales, sólo me producía asco.

¡La muy bruja! ¿Era deseo lo que trataba de provocar al exhibirse de aquel modo a odio? En cualquier caso, me tenía cogido. Debía de saberlo.

En nuestro tercer mes en órbita en torno a la estrella oscura, el microcéfalo anunció:

—Las coordenadas muestran un acercamiento al radio de Schwarzschild. Es hora de enviar nuestro vehículo a la superficie de la estrella.

—¿Cuál de nosotros manejará el monitor? —pregunté.

—Usted —me señaló Miranda con una mano asquerosamente gruesa.

—Creo que usted está mejor equipada para hacer las observaciones —repliqué melosamente.

—Gracias, pero no.

—Habrá que echarlo a suertes… —empezó el microcéfalo.

—Eso es injusto —interrumpió Miranda, mirándome furiosa—. Él haría trampas. Jamás podría confiar en él.

—¿Cómo lo decidimos si no? —preguntó el alienígena.

—Votando, por ejemplo —sugerí—. Yo voto por Miranda.

—Y yo por él —contestó a toda prisa.

El microcéfalo alzó sus tentáculos en torno al pequeño nódulo del cerebro, entre los hombros.

—Como comprenderán, no voy a votar por mí mismo —dijo suavemente— y me es imposible elegir entre los dos. Rechazo esa responsabilidad. Hay que encontrar otro método.

Dejamos aquello de momento. Aún disponíamos de unos cuantos días antes de que llegara la hora crítica.

Deseé de todo corazón ver a Miranda en el monitor. Le acarrearía la muerte, o al menos una mutación en su personalidad abrasiva, si participaba en la agonía de la estrella oscura. Estaba dispuesto a no detenerme ante nada para proporcionarle aquella experiencia notable y demoledora.

Lo que iba a sucederle a nuestra estrella tal vez resulte extraño para un lego, pero la teoría ya había sido esbozada por Einstein y Schwarzschild hacía mil años, confirmándose después muchas veces, aunque jamás —hasta nuestra expedición— se observara tan de cerca. Cuando la materia alcanza una densidad suficientemente elevada, puede forzar la curvatura local del espacio para que se cierre en torno a ella, formando una bolsa aislada del resto del universo. El núcleo de una supernova en peligro de extinguirse crea esa singularidad de Schwarzschild. Una vez que se ha enfriado a una temperatura próxima a cero, un núcleo de la adecuada masa Chandrasekhar sufre un colapso violento, reduciéndose a volumen cero y adquiriendo simultáneamente una densidad infinita.

En cierto modo, es como si se tragara a sí misma y se desvaneciera del universo. En efecto, ¿cómo podría tolerar la fábrica del continuum un punto de densidad infinita y volumen cero?

Tales colapsos son raros. La mayoría de las estrellas alcanzan un estado de equilibrio frío y permanecen en él. Estábamos en el umbral de algo muy singular y en disposición de situar un vehículo de observación en la misma superficie de la estrella fría, que enviaría una descripción exacta de los sucesos hasta el momento final, cuando el núcleo colapsado estallara a través de los muros del universo y desapareciera.

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