—Marco Aurelio
Ahora, de pie allí en medio del amplio y resplandeciente campo de hielo de Mulano, pensé en Malilini, mientras aguardaba a que el relé de tránsito me recogiera y me llevara al espacio. En cómo había traído magia y misterio a mi vida; en cómo la había amado; en cómo había sido arrastrada lejos de mí por el río del tiempo. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera vivido, si yo hubiera podido tomarla como esposa? Un pensamiento ocioso. Sin significado. Inútil. Como preguntarme a mí mismo: ¿Y si hubiera nacido gaje en vez de rom? En Galgala el oro crece en los árboles. Pero yo soy rom y la lluvia cae como siempre ha caído, y Malilini lleva mucho tiempo muerta y seguirá muerta por toda la eternidad.
Estaba solo. Damiano se había marchado ya para llevar adelante sus propios planes y preparativos. Volveríamos a encontrarnos más tarde. Eran casi los últimos instantes del Doble Día. Los dos soles de Mulano flotaban sobre el horizonte, a punto de sumergirse fuera de la vista. El cielo tenía una tonalidad verde oscura, que derivaba rápidamente al gris del momentáneo ocaso. Entrecerré los ojos y escruté el cielo en busca de la Estrella Romani, como había hecho siempre en aquellos instantes del día.
Y en aquel momento la deslumbrante radiación del aura del relé de tránsito estalló muy alta en el aire, y un errante zarcillo del brazo barredor me encontró y me atrapó y me arrastró a la Gran Oscuridad. ¡Adiós, adiós, un largo adiós a mi tranquila vida en Mulano! Yakoub está de nuevo en camino.
Sólo un loco puede disfrutar viajando en el relé de tránsito. Y si uno no está loco en el momento en que inicia el viaje, tiene muchas posibilidades de estarlo en el momento en que el tránsito lo suelte en su destino.
Para algunas personas es la propia peligrosidad del proceso lo que las envía más allá del límite, o su absurda implausibilidad. Después de todo, lo que estás haciendo es lanzarte por tus propios medios al espacio sin una astronave a tu alrededor o cualquier otra cosa excepto una invisible esfera de fuerza, y lanzarte en caída libre a través de centenares o incluso miles de años luz, lo cual es una caída infernal. El tránsito te recoge y te envía a la nada, y allí permaneces, envuelto en el capullo de la pequeña esfera de seguridad que el casco de viaje ha tejido a tu alrededor, atravesando el universo sin nada excepto el espacio vacío junto a tu codo. Es el vértigo a la quincuagésima potencia para cualquiera que se permita pensar que está cayendo de un extremo a otro de la galaxia.
Esa parte nunca me ha preocupado en absoluto. Cuando has sujetado con tus manos las palancas del salto tantas veces como yo lo he hecho, cuando has lanzado las astronaves a través del espacio, un poco de viaje por relé de tránsito no parece un desafío demasiado grande.
Además, los gitanos han nacido para viajar, y cualquier medio de transporte que nos lleve de un lugar a otro nos sirve. No es como si vieras las estrellas y los planetas pasar velozmente a tu lado todo el tiempo: no estás en el espacio real, sino en este o aquel espacio auxiliar adyacente, tomando atajos en zigzag a través de los túneles que perforan el continuo. Por cuyo motivo el viaje no requiere miles de años y no corres ningún peligro de ser atraído por una estrella o chocar contra un planeta que se interponga en tu camino. Así que no hay ningún riesgo serio en ello. O mejor dicho, quizás un viajero de cada cien mil quede atrapado por algún fallo del proceso y pase el resto de su vida ahí fuera en su esfera de tránsito, colgando suspendido en medio de la nada durante diez o veinte mil años de tiempo real. Ése es un miserable destino para cualquiera, pero las posibilidades contra que ocurra son más bien favorables a uno. Prácticamente cada viajero del relé de tránsito termina llegando al lugar donde desea ir. Más pronto o más tarde.
No, lo que me preocupaba no era el riesgo: como ya he dicho, era el aburrimiento. La estasis. La absoluta e inexorable e inescapable soledad. La mente haciendo cliquiticlac mientras el cuerpo descansa en suspensión metabólica. El clamor de tus pensamientos. Nadie con quien hablar excepto tú mismo, mientras la búsqueda al azar de la red en el espacio-tiempo te lleva de un lado para otro y tú aguardas el relé que te deposite en un mundo habitado razonablemente cerca del que esperas alcanzar. El salto de una astronave es rápido. El relé no. Cuelgas ahí afuera y esperas. Y esperas.
Dios sabe que estoy enormemente encariñado con mi propia compañía. Puedo divertirme a mí mismo profunda y concienzudamente. De todos modos, a veces, demasiado es demasiado, y quizá incluso un poco más que eso.
Qué infiernos. Nadie me había obligado a arrastrarme hasta mundos remotos que no disponían de servicio regular de espacio-naves. Elegí ir a Mulano por mi propia voluntad. Ahora, por mi propia voluntad también —más o menos—, había decidido regresar, y la única forma de hacerlo era por relé de tránsito, así que debía resignarme. Sería paciente hasta que se me agotara la paciencia, y luego buscaría en alguna parte algo más de paciencia.
En realidad, esta vez tuve suerte.
Me preparé para el fuerte tirón y murmuré para mí mismo un bathalo rom, y ahí fui. Inspiré profundamente cuando las estrellas parpadearon y desaparecieron a mi alrededor y caí en el espacio auxiliar. Y en aquella gris y deprimente nada canté y me expliqué chistes a mí mismo y reí lo bastante alto como para deformar las paredes de mi esfera. Recité todo el Swatura rom de principio a fin, la antigua crónica entera, empezando con la partida de la Estrella Romani y continuando con todo lo que siguió; y cuando acabé con ello soñé una continuación inventada que se extendía más allá de los siguientes diez mil años que aún tenían que transcurrir. Hice un poema a partir de los nombres de todos los reyes roms deletreados al revés. Tracé listas de todos los demás reyes y emperadores que pude recordar de la historia de la Tierra. Mes una lista de todas las mujeres cuyos pechos había tenido alguna vez entre mis manos. Oh, sí, pasé el tiempo.
Y seguí cayendo y cayendo, girando y girando por el espacio. No sé el tiempo que tomó el viaje. No importaba. Tampoco tienes realmente ninguna forma de averiguarlo. En una ocasión di un salto por relé que cubría unos simples cincuenta años luz y que me tomó todo un ano de tiempo subjetivo real. En otro salto crucé desde Trinigalee Chase hasta Duud Shabeel, que es casi toda la distancia que puedes recorrer sin salirte de la parte conocida de la galaxia, en menos de una hora. Nunca hay ninguna forma de saber cuánto durará.
Pero esta vez el tiempo pasó muy rápido para mí. Quizá mi cuerpo estaba en animación suspendida, pero mi mente estaba latiendo y pulsando con ansiosos planes. Había permanecido demasiado tiempo en congelación en Mulano; ahora estaba impaciente por regresar al Imperio y ponerme a trabajar en las duras tareas que me aguardaban. A veces la impaciencia puede hacer que un largo viaje parezca mil veces más largo de lo que es en realidad, pero esta vez tuvo sobre mí el efecto opuesto. Estaba conectado. Estaba cargado. ¿Ciento setenta y dos años, yo? ¡Ja! Me sentía de nuevo como un muchacho. Ni un día más de los cincuenta, yo.
Regresar, hacerme cargo de las cosas. Arreglar todo lo que se había deteriorado en mi ausencia. Hacer algo acerca del estado del Imperio, el estado del Reino, las pretensiones de los altos lores, las maniobras de mi terrible hijo Shandor…, ¡oh, sí, me estaban aguardando muchas cosas! Me encantaba. Nadé en todo ello durante todo el camino de regreso. Fue el más corto y rápido y agradable viaje por relé de tránsito que haya emprendido nunca.
¡Hey, ahí, vosotros, mundos del Imperio! ¿Me recordáis?
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