Y David empezó a explorar hacia atrás.
Mantuvo la velocidad alta cuando se desarrollaban los momentos cruciales de la vida reciente de Bobby: en la sala del tribunal con Kate, en la Fábrica de Gusanos con David mismo, riñendo con el padre, llorando en brazos de Kate, desafiando la ciudadela virtual de Billybob Meeks…
David aumentó más el ritmo del rebobinado, manteniendo aún la fijación sobre la cara de su hermano. Lo vio a Bobby comer, reír, dormir, jugar, hacer el amor. El fondo, la parpadeante luz de la noche y del día, se hizo borroso: un marco sin importancia para esa cara, y las expresiones de esa cara mutaban con tanta rapidez que también a ellas las unificó, de manera que la cara de Bobby pareciera estar permanentemente en reposo, con los ojos semicerrados, como si hubiera estado durmiendo. La luz del verano venía y se iba como la marea y de vez en cuando, con una premura que sobresaltaba a Bobby, cambiaba el estilo de corte de cabellos de Bobby: de corto a largo, de oscuro natural a rubio; inclusive, en un momento dado, a rapado con la cabeza afeitada.
Y a medida que los años se iban devanando hacia atrás, la piel de Bobby perdía las líneas que se le habían ido formando alrededor de boca y ojos, y una suavidad juvenil le cubrió los huesos. Imperceptiblemente al principio y con más celeridad después, esa cara rejuvenecía: se ablandó y contrajo, como si se simplificara, y esos ojos semicerrados que temblaban en la imagen, se fueron volviendo más redondos y más inocentes; las sombras que había más allá, provenientes de adultos y de sitios enormes, no identificables, se hicieron más formidables.
David congeló la imagen en unos días después del nacimiento de Bobby. La cara redonda y sin forma de un bebé se quedó mirándolo, los azules ojos muy abiertos y tan vacíos como ventanas.
Pero detrás de él David no vio la escena típica de la maternidad o del hospital que esperaba: Bobby estaba en un sitio donde había lámparas fluorescentes que emitían una luz muy intensa, paredes brillantes, un equipo complejo con un costoso material de experimentación y técnicos vestidos con túnicas verdes de cirugía.
Daba la impresión de que era un laboratorio de alguna especie.
A modo de ensayo, David hizo que la imagen avanzara.
Alguien estaba sosteniendo a Bobby criatura en el aire, con las manos enguantadas debajo de las axilas del niño. Con facilidad resultante de la práctica, David hizo girar el punto de vista, esperando ver a una Heather más joven o, inclusive, a Hiram.
Ninguno de los dos: la cara sonriente que tenía adelante y que ocupaba toda la pantalla como la Luna era la de un hombre maduro que se estaba poniendo canoso, la piel con arrugas y amarronada, de inconfundibles rasgos orientales.
Era una cara que David conocía. Y, de pronto, entendió las circunstancias del nacimiento de Bobby… y muchas otras cosas además.
Se quedó contemplando la imagen durante largo rato, meditando sobre qué hacer.
Mae sabía, mejor que cualquier persona viviente, que no era necesario dañar a alguien en forma física para herirlo.
No había tenido intervención directa en el horroroso crimen que destruyera a su familia; ni siquiera había estado en la ciudad en aquel momento ni tampoco había visto una mancha de sangre. Pero ahora todos los demás estaban muertos y ella era la que tenía que cargar con todo el dolor por sí misma, durante el resto de su vida.
De modo que para llegar hasta Hiram, para hacerlo sufrir como había sufrido ella, tenía que herir a la persona que Hiram amara más.
No fue necesario estudiar demasiado a Hiram, el hombre más público del planeta, para averiguar quién era ese ser tan querido: Bobby Patterson, su hijo adorado.
Y, claro está, se debía hacer de manera tal que Hiram supiera que él había sido el responsable en última instancia… tal como lo había sido Mae. Ésa era la manera de que el dolor fuera el más profundo de todos.
Lentamente, en los oscuros recovecos de su mente, empezó a elaborar planes.
Era cuidadosa. No tenía la más mínima intención de seguir a su marido y a su hija a la celda con la aguja. Sabía que no bien se cometiera el crimen, las autoridades usarían la cámara Gusano para explorar en forma retrospectiva su vida, buscando las pruebas de que había planeado el crimen y de sus propósitos de llevarlo a cabo.
Nunca debía olvidar ese hecho. Era como si hubiera estado en un escenario abierto, en el que cada una de sus acciones era vigilada y registrada y analizada por observadores expertos del futuro que tomaban nota a su alrededor, sentados en su butaca, mimetizados en la oscuridad de la sala.
No podía ocultar sus acciones. Por eso tenía que hacerlo parecer un crimen pasional.
Sabía que hasta tenía que fingir que no se daba cuenta de la futura mirada escrutadora en sí.
Si parecía que estaba actuando, eso no convencería a alguien. Así que siguió haciendo todas las cosas privadas naturales que todos hacían: tirar pedos y hurgarse la nariz con el dedo y masturbarse, tratando de no demostrar mayor conciencia de la observación que cualquier otra persona en esta época de paredes de vidrio.
Tenía que reunir información, claro. Pero también eso era posible ocultarlo abiertamente: Hiram y Bobby eran, después de todo, dos de Jas personas más famosas del planeta. Mae podía aparentar ser, no una cazadora obsesa al acecho, sino una viuda solitaria que buscaba consuelo en los programas de televisión que trataban sobre la vida de gente famosa.
Después de un tiempo halló la manera de llegar hasta ellos.
Eso significaba iniciar una nueva carrera pero, una vez más, eso no era algo fuera de lo común. Ésta era una época de paranoia, de estar vigilante; la seguridad personal se había vuelto cosa de todos los días, una industria floreciente, una carrera atrayente por razones válidas para mucha gente. Empezó a hacer ejercicio, a endurecer el cuerpo, a entrenar la mente. Tomaba trabajos en cualquier parte, custodiando gente y sus posesiones, desconectada de Hiram y su imperio.
No dejaba cosa alguna anotada; no decía cosa alguna en voz alta. A medida que la trayectoria de su vida cambiaba lentamente, Mae trataba de hacer que cada paso avanzado pareciese natural, que fuera lógico por sí mismo. Como si casi por accidente las circunstancias la hubieran llevado hasta Hiram y Bobby.
Y, mientras tanto, observaba a Bobby una vez y otra, a través de su juventud con todo servido a sus pies, hasta que se convirtiera en hombre. Era el monstruo de Hiram, pero era un ser hermoso y Mae llegó a sentir que lo conocía.
Iba a destruirlo. Pero cuando pasaba sus horas de vigilia con Bobby, aun contra la voluntad de Mae, él iba ganando los lugares vacíos de su corazón.
Bobby y Kate, buscando a Mary, avanzaron con cautela por la calle Oxford.
Tres años atrás, inmediatamente después de enviar a la pareja a una célula de los Refugiados, Mary había desaparecido de la vida de ellos dos. Eso no era algo tan fuera de lo común. La indefinida red de Refugiados, que se extendía por todo el mundo, trabajaba sobre la base de la organización en células de los antiguos grupos terroristas.
Pero recientemente, preocupado porque no había tenido noticias de su media hermana desde hacía muchos meses, Bobby le había seguido el rastro hasta Londres y hoy, según se le había asegurado, se iba a encontrar con ella.
El cielo de Londres era una cubierta gris y llena de smog que desde lo alto, amenazaba con descargar la lluvia. Era un día de verano, pero ni cálido ni frío: una irritante definición urbana de la nada. Bobby sentía molesto calor dentro de su recubrimiento inteligente que, claro está, se tenía que conservar herméticamente cerrado en todo momento.
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