—La tripulación se niega a contestar —le respondieron. Otro fallo de comunicaciones. Nervios. Posiblemente las hani estaban tan nerviosas como sus salvadores mahe y no lograban entenderse mutuamente. Una nave perdida, las mercancías arrojadas al espacio, las muertes… un asunto muy feo.
Y ahora una nave knnn acababa de abandonar la estación, emitiendo un torrente continuo de gemidos y revoloteando alocadamente por la zona periférica de la estación como un fuego fatuo, provocando otro chorro de ¿objeciones/acusaciones/súplicas? en el control tc’a.
Dioses, por el momento los empleados de la sala de control que respiraban oxígeno guardaban silencio mientras en el comunicador se oía el parloteo sibilante de los tc’a. Pyanfar conectó el traductor pero era inútil: a los tc’a se les podía traducir con cierta facilidad cuando se trataba de las relativamente sencillas instrucciones de atraque o de asuntos comunes a todo tipo de naves. Esto, maldición, era algo completamente distinto.
Finalmente reinó el silencio: incluso los tc’a se habían callado. Los knnn se alejaron un poco más y se quedaron inmóviles. La Hasatso seguía avanzando lentamente hacia el interior del sistema. Después de un cierto tiempo, en el comunicador resonaron nuevamente las voces de los empleados mahendo’sat, transmitiendo con tono pausado las instrucciones de entrada al carguero que se acercaba, pero sin dar ninguna información más.
Pyanfar no siguió preguntando y nadie más lo hizo en su lugar.
Las noticias llegaron cuando la Hasatso entró en la fase final de su rumbo de entrada: cuatro supervivientes y una tripulante muerta por efectos de la sacudida al desprenderse el módulo: cuando la Hasatso lo dejó ir su cuerpo permaneció dentro de éste, una decisión que no habían tomado las otras hani y que obedecía al código de honor mahe. Dos habían muerto en la Buscaestrellas, ya fuera por el ataque o por no haber logrado alcanzar el módulo como se preveía: la información al respecto no estaba en absoluto nada clara. Había un nombre, el de la primera oficial Hilan Faha, superviviente; y otro: Lihan Faha, la capitana, la tercera baja.
—Tía —dijo Hilfy cuando Pyanfar la hizo venir y se lo contó—, me gustaría bajar al muelle en el que se encuentran. Sé que es peligroso pero me gustaría ir. Con tu permiso.
Pyanfar puso la mano en el hombro de Hilfy y asintió.
—Iré contigo —dijo, y ante ello Hilfy pareció a la vez aliviada y complacida—. Geran —dijo Pyanfar, volviéndose hacia el tablero de comunicaciones y transmitiendo a toda la nave—, Geran.
La voz de Geran surgió del comunicador, acusando recibo de la llamada.
—Geran, encárgate otra vez de la guardia en la cubierta inferior, Hemos recibido nuevas noticias. La capitana de la Buscaestrellas ha muerto, al igual que dos tripulantes. Hilfy y yo vamos a la nave que las ha rescatado; si lo desean traeremos aquí a las Faha. Carece de sentido dejar que los mahe las hagan pasar por el tormento de tos interrogatorios y los formularios de costumbre.
Un instante de silencio y luego un dolorido asentimiento.
—Vamos —le dijo Pyanfar a Hilfy, yendo hacia el ascensor. Hilfy caminaba muy erguida y su rostro estaba serio: habían sido malas noticias para ella, cuando se había ido a dormir pensando que las cosas iban mucho mejor, pero al menos parte de la tripulación Faha se había salvado y en algunos instantes de las horas anteriores ni de eso habían tenido esperanza.
Otro asunto que añadir a la lista pendiente de los kif para cuando llegara el momento de exigir el pago necesario. Pero si ahora había kif por los alrededores (y quizá los hubiera en los límites del sistema, jugando el mismo juego que Pyanfar había practicado en Urtur), deberían estar esperando un momento en el que pudieran tener ventaja, algún momento en el que no hubiera cinco patrulleras armadas de los mahendo’sat cruzando el espacio regularmente.
La comunicación no había despertado sólo a Geran. Tirun estaba también levantada en la sala de operaciones cuando bajaron hacia la escotilla. Geran se ocupaba ya de la guardia y Chur estaba con Tully, el cual parecía vagamente inquieto ante aquella actividad que no alcanzaba a entender del todo. Haral apareció a toda prisa por el corredor.
—Quiero ir, si es posible —le dijo y Pyanfar asintió, agradeciendo el que se lo hubiera pedido.
—Ahí fuera hay kif —dijo Pyanfar—, y no pienso dejar que me sorprendan dos veces con el mismo truco.
—Tened cuidado —les dijo Tirun en tanto se iban y en la esclusa, mientras Haral abría la compuerta exterior, Pyanfar se quedó atrás unos segundos, el tiempo suficiente como para permitirle coger la pistola que había junto al comunicador y guardársela en el bolsillo.
—No hay que pasar por ningún detector —dijo Pyanfar—. Vamos.
La compuerta se había abierto y el grupo bajó por la rampa hasta llegar al muelle. A su izquierda se oía un zumbido de motores: la Luna Creciente seguía con sus operaciones, descargando la mercancía, y los recipientes eran manejados por estibadores mahendo’sat y no por la tripulación hani.
—Quizás hayan ido también a ver a las Faha —opinó Pyanfar, percibiendo que no se veta por el lugar a ninguna hani supervisando la operación. Después de todo, ese acto de cortesía era de esperar: cuando una nave hani sufría tal desgracia, los asuntos políticos quedaban a un lado.
—No hay mucha actividad —dijo Haral.
Era cierto. Normalmente los enormes muelles habrían estado ocupados por un bullicioso tráfico a pie pero hoy apenas si se veía alguna silueta de vez en cuando y la agitación que rodeaba a la Luna Creciente era la única que se veía prácticamente en toda la vasta curvatura del muelle. Los estibadores y los empleados mabe hacían una pausa en sus tareas al verlas pasar. Los stsho formaban pequeños grupos que hablaban en murmullos. También los kif andaban por ahí, como era de esperar, formando un grupo junto a la rampa de acceso a una de sus naves como un amasijo de telas negras: siete; no, ocho, sin alejarse demasiado de sus recipientes, profirieron algunos insultos al verlas pasar.
Y al oír uno de esos insultos a Pyanfar se le agitaron rápidamente las orejas y se detuvo en seco, intentando convencerse a sí misma de que no había oído lo dicho o que no lo había entendido, Él lo sabe, ladrona hani. ¿Cuántas naves hani harás que sean destruidas todavía?
—Capitana —murmuró Haral, y Hilfy empezó a volverse.
—Mira hacia adelante, por los dioses —siseó Pyanfar, cogiendo a Hilfy por el brazo—. ¿Quieres empezar una pelea contra tantos kif?
—¿Qué hacemos? —preguntó Hilfy mientras seguía caminando, obediente, entre ellas dos—. ¿Cómo pueden saberlo?
—Porque una de esas naves kif es la suya, chiquilla; vino aquí desde Kita y ahora Akukkakk ha conseguido que otras naves le ayuden. Cuando nos marchemos saldrán disparadas de aquí como un enjambre de esporas y ahora nos encontramos atascadas en el muelle hasta que terminen las reparaciones, así nos ayuden los dioses.
—Es posible que fueran ellos los que atacaron a la Buscaestrellas. Me gustaría…
—A todas nos gustaría, pero tenemos más sentido común que tú. Venga, sigue andando.
—Si nos cogen en el muelle…
—Más razones para que llevemos las supervivientes a bordo y salgamos deprisa. Me temo que tampoco aquí podrás disfrutar tu ración de libertad, chiquilla.
—Creo que podré pasar sin ella —murmuró Hilfy.
Siguieron andando por entre las grúas, pasando junto a grupos de obreros ociosos, hasta llegar al dique número cincuenta y cinco, donde se había congregado cierta cantidad de mirones, una oscura confusión de mahendo’sat cuyos cuerpos delgados y cubiertos de oscuro pelaje hacían bastante difícil distinguir nada con claridad. Entre ellos había personal médico así como empleados de la estación, a los que delataban sus faldellines y sus lujosos collares enjoyados.
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