C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—De acuerdo —murmuró Tirun, levantándose con cierta dificultad tras apoyarse en el tablero para salir cojeando detrás de Hilfy. Pyanfar se recostó en la consola de comunicaciones y miró a Haral, sentada en el número dos.

—Esa nave knnn está ahora orbitando Lijaban —dijo Haral, examinando las pantallas—. Aún sigue armando jaleo. Me extraña mucho que no intentaran recuperar parte de la mercancía perdida.

—Bien. Mi única esperanza es que se queden ahí un buen rato.

—La cuadrilla de reparaciones sigue trabajando en nuestra cola. También se están ocupando de las conexiones. El cable está ya listo, sólo falta asegurarlo. Pero faltaban catorce paneles y había seis algo sueltos. Creen que dentro de unas veinte horas más, trabajando sin parar, tendrán colocados los nuevos.

—Dioses —Pyanfar se pasó la mano por la frente y luego por la melena, pensando en los kif, en el ataque que había reducido la Buscaestrellas a una ruina condenada. Aparte de los knnn también se podía esperar otras visitas a los despojos metálicos; estaban los kif de la estación, que por el momento no daban señal alguna de movimiento. Eso no era natural. Nadie se movía excepto quizás unos cuantos mineros impulsados por la ambición. Pero, de momento, nadie de la estación. Las noticias se habían extendido y los rumores hacían que todo el mundo se sintiera algo inquieto.

—La nave Tahar —dijo Haral unos instantes después— ha presentado una petición para terminar con sus operaciones de carga. Se lo han concedido.

—Qué gran ayuda. Al menos, están aquí de momento.

—Ésa es la ayuda típica de toda la casa Tahar, si se me permite decirlo.

—Hablaré con ellas.

—¿Piensas que la nave Tahar pretende proteger nuestras espaldas?

—No —dijo ella—, no lo creo. Al menos, si no ven en ello algún beneficio. ¿Qué están haciendo? Creí que no estaban cargando nada.

—Están descargando. Se preparan para correr al máximo. Los recipientes salen de esa nave como un desfile de gusanos.

Pyanfar asintió.

—Entonces, debe ser que la estación quiere poner a salvo esa carga; y Tahar piensa echar fuera todo el peso posible excepto la parte que retenga para ganar tiempo. El Maestre se ha echado para atrás, eso debe ser; supongo que algunas compañías de las que operan en la estación han empezado a lloriquear por las pérdidas y la nave Tahar podrá quedarse aquí todo el tiempo que desee. Eso nos da tiempo también a nosotras.

—Dioses, ¡menuda factura!

—Nuestro Extraño está resultando caro en todos los sentidos —Hilfy apareció por el umbral con una gran bandeja en la que había dos desayunos y Pyanfar se volvió hacia ella—. Gracias —le dijo, cogiendo uno de los desayunos y deteniéndose un momento para examinar el rostro de Hilfy, que estaba observando la situación en la pantalla. Aún llegaban transmisiones de la Hasatso, con las interrupciones ocasionales que indicaban reducciones de velocidad—. Van a tardar un poco —dijo Pyanfar—. A menos que tengan algún grave problema médico dudo de que piensen llegar aquí con prisas, se limitarán a seguir el rumbo lento y seguro. Tardarán horas. Anda, vuelve a tu camarote, de veras.

Unos cuantos puertos antes quizá Hilfy habría intentado discutir con ella, agachando las orejas y poniendo mala cara. Ahora se limitó a hacer un gesto de asentimiento y se fue. Pyanfar miró a Haral, que la había estado siguiendo con los ojos, y luego movió lentamente la cabeza, como pensativa.

—Bueno —se limitó a decir Pyanfar, atacando luego su desayuno. Haral la imitó y las dos permanecieron en silencio, comiendo y observando la pantalla—. Voy a decirte algo, prima —exclamó finalmente Pyanfar—, deja la guardia y yo me encargaré de ella.

—No es necesario, capitana.

—No seas tan noble, tengo cosas que hacer. Pero hay algo en lo que puedes ayudarme. Cuando bajes échale una mirada a Tully y asegúrate de que está bien.

—De acuerdo —dijo Haral. Se puso en pie y recogió los restos del desayuno en la bandeja—. Pero estoy segura de ello, capitana. Chur ha ido abajo para no perderle de vista. Ha instalado otro catre y…

Pyanfar había estado sorbiendo su último trago de efe y estaba a punto de entregarle la taza. Al oírla la estrelló secamente con la bandeja.

—Por el trueno de los dioses, ¿ordené que le pusieran ahí solo o no?

Haral abatió las orejas, preocupada.

—Capitana, Chur dijo que estaba nervioso y se preparó ese catre en el lavabo para que al despertar no se encontrara solo. Dijo… perdón, capitana, pero dijo que después del sedante tenía muy mal aspecto. Estabas durmiendo, capitana. Yo se lo permití, creyendo que…

Pyanfar lanzó un breve bufido.

—Vaya, qué bien. Así que Chur dice que Tully está deprimido.

Haral asintió.

—Me encargaré de que se le deje a solas —dijo Haral.

—Así que Chur lo dijo.

—Eh… —Haral empezó a pensar de pronto en lo que podía haber ocurrido y los pelos de su bigote parecieron desplomarse sobre su boca—. Lo siento, capitana.

—Por todos los dioses, él…

—No es igual que si fuera hani, capitana.

—No es igual —acabó diciendo Pyanfar—. Está bien. Métele donde quieras; eso es asunto de la tripulación, no mío. Hazle trabajar. Ha dicho que era técnico de monitores. Deja que vea cómo funcionan. ¿Quién está en el turno siguiente?

—Ker Hilfy.

—Que sea con alguien experimentado. Alguien que ya haya cometido sus propios errores.

Haral sonrió y se frotó la negra cicatriz que le cruzaba el rostro.

—Bien. Una de nosotras le acompañará.

—Lárgate.

Haral salió de la habitación y Pyanfar cerró la consola, transmitiendo toda la actividad a su tablero, ocupando su asiento y examinando los mensajes de las últimas horas. Nada nuevo que no le hubiera dicho ya Haral: la discusión de la nave Tahar sobre el quedarse, los inicios de la crisis en la Buscaestrellas. Aún seguía llegando información de vez en cuando: la Hasatso decía que las supervivientes eran cuatro.

Cuatro. Pyanfar sintió como si una ola fría le abatiera el ánimo.

Cuatro de las siete tripulantes. Algo más se había perdido en el espacio junto con la masa física de la Buscaestrellas —. La pérdida había sido aún peor que la representada por una vida o dos en una tripulación unida por estrechos lazos de parentesco. El que hubiera cuatro supervivientes de un total de siete suponía una carga demasiado grave para que el grupo fuera capaz de recobrarse: ya nunca volvería a ser como antes. Dioses, tener que empezar de nuevo habiendo sufrido esas pérdidas.

—Estación —dijo—, aquí Pyanfar Chanur: confirme transmisión de la Hasatso. Nombres de las supervivientes.

—Orgullo de Chanur —le respondió la estación—, transmisión Hasatso cuatro supervivientes en buenas condiciones. No hay más información. Transmitiremos su pregunta.

Le dio las gracias a la estación de modo algo distraído y permaneció contemplando la pantalla. Dado el lapso de retraso que había en toda transmisión no le quedaba más remedio que esperar. Se entretuvo comprobando mientras tanto qué naves estaban siendo reparadas y cuáles eran sus averías y luego se puso en contacto con el mercado de la estación, disponiendo que le entregaran unos cuantos artículos mediante los recaderos del muelle. Las comunicaciones operaban con bastante dificultad y retraso: en la estación todo el mundo parecía aturdido por los recientes acontecimientos y el nivel de los servicios había descendido alarmantemente.

—Estación, ¿qué sucede con la respuesta? —le preguntó a la sala de control principal.

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