C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—¿Bien, así?

—No —dijo Pyanfar, y la mano de Tully soltó su pelo.

—Yo hago todo tú dices.

Pyanfar agitó las orejas y se metió los dedos en el cinturón.

—¿Todo? —se encontraba más bien susceptible en lo tocante a su honor y en los ojos claros del Extraño había una confianza que le resultaba casi inquietante—. Quizá te acabara asustando saber lo que quiero. Puede que te pidiera demasiado.

Parte de su discurso fue comprendido y la confianza que brillaba en su mirada disminuyó de forma palpable.

—¿Te doy miedo, Tully? —Movió la mano en un amplio arco hacia las paredes de la nave—. Ahí fuera hay una estación: Kirdu. La especie mahendo’sat manda en este lugar. Al lado tenemos una nave hani. En el muelle hay también stsho.

—¿Kif?

—Dos naves, no las mismas. No es probable que sean de Akukkakk. Supondrán un problema si nos quedamos aquí demasiado tiempo, pero no harán nada brusco contra nosotras por ahora. Quiero que salgas, Tully. Quiero que vengas conmigo al muelle de la estación para conocer a unos mahendo’sat.

La había entendido. Un músculo tembló levemente en su mandíbula.

—Soy tripulación de esta nave —dijo. Parecía una pregunta.

—Sí. No voy a dejarte aquí. Seguirás conmigo.

—Vengo —dijo Tully.

Así de sencillo. Pyanfar le contempló durante un momento y luego, con un gesto lleno de sobreentendidos, extendió su mano hacia la taza de Tully. Él la miró durante unos segundos, perplejo, y luego se la entregó. Pyanfar bebió, dominando el inicio de un escalofrío, y se la entregó de nuevo.

Tully bebió también, mirándola, como midiendo sus reacciones, hasta terminar la taza. Nada de prejuicios ni repugnancia hacia otras especies. Pyanfar movió la cabeza en señal de aprobación.

—Iré contigo, capitana —se ofreció Chur.

—De acuerdo —dijo Pyanfar—. Geran, quédate; no podemos dejar la nave sin alguien que cuide de las cosas y el resto de gente está descansando. Pensamos ir sólo hasta las oficinas y volver; no deberíamos tener problemas. Al menos, no espero tenerlos.

—Bien —dijo Geran, con cierta preocupación en el rostro.

Pyanfar puso la mano en el hombro de Tully, percibiendo entonces lo fría que estaba su piel y dándose cuenta, por primera vez, de que siempre encorvaba el cuerpo al sentarse, Tully se puso en pie, temblando levemente.

—El traductor no funcionará fuera de la nave, ¿entiendes, Tully? Una vez fuera de la rampa no podremos entendernos mutuamente. Por lo tanto, te lo digo ahora: quédate siempre conmigo; no te separes de mi lado y obedéceme en todo momento.

—Ir a las oficinas.

—Eso es, a las oficinas. —Extendió el dedo, presionándole el pecho con la afilada punta de una garra—. Amigo mío, voy a intentar que te permitan pasar legalmente. Si te llevamos a bordo en secreto, saliendo del territorio mahendo’sat contigo para dirigirnos hacia Anuurn, nuestro mundo… bueno, quizás hubiera problemas. A los mahendo’sat se les podría ocurrir que estábamos guardando en secreto algo que ellos debían conocer. Así pues, revelaremos tu existencia y dejaremos que te vean todos: mahendo’sat, stsho; sí, incluso los kif. Andas vestido, sabes pronunciar algunas palabras en hani y quizá con eso consigamos que te registren y te den documentos adecuados, todo lo que un buen ser civilizado necesita para ser considerado legalmente como una entidad dentro del Pacto. Intentaré que hagan todo eso para ti y después de que tengas todos esos documentos no habrá modo alguno de que nadie pueda decir que no eres inteligente. Te registraré como parte de mi tripulación. Te daré un documento y tú pondrás tu nombre allí donde yo te diga. Y no me causes problemas. ¿Me has entendido? Eso es todo lo que puedo decirte, nada más.

—No entiendo todo. Tú pide. Yo hago.

—Vamos —dijo Pyanfar, impaciente, haciendo un gesto con la mano a Chur.

Chur se puso en movimiento y Tully la imitó, como si confiara ciegamente en ella. Pyanfar torció el gesto y les precedió hasta la esclusa, preguntándose mientras si el personal de la estación tendría detectores y si, yendo a donde iban, habría algún modo de pasar un arma oculta. Acabó decidiendo que por arriesgada que pudiera ser la situación, sería mejor no intentarlo.

Junto a la rampa se encontraron con un obrero mahe que se escabulló a toda prisa nada más verles, probablemente para avisar a sus superiores. Los mahendo’sat parecían algo nerviosos y mantenían una vigilancia tan cortés que casi resultaba imperceptible, pero que existía sin lugar a dudas. Pyanfar se dio cuenta de ello igual que Chur y Tully contempló con cierto temor el repentino movimiento causado por su aparición. Les dijo algo pero ahora el traductor resultaba inútil al estar fuera del alcance de transmisión de la nave y Pyanfar se limitó a tocarle el hombro con la mano, intentando calmarle, y manteniéndole en movimiento.

—Es sólo una precaución —dijo con voz tranquila, desviando los ojos hacia la rampa que daba acceso a la Luna Creciente, donde se encontraba una observadora capaz de darles muchos más problemas: una tripulante hani—. Será mejor que nos ocupemos antes de ese asunto —le dijo Pyanfar a Chur, desviándose en diagonal de su curso anterior y atravesando los transportes donde se amontonaban los recipientes de la Luna Creciente.

De pronto vieron aparecer a otra tripulante, evidentemente llegada a toda prisa: con los ojos clavados en ellas y los pies firmemente plantados en la rampa parecía un reflejo de la primera figura. Pyanfar se detuvo a cierta distancia y esperó, haciéndole una seña con gran disimulo a Chur, que se adelantó hacia la rampa.

La conversación posterior se mantuvo en un tono de voz demasiado bajo como para que pudiera oírla: no advirtió demasiada amistad en los rostros de las tripulantes, pero tampoco percibió una declarada mala voluntad. Chur volvió de la rampa caminando sin prisas pero sin entretenerse, con las orejas gachas.

—Su capitana está durmiendo —le informó—. Nos han propuesto subir a la Orgullo cuando haya terminado la siesta. Quieren una respuesta, capitana.

—Bueno, no tengo por qué dársela. No me dijeron nada de eso por el comunicador. Dejemos que venga ella, será mejor. —Se volvió sin mirar a las otras dos tripulantes y, poniendo la mano en el hombro de Tully, le guió fuera del dique.

Y, aunque fuera verdad que la capitana Tahar estaba durmiendo, su reposo duraría solamente lo que tardaran en volver a bordo esas dos orejas rasgadas para informarle de que la capitana Chanur tenía un compañero de especie desconocida y que se dirigía hacia las oficinas de la estación. La capitana Tahar había caído en la trampa de su propia arrogancia y Chanur, como si el responder a un insulto con otro estuviera por debajo de su dignidad, se limitó a marcharse. Exageró un poco más el contoneo de sus pasos en beneficio de las tripulantes y de los obreros mahe, que no habían perdido detalle de la escena y algunos de los cuales ya se dirigían presurosamente a informar a sus superiores o a reunirse con sus camaradas, formando un pequeño grupo de siluetas casi desnudas y de oscuro pelaje.

—Se han dado cuenta de todo —dijo Chur.

—No importa. —Pyanfar, con las manos a la espalda, si guió andando un poco por delante de Chur y Tully: una capitana hani de elevada estatura vestida de rojo, una tripulante hani de menor talla vestida con el traje azul de faena y, como improbable tercer miembro del grupo, un Extraño de imponente tamaño y anchos hombros con la piel carente de vello y una magnífica melena dorada, una silueta que era imposible no percibir al instante. Pyanfar sintió que la sangre se le agolpaba en las venas y tuvo que apretar los labios al ver que el muelle empezaba a llenarse de gente, en una cantidad muy superior a la de obreros trabajando normalmente en el lugar. Mahendo’sat, obreros, mercaderes, mineros y sólo los dioses sabían qué más; un grupito de stsho, destacando con sus pálidos colores apastelados entre los demás, con sus blancos ojos redondos y grandes como lunas, apretándose las manos unos a otros y hablando con aire de gran inquietud. En cuanto a los kif, de momento no había ni rastro de ellos, pero los rumores no tardarían en atraerlos, de eso estaba segura, Cómo le habría gustado tener ahora el arma que había estado pensando coger.

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