Y de Tahar iría hasta Anuurn, con lo cual acabaría llegando con toda seguridad a Kohan. Habría desafíos a causa de esto, era indudable. Algún cachorro de Tahar lograría que le rompieran el cuello antes de que se calmara la polvareda, claro: los machos jóvenes siempre eran optimistas y estaban constantemente dispuestos para lanzarse a la menor señal de ventaja, por muy escasa que ésta fuera.
Lo intentarían, claro. Bien, ya lo habían intentado antes.
Eso era lo que Dur Tahar había imaginado también.
—Está bastante bien —le dijo Haral ante los camarotes de la cubierta inferior. Pyanfar miró en el interior y vio a Tirun metida en cama y obviamente dormida—. Tiene la pierna algo hinchada a causa del esfuerzo pero no hay razón para preocuparse.
Pyanfar frunció el ceño.
—En la estación hay un buen servicio médico pero quizá tengamos que largarnos de aquí de forma bastante brusca. No quiero correr el riesgo de abandonar a ninguna de nosotras aquí partiendo de ese modo; no, al menos dadas las circunstancias.
—No, claro —dijo Haral—, no es necesario. Pero andamos un poco sobrecargadas de trabajo, capitana.
—Lo sé —le respondió ella.
—Y creo que también a ti te sentaría muy bien un descanso.
—Ya —puso la mano en el hombro de Haral y luego se dirigió al ascensor, deteniéndose allí un instante para mirar hacia los puestos de Chur y Geran. Cambiando de idea, fue en esa dirección y asomó la cabeza por la puerta viendo a Geran, que estaba de guardia, ya lavada y con pantalones de faena limpios pero contemplando lo que la rodeaba aún con la expresión apagada de quien ha tenido que pasar de un tumo al siguiente sin poder dormir—. Bien —dijo Pyanfar, recordando que las órdenes cumplidas por Geran habían venido directamente de ella, apoyándose con el brazo en el umbral—, Tully estuvo bien durante el viaje, ¿no?
—Ningún problema por su parte.
—Creo que aceptaré su oferta de trabajar. Tú y Chur os alternaréis con él para los turnos. Tirun está un poco cansada.
—¿Está mal?
—La gravedad no le hizo ningún favor a su pierna. Intentaremos descansar ahora lo más posible. Luego iré a ver qué caridad podemos esperar de Tañar, pero antes debo enterarme de las averías.
—Las tengo controladas por monitor —dijo Geran, dando la vuelta y conectando la pantalla más cercana. Pyanfar entró en el cuarto y contempló la imagen de la cámara exterior, tomada desde la cúpula de observación, sintiendo una punzada de dolor físico ante lo que veía. El motor número uno había perdido una de sus líneas de anclaje y ésta, ahora suelta, se movía siguiendo el giro de la estación y en su larga silueta plateada se veían bastantes paneles destrozados, como puntos oscuros en la superficie luminosa.
—Eso era lo que hacía oscilar el impulso —dijo Pyanfar; sintió un estremecimiento tardío—. Dioses, podríamos haberlo perdido todo entrando con esa línea suelta. Hará falta todo un equipo de reparaciones para conectarla de nuevo; no hay forma de que podamos hacerlo nosotras seis.
—Dinero —dijo Geran con expresión abatida—. Quizá tengamos que acabar vendiendo alguien a los kif.
—No tiene gracia —le dijo Pyanfar, saliendo del re cinto.
Tully, había pensado de inmediato, siguiendo un impulso del que ahora se avergonzaba profundamente.
Pero durante todo el trayecto hasta su camarote siguió pensando en ello.
Se desnudó y tomó una ducha, dejando en el desagüe un buen montón de pelo. Luego de secarse se cepilló a conciencia, arreglándose barba y melena. Esta vez le tocó el turno a los pantalones de seda roja, el brazalete de oro y el pendiente con la perla. Al examinarse en el espejo sintió cierta satisfacción y su ánimo se recobró un poco, Después de todo, el aspecto personal siempre significaba algo. Los mahendo’sat eran muy sensibles a él, casi tanto como los stsho.
Prosperidad ofendida, ése era el mejor modo de tratar con ellos. Conocían bien a la Orgullo y mientras creyeran intacta la fortuna de Chanur y siguieran pensando que el poder de Chanur contaba mucho entre los hani, quizá Pyanfar pudiera mantener ciertas esperanzas de que los mahendo’sat se mostraran bien dispuestos a echarles una mano.
Y, a decir verdad, pensó mientras le dirigía una gélida sonrisa a la espléndida capitana hani del espejo, necesitaban esa ayuda más que deprisa.
Akukkakk seguía existiendo.
Ojalá los dioses se lo llevaran.
Quizá le había puesto en ridículo lo suficiente como para que sus propios súbditos se volvieran contra él, pero pasaría cierto tiempo antes de saber si había ocurrido así. Un largo tiempo lejos de su puerto natal, manteniendo el oído aguzado a la espera de cualquier rumor.
Librarse del Extraño, librarse de Tully… Si fuera tan fácil salir del problema haciendo eso…
Examinó atentamente sus ojos reflejados en el cristal, con las orejas pegadas al cráneo, y meditó en las maldades que se le ocurrirían indefectiblemente a todo mercader que se topara con el Extraño. Después de pensar un poco sus labios se curvaron en una sonrisa más bien feroz.
Bien, bien, bien, Pyanfar Chanur. Existía una forma de resolver varios problemas a la vez. Probablemente a Tully no le gustaría pero un Extraño que aparecía a bordo mendigando pasaje debía conformarse ciertamente con lo que le dieran y Pyanfar no estaba dispuesta a caer de rodillas anee Tahar.
Conectó el comunicador y se encontró el habitual montón de mensajes esperando ser contestados.
—No hay nada urgente, de veras —le dijo Geran—. Resumiéndolos todos, la estación sigue bastante nerviosa.
—Tully está con Chur, ¿no? ¿Le ha limpiado?
—Ha tenido cierto problema.
—No me hables de problemas, ya tengo bastantes. ¿De qué se trata?
—Nuestro Tully tiene ideas propias en cuanto a eso de arreglarse. Quiere afeitarse.
—Dioses y truenos. ¿En el lavabo?
—Está aquí ahora mismo.
—Ya voy.
Se lanzó hacia la puerta y retrocedió en busca del auricular para el traductor, saliendo luego a toda prisa. ¡Afeitarse! Sus orejas se pegaron al cráneo y luego se enderezaron nuevamente mientras Pyanfar pensaba que, después de todo, cada especie tenía sus propias costumbres.
Pero el aspecto personal, por los dioses…
Cuando llegó, sin haber reducido el paso y siendo muy consciente de ello, se encontró al trío; Geran, Chur y Tully, todos claramente con aspecto miserable y ahogando sus miserias en una buena ronda de efe. Las tres cabezas se alzaron hacia ella, la más nerviosa, a juzgar por sus rasgos, la de Tully, el cual aún poseía, gracias a los dioses, toda su barba y melena, teniendo un aspecto bastante decente gracias a un par de pantalones nuevos.
—Pyanfar —dijo, poniéndose en pie.
—Capitana —le corrigió ella secamente—. ¿Qué quieres, Tully? ¿Cuál es el problema?
—Quiere las tijeras —dijo Chur—. Yo le arreglé un poquito. —Lo había hecho, desde luego, y no le había quedado nada mal—. Pero quiere quitarse la barba.
—Ya… No, Tully. Equivocado.
Tully se dejó caer nuevamente en su asiento, sosteniendo la taza de efe en las dos manos, con aire abatido.
—Equivocado.
Pyanfar lanzó un suspiro.
—Eso es más razonable. Haz lo que yo te digo, Tully. Debes tener un buen aspecto para cuando te vean los mahendo’sat, Ahora estás muy bien. Estupendo.
—Igual -hani.
—Igual que un hani, sí.
—Mahendo’sat. Aquí.
—Estás a salvo, todo va bien. Son gente amistosa.
Los labios de Tully se fruncieron en una mueca pensativa. Movió la cabeza, asintiendo, aparentemente más bien con tranquilidad. Luego se llevó la mano a la nuca y, apretando su melena de color claro entre los dedos, tiró de ella hacia atrás.
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