C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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Tully y Chur, claro. El Extraño venía sin oponer resistencia pero cuando estuvo lo bastante cerca para verlo todo se detuvo en seco y la luz que le había estado precediendo se apagó, dejándole a él y a Chur en tinieblas, a unos pasos del área iluminada en la que estaba sentada Pyanfar. Entonces ella se puso en pie, distinguiéndole claramente en la penumbra.

—Tully, no pasa nada. Ven, Tully, todo anda bien.

Él se acercó lentamente, como una sombra extraña más perdida en aquel cúmulo de cosas extrañas, y Chur le cogió del brazo, sólo por si acaso, contempló el traje vacío y luego el despojo colgado del techo, y siguió mirándolo largo rato.

—Animal —dijo Pyanfar—. Tully, deseo que veas lo que estamos haciendo. Quiero que lo comprendas. ¿Me has oído?

Se volvió hacia ella con los ojos hundidos en sus cuencas cubiertas de sombras. El ángulo de la luz hacía destacar su pálida melena y los rasgos de un rostro que, decididamente, nada tenía de hani.

—¿Me ponéis en eso?

—Pondremos eso en el traje —le dijo Pyanfar con voz animada—. El transmisor mandará su señal tan fuerte como pueda. Le diremos a los kif que te estamos echando de la nave y les daremos eso. ¿Me entiendes, Extraño? Haremos que persigan ese traje y echaremos a correr.

Estaba empezando a comprenderlo. Sus ojos recorrieron velozmente por segunda vez todo el cuadro: el traje vacío, el despojo a medio descongelar.

—Sus instrumentos ven dentro de él —dijo.

—Los instrumentos los registrarán, sí, y eso es lo que obtendrán.

Hizo un gesto hacia el despojo.

—¿Esto? ¿Esto?

—Comida —dijo ella—. No es una persona, Tully. Animal. Comida.

De pronto en su rostro floreció una sonrisa casi alarmante. Su cuerpo se agitó con un ruido ahogado que ella reconoció un segundo después como carcajadas. Le dio una palmada a Chur en el hombro y volvió hacia ella ese rostro convulso de cuyos ojos brotaba líquido y en el que aún se veía esa horrible mueca de mahendo’sat.

—Tú = al kif.

—Metedlo dentro —dijo ella, señalando el despojo—, Traedlo aquí y metedlo dentro. Echa una mano, Tully.

Y eso hizo, tensando su cuerpo desgarbado contra el peso medio helado del despojo, ayudando a Chur, con algún gesto fugaz de lo que quizá fuera repugnancia ante el aspecto o el tacto de la carne. Pyanfar desconectó el sistema vital del traje, abrió su obra de arte y arrugó la nariz cuando Chur y el Extraño se acercaron con el maloliente despojo. Un trabajo desagradable. Hizo a un lado sus escrúpulos y se encargó ella misma de meter el despojo en el interior del traje, pues tenía cierta idea sobre el mejor modo de hacerlo encajar. La cabeza entraba bien en el casco y el cuello iría bien para rellenar lo que faltaba de cuerpo: había que romper un poco el costillar y luego bastaba con seccionar los rígidos miembros y enderezarlos dentro del traje.

—Olerá muy bien si hace un poco de camino con el calefactor puesto —observó Chur. Tully lanzó de nuevo su risa ahogada y se limpió el rostro, manchándose el bigote con la mezcla de sangre y polvo que le cubría los brazos hasta el codo. Pyanfar sonrió también, percibiendo de pronto lo incongruente del espectáculo: aquí estaba, acuclillada en la penumbra con un alienígena medio loco y un traje lleno de carne de uruus, los tres cómplices de una disparatada conjura.

—Sostenlo —le ordenó a Chur, intentando cerrar el sello del vientre. Chur apretó los dos lados del traje por la parte inferior y Tully la ayudó por arriba y finalmente obtuvieron su recompensa: el traje estaba cerrado y tenía la forma de Tully—. Venid —dijo Pyanfar poniéndose en pie, y Tully, ayudado por Chur, cogió el traje por los hombros, avanzando con él hasta que las luces se dieron por enteradas de su presencia y empezaron a encenderse y apagarse a lo largo de su trayecto.

—¿La escotilla de carga? —preguntó Chur.

—La esclusa —dijo Pyanfar—. ¿O es que acaso los pasajeros abandonan seguramente las naves por alguna otra ruta?

No se trataba de una carga ligera. Avanzaron con paso tambaleante transportando el peso incómodo del traje y en la siguiente sección lo depositaron sobre un transporte con un suspiro de alivio. El traje parecía un cadáver, con el espejo del visor contemplando ciegamente el techo. Tully estaba blanco y temblaba a causa del esfuerzo: tenía la piel cubierta de sudor y tuvo que agarrarse al extremo del transporte, jadeando pero con los ojos brillantes.

—Eres Pyanfar, ¿verdad? —le preguntó entre un jadeo y otro—. ¿Pyanfar?

—Sí —admitió ella, rascándose la nariz con una mano sucia y pensando que era imposible ensuciarse más, señalando luego con un gesto a Chur y pronunciando de nuevo su nombre.

—Yo = —dijo él, asintiendo. Las ayudó a empujar con gran entusiasmo y por fin lograron poner en movimiento el transporte a lo largo del pasillo que cruzaba el almacén interno, pasando junto a las enormes sombras de los tanques y la maquinaria hasta emerger otra vez en las secciones iluminadas normalmente de la cubierta inferior, donde el techo era más bajo. Por fin, siguiendo ya por los corredores normales, llegaron a la esclusa.

—¿= él va a =? —preguntó Tully, tropezando mientras las ayudaba a bajar el traje del transporte y mirando con cierto nerviosismo hacia la izquierda donde se empezaba a abrir la compuerta interior de la esclusa—. ¿Sale rápido fuera?

—Ah, no —dijo Pyanfar. Pasó los pies del traje por la abertura y los apoyó al otro lado mientras que Chur y Tully hacían pasar el resto del cuerpo y acababan poniéndolo en posición vertical—. Así, junto a la compuerta exterior. Cuando la abramos saldrá sin ningún problema a través de la esclusa —Plantó bien los pies en el suelo y añadió su peso al de Tully y Chur, que se esforzaban al máximo, para retroceder luego y examinar su obra de arte con una sonrisa, pensando en los kif. Puso en marcha el sistema de mantenimiento vital con los botones del cinturón y el traje, a mínima potencia, se irguió un poco más. Pyanfar lo desconectó, ya que no quería malgastar un buen cilindro.

También Tully se quedó unos instantes contemplando el traje, jadeante y sudoroso, con los brazos a los costados, una expresión algo distraída iba sustituyendo de repente a su anterior alegría: una expresión en la que había algo parecido a un estremecimiento, como si después de todo aquello hubiera empezado a pensar en ese traje y en su situación y estuvieran empezando a ocurrírsele muchas preguntas que aún no había hecho.

—Fuera —dijo Pyanfar, agitando el brazo hacia Chur para que se apartara e incluyendo a Tully en su gesto. Tully vaciló unos instantes y ella avanzó para cogerle del brazo y sacarle de su aparente distracción y de pronto él le puso una mano en un hombro y luego en el otro, inclinando su cabeza sobre su mejilla en un gesto fugaz para apartarse a toda prisa, dejando caer la mano con igual velocidad a la que habían usado las orejas de Pyanfar para pegarse al cráneo. Pyanfar estuvo a punto de bufarle pero en vez de eso, lentamente y con cierta dificultad, le dio un golpecito en el hombro y le hizo cruzar la esclusa hasta el pasillo.

Gracias, parecía significar ese gesto. Bueno. Así que Tully sabía entender las cosas con bastante sutileza. Agitó las orejas y consiguió con ello que Chur se volviera rápidamente a mirarla y luego, de un leve empujón, hizo que Tully avanzara hacia ella.

—Ve a limpiarte —le dijo—. Date una ducha, ¿me oyes? ¡Lávate!

Chur le cogió el brazo indicándole que le ayudara con el transporte y los dos se fueron por el corredor para devolverlo a su lugar de origen, Pyanfar expulsó una breve bocanada de aire y cerró la compuerta interior dirigiéndose luego hacia el lavabo común donde había dejado sus otras ropas, sintiendo aún un cierto escozor allí donde la había tocado la mano del Extraño.

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