—La forma de su boca es distinta: supongo que nosotras tampoco podremos hacer gran cosa con su lenguaje. Es como intentar hablar en tc’a o en knnn… puede que incluso su gama auditiva sea diferente ya que desde luego su equipo para hablar no es igual que el nuestro. ¡Dioses!, no tenemos ni la menor garantía de que compartamos la misma lógica aunque tengo la impresión de que así es. Algunos de sus actos parecen tener bastante sentido. —Se instaló en la silla que Hilfy había dejado libre y conectó una segunda pantalla—. Anda, chiquilla, dile a Tirun que deje su trabajo en la cubierta inferior; no ha parado de moverse y debería permanecer quieta y descansando. Voy a intentar grabar una cinta traductora con tus setecientas cincuenta y tres palabras.
—Ya lo hice.
—¿Ah, sí?
—Mientras estaba sentada aquí —Hilfy extendió algo nerviosa la mano hacia la consola, indicando la cassette que había en la entrada de datos del traductor—, busqué las pautas básicas y fui llenando los huecos. También trabajé en la lógica de las frases. Ya está terminada.
—¿Funciona?
—No lo sé, tía. No me ha dado aún una frase entera en su propia lengua, sólo palabras sueltas. No tiene a nadie para hablar su idioma.
—Ah, ya —Pyanfar estaba bastante impresionada. Hizo pasar por el altavoz parte de la cinta y la detuvo, alzando los ojos hacia Hilfy, que parecía desusadamente orgullosa de sí misma—. ¿Estás ahora completamente segura de la cinta?
—El programa básico me pareció bastante claro. Yo llegué a dominar los principios básicos de la traducción bastante bien; aunque a papá eso no le parecía demasiado relacionado con el espacio. Tuve que estudiar este modelo desde el principio pero sabía lo que deseaba conseguir. Es igual que con los ordenadores, también soy buena con ellos.
—Entonces, ¿por qué no lo intentamos?
Hilfy asintió, cada vez más complacida. Pyanfar se puso en pie y buscó entre los armarios del ordenador, encontrando al fin la caja de auriculares aislados con cinta: dejó caer unos cuantos en la mano de Hilfy y luego buscó hasta dar con un sensor de repuesto. Luego se instaló ante el sistema de comunicaciones principal y pasó los dos canales del traductor por la segunda y tercera frecuencia del sensor. Cogió su auricular y se lo puso, probando por un instante la conexión con el comunicador en el camarote del Extraño y sin obtener nada aparte de breves estallidos de estática que parecían consistir en palabras hani mutiladas que el esquizofrénico traductor se negaba a reconocer como tales palabras.
—Nosotros somos la dos y él la tres —le dijo a Hilfy, cerrando el altavoz por el momento—. Tráelo aquí.
—¿Aquí, tía?
—Que te acompañe Haral. Este Extraño intentando impresionarnos con sus setecientas cincuenta y tres palabras… Vamos a descubrir de una vez por todas qué tal se porta en público. No corras riesgos, chiquilla. Si el traductor falla, déjalo y si ves que se pone nervioso, déjalo también. Anda, ve a buscarle.
—Sí, tía —Hilfy se metió los auriculares y el sensor en el bolsillo y luego cruzó el umbral, sintiéndose tan importan te que parecía a punto de reventar.
—Vaya —dijo Pyanfar una vez se hubo marchado, los ojos clavados en el umbral. Sus orejas se agitaban nerviosamente, haciendo tintinear los anillos. El Extraño podía comportarse del modo más inesperado. Había decidido meterse en su nave de entre todas las que podía elegir a lo largo del muelle. Esa criatura. No, él. Hilfy y la tripulación parecían estar ya inquebrantablemente convencidas de que era un él por analogía a la estructura física hani, pero seguían sin tener ninguna garantía al respecto. Después de todo, también existían los stsho y posiblemente eso contribuía a que la criatura resultara aún más trágica a sus ojos.
Dioses. La piel sin vello, esos dientes incapaces de herir, las uñas romas. No habría tenido demasiadas oportunidades, sin armas, en una discusión con los kif, así que debería estar agradecido ante su situación actual.
No, pensó Pyanfar. No tenía por qué estar agradecido. Fuera quien fuera su propietario acabaría haciendo planes para él, fueran del tipo que fueran, y quizás era consciente de ello: eso explicaría su perpetua expresión abatida y llena de resentimiento. También ella tenía sus planes al respecto, naturalmente.
Él. Hilfy lo recalcaba con insistencia a cada ocasión. Su primer viaje y un trágico príncipe de otra especie, adecuadamente lejano e inalcanzable. La adolescencia.
¡Dioses!
En la sección principal del tablero de comunicaciones resonó un zumbido: una transmisión. El zumbido se hizo más agudo para acabar convirtiéndose en una prolongada y complicada serie de gemidos y silbidos que le hacían erizar el vello. Estaba tan nerviosa que dio un salto, sin poderlo evitar. Luego, reclinándose en el asiento, conectó el traductor. Knnn, le informó la pantalla, aunque ella ya lo sabía.
Canción. Ninguna identidad reconocible. Ningún contenido numérico. Alcance: datos insuficientes.
También esa especie frecuentaba Urtur: sus mineros trabajaban sin necesidad de equipo protector en el infierno de metano que era la luna de Uroji, donde se encontraban como en casa. Eran gente extraña en todos los sentidos: esferas negras peludas con montones de patas y que odiaban la luz. Acudían a la estación para descargar minerales y se apoderaban de todo lo que encontraban a su alcance antes de esfumarse nuevamente en la oscuridad de sus naves. Quizá los tc’a fueran capaces de comprenderles y puede que también los chi, que aún eran menos racionales; pero nadie había logrado obtener nunca una traducción del tc’a lo bastante clara como para dilucidar si ellos, a su vez, eran capaces de entender a los knnn. Los knnn cantaban de un modo irracional cuando estaban contentos, cuando se encontraban enamorados o, quizá, para hablar entre ellos. Nadie lo sabía salvo posiblemente los tc’a y los tc’a jamás habían discutido tema alguno sin meterse antes en mil ramificaciones laterales que precedían al asunto realmente importante, dando muestras de una mentalidad tan propia de los reptiles como propios de éstos eran sus movimientos físicos. Nadie había conseguido que los knnn observaran las reglas aceptadas de la navegación espacial por lo que todas las especies, al no tener otra alternativa, procuraban evitarles. Normalmente emitían mensajes numéricos que los traductores mecánicos eran capaces de manejar pero estos mensajes eran sólo un código para situaciones específicas tales como las del comercio o el anuncio de que se aproximaban, algo parecido a unas señales luminosas. No había nada raro en la presencia de los knnn dado que esa raza iba donde quería, sin prestar atención a las disputas de las especies que respiraban oxígeno. De vez en cuando se oía un chasquido en el casco de la Orgullo al chocar con una roca o partícula de polvo, y esos ruidos estaban siempre acompañados por el tenue gruñido del núcleo en rotación y el susurro del aire en los conductos. La oscura inactividad de los instrumentos la deprimía. Las pantallas apagadas que la contemplaban en la penumbra del muelle le recordaban hilera tras hilera de ojos ciegos. Y se encontraban a la deriva en el vacío, entre los kif y las rocas, con un knnn que no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo.
—Capitana —dijo la Voz de Tirun.
—Te escucho.
—Hay un knnn por ahí fuera.
—Yo también lo he oído. ¿Qué están haciendo Hilfy y Haral con el Extraño?
—Han ido a buscarle; lo estoy recibiendo en el comunicador. No les está dando problemas.
—Comprendido. Lo traerán aquí. Mantente a la escucha de las comunicaciones; aquí arriba estaremos bastante ocupadas.
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