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Robert Heinlein: Forastero en tierra extraña

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Robert Heinlein Forastero en tierra extraña

Forastero en tierra extraña: краткое содержание, описание и аннотация

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Objeto de escándalo tras su publicación, libro de cabecera de la cultura hippie, biblia de Charles Manson y sus seguidores, Forastero en tierra extraña es la novela más polémica e iconoclasta del género de ciencia ficción. Humano por parte de padres, marciano por nacimiento y educación, Valentine Michael Smith llega a la Tierra como un auténtico forastero. Pese a su ascendencia terrestre, Smith piensa y siente como un marciano y no tiene nada en común con los seres humanos. Su peripecia en nuestro planeta se convertirá en motivo de asombro y escándalo allá donde vaya… Autor de novelas tan célebres como “Historia del futuro”, “El número de la bestia” y la presente, Robert A. Heinlein (1907–1988) es, junto con Asimov y A. C. Clarke, uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción clásica.

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Pero el semblante grave de Smith y sus ojos extrañamente turbadores la contuvieron. Empezó a darse cuenta emocionalmente de que aquel hecho imposible respecto al enfermo era cierto: ignoraba qué era una mujer. Respondió con cautela:

—Sí, soy una mujer.

Smith siguió mirándola sin ninguna expresión. Jill empezó a sentirse azarada. Ser observada apreciativamente por los hombres era algo que siempre esperaba y con lo que a veces disfrutaba, pero esto resultaba más bien como ser examinada a través de un microscopio. Se agitó, inquieta.

—¿Y bien? Parezco una mujer, ¿no?

—No lo sé —respondió Smith con voz lenta—. ¿Qué aspecto tiene una mujer? ¿Qué es lo que la hace a usted mujer?

—¡Oh, por el amor de Dios! —Jill se dio cuenta de forma confusa que aquella conversación se le escapaba de las manos, y esto no le había ocurrido con ningún hombre desde que cumpliera los doce años—. ¡No esperará que me desnude y se lo enseñe!

Smith se tomó algún tiempo para examinar aquellos símbolos verbales e intentar traducirlos. No podía asimilar en absoluto el primer grupo. Podía ser de uno de esos grupos de sonidos formales que esa gente utilizaba tan a menudo… pero había sido pronunciado con sorprendente fuerza, como si fuese una última comunicación antes de un retraimiento. Quizá había equivocado tan por completo la conducta correcta con la que tratar con una criatura mujer que la criatura estaba dispuesta a descorporizarse de inmediato.

Sabía vagamente que no deseaba que la enfermera muriese en aquel momento, ni siquiera aunque fuese su derecho y, posiblemente, su obligación. El brusco cambio de la relación del ritual del agua a una situación en la que el recién conseguido hermano de agua podía considerarse retraído o descorporizado estuvo a punto de sumirle en el pánico, pero consiguió suprimir conscientemente esa alteración. Sin embargo, decidió que, si ella tenía que morir ahora, él debería seguirla de inmediato… No le era posible asimilarlo de otro modo, no después de la cesión del agua.

La segunda mitad de la comunicación contenía sólo símbolos que ya había encontrado antes. Asimiló de forma imperfecta la intención, pero parecía haber allí una manera implícita de evitar la crisis… accediendo al deseo sugerido. Tal vez, si la mujer se desnudaba, ninguno de los dos necesitara descorporizarse. Sonrió feliz.

—Por favor.

Jill abrió la boca, la cerró al instante. Volvió a abrirla.

—¿Eh? ¡Bueno, que me aspen!

Smith pudo asimilar la violencia emocional y supo que, de algún modo, había ofrecido la respuesta equivocada. Empezó a preparar su mente para la descorporización, saboreando y acariciando todo lo que había sido y visto, con especial atención a aquella criatura mujer. Entonces se dio cuenta de que la mujer se inclinaba sobre él, y supo de algún modo que no iba a morir. La criatura le miró directamente al rostro.

—Corríjame si me equivoco —dijo—, pero, ¿me está pidiendo que me desnude?

Las inversiones y abstracciones requerían una cuidadosa traducción, pero Smith consiguió realizarla.

—Sí —respondió, y confió en que aquello no produjera una nueva crisis.

—Eso es lo que creí que había dicho. Hermano, usted no está enfermo.

Smith consideró primero la palabra «hermano»: la mujer le recordaba que se habían unido en el ritual del agua. Pidió la ayuda de sus compañeros de nido para medir lo que deseaba su nueva hermana.

—No estoy enfermo —admitió.

—Pero que me aspen si comprendo qué es lo que no funciona en usted. No pienso ponerme en pelota. Y tengo que marcharme ya —se enderezó y se dirigió hacia la puerta lateral; luego se detuvo y miró hacia atrás con una sonrisa irónica—. Puede pedírmelo en otra ocasión; será realmente agradable, bajo otras circunstancias. Siento curiosidad por ver lo que es usted capaz de hacer.

La mujer se fue. Smith se relajó en la cama de agua y dejó que la estancia se difuminara a su alrededor. Experimentó una sensación de sereno triunfo por haberse confortado de tal modo que no fue necesario que ninguno de los dos muriera… Pero todavía quedaba mucho por asimilar. Las últimas palabras de la mujer habían contenido muchos símbolos nuevos para él, y aquellos que no lo eran habían sido expresados de tal forma que no resultaban fácilmente comprensibles. Pero se sentía feliz de que su aroma emocional hubiera sido el adecuado para la comunicación entre dos hermanos de agua… aunque teñido por algo a la vez turbador y terriblemente agradable. Pensó en su nuevo hermano, la criatura mujer, y eso hizo que un extraño hormigueo recorriera todo su cuerpo. Esa sensación le recordó lo que había experimentado la primera vez que le fue permitido presenciar una descorporización, y se sintió feliz sin saber por qué.

Deseó que su hermano, el doctor Mahmoud, estuviese allí. Tenía tanto que asimilar, y tan poco de donde hacerlo.

Jill Boardman se pasó el resto de su turno de guardia medio adormilada. Consiguió no cometer errores en la administración de las medicaciones y respondió por reflejo a las insinuaciones verbales de costumbre que le formularon. Pero el rostro del Hombre de Marte permaneció fijo en su mente, y no dejó de darle vueltas en la cabeza a las cosas extrañas que había dicho. No, no extrañas , se corrigió; había hecho sus prácticas en las salas de psiquiatría, y estaba segura de que las observaciones del hombre no habían sido psicopáticas. Decidió que inocentes era el término adecuado. Luego decidió que la palabra tampoco era correcta. Su expresión era inocente, pero sus ojos no. ¿Qué clase de criatura podía tener un rostro así?

En una ocasión había trabajado en un hospital católico; de pronto vio el rostro del Hombre de Marte rodeado por la cofia de una hermana enfermera, una monja. La idea la inquietó, porque no había nada femenino en el semblante de Smith.

Se estaba poniendo su ropa de calle cuando otra enfermera asomó la cabeza por la puerta de los vestuarios.

—Teléfono, Jill. Para ti.

Jill aceptó la llamada, sonido sin visión, mientras seguía vistiéndose.

—¿Florence Nightingale? —inquirió una voz de barítono.

—Al habla. ¿Eres tú, Ben?

—El fiel paladín de la libertad de prensa en persona. ¿Tienes mucho trabajo, pequeña?

—¿Qué es lo que ronda por tu mente?

—Ronda por mi mente la idea de salir contigo, invitarte a un bistec saignant , seducirte a base de licor y formularte una pregunta.

—La respuesta sigue siendo no.

—No esa pregunta. Otra.

—Oh, ¿así que sabes otra? Si es así, dímela.

—Luego. Primero quiero ablandarte un poco.

—¿Un bistec auténtico? ¿No sintético?

—Garantizado. Cuando le claves el tenedor, volverá hacia ti unos ojos implorantes.

—Debes de estar trabajando con cuenta de gastos, ¿eh, Ben?

—Eso es irrelevante e innoble. ¿Qué respondes?

—Me has convencido.

—En la azotea del centro médico. Tienes diez minutos.

Volvió a guardar el traje de calle que se había puesto en su armario y lo cambió por otro más elegante que guardaba allí para casos de emergencia. Era serio, apenas traslúcido, con polisones y pectorales tan tenues que se limitaban a recrear el efecto que hubiera producido si no llevara nada. El vestido le había costado la paga de un mes y no lo parecía, puesto que su sutil poder se hallaba oculto, como el alcohol que te tumba en una bebida. Jill contempló con satisfacción su imagen en el espejo y tomó el tubo impulsor para subir a la azotea.

Allá se envolvió en la capa para protegerse del viento, y estaba buscando con la mirada a Ben Caxton cuando el ordenanza de la terraza tocó su brazo.

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