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Robert Heinlein: Forastero en tierra extraña

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Robert Heinlein Forastero en tierra extraña

Forastero en tierra extraña: краткое содержание, описание и аннотация

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Objeto de escándalo tras su publicación, libro de cabecera de la cultura hippie, biblia de Charles Manson y sus seguidores, Forastero en tierra extraña es la novela más polémica e iconoclasta del género de ciencia ficción. Humano por parte de padres, marciano por nacimiento y educación, Valentine Michael Smith llega a la Tierra como un auténtico forastero. Pese a su ascendencia terrestre, Smith piensa y siente como un marciano y no tiene nada en común con los seres humanos. Su peripecia en nuestro planeta se convertirá en motivo de asombro y escándalo allá donde vaya… Autor de novelas tan célebres como “Historia del futuro”, “El número de la bestia” y la presente, Robert A. Heinlein (1907–1988) es, junto con Asimov y A. C. Clarke, uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción clásica.

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—Ya voy, señor. Sólo estaba recogiendo esta bandeja.

—¿Qué leía?

—Nada.

—Le vi. No importa, salga de aquí rápido. Este paciente no puede ser molestado bajo ningún concepto.

El hombre obedeció; el doctor Frame cerró la puerta tras de sí.

Smith permaneció tendido, inmóvil, durante la siguiente media hora; pero, por más que se esforzó, no pudo asimilar nada de aquello.

4

Gillian Boardman estaba considerada una enfermera profesionalmente competente; era juzgada competente en muchos y muy amplios campos por los internos solteros, y era juzgada con dureza por algunas otras mujeres. Esto no la preocupaba en absoluto, pues su pasatiempo eran los hombres. Cuando le llegaron los rumores de que había un paciente en la suite especial K-12 que no había visto una mujer en su vida, se negó a creerlo. Cuando una detallada explicación la convenció, decidió remediarlo. Aquel día consiguió hacer el turno de guardia como supervisora de planta en el ala donde se alojaba Smith. Tan pronto como le resultó posible, fue a echar un vistazo al extraño paciente.

Conocía la regla de «Prohibidas las visitas femeninas», y aunque ella no se consideraba visitante, pasó de largo junto a los guardiamarinas sin tratar de hacer uso de la puerta que custodiaban: había descubierto que los soldados tenían la enojosa costumbre de interpretar las órdenes al pie de la letra. Así que entró en la habitación de guardia contigua. El doctor Thaddeus estaba allí de guardia, solo.

El doctor alzó la cabeza.

—¡Vaya, pero si tenemos a Hoyuelos! Hey, corazón, ¿qué te trae por aquí?

Ella se sentó en la esquina del escritorio y tendió la mano hacia el paquete de cigarrillos.

—Señorita Hoyuelos para ti, compañero; estoy de guardia. Esta visita forma parte de mi ronda. ¿Qué me dices de tu paciente?

—No te calientes la cabeza con él, chile dulce; no está bajo tu responsabilidad. Mira tu libro de órdenes.

—Ya lo he leído. Quiero echarle una ojeada.

—En una sola palabra: no.

—Oh, Tad, no te ciñas tan estrictamente a las reglas conmigo. Te conozco.

Él se miró pensativo las uñas.

—¿Has trabajado alguna vez para el doctor Nelson?

—No. ¿Por qué?

—Si yo te dejase poner un pie al otro lado de esa puerta, me vería en la Antártida mañana por la mañana a primera hora, recetándoles curas para los sabañones a los pingüinos. Así que quita el culo de aquí y ve a molestar a tus propios pacientes. Ni siquiera me gustaría que el doctor Nelson te sorprendiese en este cuarto de guardia.

Ella se puso en pie.

—¿Hay muchas posibilidades de que el doctor Nelson aparezca de forma inesperada?

—No es probable, a menos que yo le avise. Todavía está durmiendo para recuperarse del cansancio de la baja gravedad.

—Entonces, ¿a qué viene toda esta rigidez?

—Eso es todo, enfermera.

—¡Muy bien, doctor! —y añadió—. Asqueroso.

— ¡Jill!

—Y presuntuoso, además.

El hombre suspiró.

—¿Sigue en pie lo del sábado por la noche?

Ella se encogió de hombros.

—Supongo que sí. En estos días, una chica no puede ser demasiado exigente.

Volvió a su puesto, comprobó que sus servicios no eran requeridos de inmediato y tomó una llave maestra. Había perdido el primer round pero no había sido vencida, puesto que recordó que la suite K-12 tenía una puerta interior que la comunicaba con la habitación adyacente, una habitación que era utilizada a veces como sala de espera cuando la suite era ocupada por alguna Persona Muy Importante. La habitación no estaba ocupada en aquellos momentos, ni como parte de la suite ni separadamente. Se metió en ella. Los guardias en la puerta de más allá no le prestaron la menor atención, ajenos al hecho de que habían sido burlados.

Titubeó ante la puerta que conectaba las dos habitaciones, al tiempo que experimentaba la misma excitación que había sentido de estudiante cuando se escapaba subrepticiamente del alojamiento de enfermeras. Pero, se dijo, el doctor Nelson estaba dormido y Tad no la denunciaría si la atrapaba. No le culparía si le pedía lo que imaginaba a cambio… pero no la denunciaría. Abrió la puerta y miró dentro.

El paciente estaba en la cama, y le devolvió la mirada cuando se abrió la puerta. Su primera impresión fue de que había allí un paciente que había ido mucho más allá de todos los cuidados que pudieran administrársele. Su falta de expresión parecía señalar la apatía absoluta del caso desesperado. Entonces observó que sus ojos brillaban con interés; se preguntó si su rostro estaría paralizado. No, decidió; faltaban los típicos descolgamientos.

Adoptó su actitud más profesional.

—Bien, ¿cómo nos encontramos hoy? ¿Se siente mejor?

Smith tradujo y examinó las preguntas. La inclusión del plural en la primera le confundió, pero decidió que muy bien podía simbolizar un deseo de aprecio y de acercamiento. La segunda parte estaba en consonancia con la forma de expresarse de Nelson.

—Sí —respondió.

—¡Estupendo! —aparte su curiosa falta de expresión, no vio nada extraño en él… y, si las mujeres le eran desconocidas, ciertamente se las arreglaba muy bien para disimularlo—. ¿Puedo hacer algo por usted? —miró a su alrededor, observó que no había vaso en la mesilla de noche—. ¿Quiere un poco de agua?

Smith se había dado cuenta enseguida de que aquella criatura era distinta de las demás que habían acudido a verle. Con la misma rapidez comparó lo que estaba viendo con las fotografías que Nelson le había mostrado en el viaje desde su hogar hasta aquí… fotografías que trataban de explicar una particularmente difícil y desconcertante configuración de aquel grupo de personas. Entonces comprendió que lo que tenía delante era una «mujer».

Se sintió a la vez extrañamente emocionado y decepcionado. Reprimió ambas sensaciones a fin de poder asimilar, con tal éxito que el doctor Thaddeus no observó cambio alguno en las lecturas de los diales de la habitación contigua.

Pero, cuando tradujo la última pregunta, sintió una oleada tan aguda de emoción que casi estuvo a punto de dejar que los latidos de su corazón se acelerasen. Se reprimió a tiempo y se reprendió por aquel acceso de indisciplina. Luego revisó su traducción.

No, no se había equivocado. Aquella criatura mujer le había ofrecido el ritual del agua. Deseaba acercarse más.

Con gran esfuerzo, luchando por encontrar los significados adecuados en su lamentablemente pobre lista de palabras humanas, intentó responder con la debida ceremonia.

—Le agradezco el agua. Que siempre pueda beber profundamente.

La enfermera Boardman pareció sorprendida.

—¡Hey, qué considerado! —buscó un vaso, lo llenó y se lo tendió.

—Beba usted —dijo él.

«¿Creerá que trato de envenenarle?», se preguntó ella… Pero en la petición había cierta cualidad autoritaria. Dio un sorbo, tras lo cual él tomó el vaso de su mano e hizo lo mismo, para después dar la impresión de que se contentaba con hundirse de nuevo en la cama, como si hubiese realizado algo importante.

Jill se dijo a sí misma que, como aventura, aquello era más bien un fracaso. Murmuró:

—Bueno, si no necesita nada más, debo volver a mi trabajo.

Se dirigió hacia la puerta. Él exclamó:

— ¡No!

Ella se detuvo.

—¿Eh? ¿Qué desea?

—No se vaya.

—Bueno… tendré que hacerlo enseguida… —pero volvió al lado de la cama—. ¿Desea algo?

Él la miró de arriba abajo.

—¿Es usted una… «mujer»?

La pregunta sorprendió a Jill Boardman. Desde hacía años su sexo no había sido puesto en duda ni siquiera por el más casual de los observadores. Su primer impulso fue responder con una impertinencia.

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