Poco después estaban en el aire, sin sufrir ningún contratiempo por parte de la policía; la ciudad se había apaciguado con la misma rapidez con que se había inflamado. Jubal se sentó en la parte delantera con Stinky Mahmoud, relajado… Notó que no estaba cansado, no se sentía infeliz, ni siquiera le preocupaba la idea de regresar a su refugio. Hablaron de los planes de Mahmoud de ir a Marte y aprender más profundamente el lenguaje…, después, se enteró Jubal complacido, de completar el diccionario, tarea que Mahmoud esperaba realizar en cuestión de un año más de revisión fonética.
Jubal refunfuñó:
—Supongo que me veré obligado a aprender yo también esa maldita jerigonza, aunque sólo sea para enterarme de lo que se dice a mi alrededor.
—Como usted asimile, hermano.
—¡Bien, maldita sea, no pienso hacerlo siguiendo un programa de lecciones y horas de clase regulares! Trabajaré como me parezca, como siempre he hecho.
Mahmoud guardó silencio unos instantes.
—Jubal, en el Templo utilizábamos clases y programas porque atendíamos a grupos. Pero algunos discípulos recibían atención especial.
—Eso es lo que voy a necesitar.
—Anne, por ejemplo, está muchísimo más adelantada de lo que dice. Con su memoria de recuerdo total aprendió marciano en un abrir y cerrar de ojos, en concordancia directa con Mike.
—Bueno, yo carezco de esa clase de memoria, y Mike no está disponible.
—No, pero Anne sí. Y, por testarudo que sea usted, Dawn puede ponerle en concordancia con Anne, si usted la deja. En cuyo caso no será necesario que Dawn le dé la segunda lección; Anne podrá encargarse de todo. Estará pensando usted en marciano al cabo de unos días, según el calendario…, y mucho antes si utiliza la frecuencia de tiempo subjetiva, pero…, ¿a quién le importa? —Mahmoud le miró de reojo—. Disfrutará con los ejercicios de precalentamiento.
Jubal se erizó.
—Es usted un árabe ruin, diabólico y lascivo, y además me robó una de mis mejores secretarias.
—Por lo cual me siento en deuda eterna con usted. Pero no la perdió del todo; le dará lecciones también. Insistirá en ello.
—Oh, vaya a buscar otro asiento. Quiero pensar.
Un poco más tarde gritó:
—¡Primera!
Dorcas avanzó y se sentó a su lado, con el equipo estéreo preparado. Jubal la miró antes de iniciar el trabajo.
—Chiquilla, pareces más feliz que de costumbre. Estás radiante.
Dorcas dijo, soñadora:
—He decidido llamarle «Dennis».
Jubal asintió.
—Apropiado. Muy apropiado —apropiadísimo, aunque la muchacha se sintiera algo confusa acerca de la paternidad del niño, pensó para sí mismo—. ¿Crees que estás en condiciones de trabajar?
—¡Oh, sí! Me siento grande.
—Empiezo. Estereodrama. Borrador. Título provisional: «Un marciano llamado Smith». Entrada: acercamiento sobre Marte, utilizando filmación de archivo o imágenes concatenadas, secuencia continua, luego fundido a maqueta del punto real donde se posó la Envoy. Nave a media distancia. Animación de marcianos, típicos, con fauna disponible o refotografiada de archivo. Corte a primer plano: interior de la nave. Paciente femenina tendida…
El veredicto que debía dictarse respecto al tercer planeta del sistema solar nunca fue puesto en duda. Los Ancianos del cuarto planeta no eran omniscientes y, a su modo, resultaban tan provincianos como los humanos. Asimilando según sus propios valores locales, incluso con la ayuda de una lógica enormemente superior, llegaron a la certeza —a su debido tiempo— de que captaban una «incorrección» incurable en los atareados, inquietos y pendencieros seres del tercer planeta, una incorrección que requeriría selección y eliminación, una vez hubieran sido asimilados, apreciados y aborrecidos.
Pero, para cuando llegara el momento en que dieran el lento rodeo que enfocaría de nuevo su atención hacia el asunto, resultaría altamente improbable, casi imposible, que los Ancianos fueran capaces de destruir aquella raza compleja hasta lo inimaginable. Era una posibilidad tan remota, que todos aquellos relacionados con el tercer planeta ni siquiera perdieron una milésima de eón en pensar en ella.
Desde luego, Foster no lo hizo.
—¡Digby!
Su ayudante alzó la vista.
—¿Sí, Foster?
—Voy a estar fuera unos cuantos eones en una misión especial. Quiero presentarte a tu nuevo supervisor —Foster volvió la cabeza y dijo—. Mike, aquí tienes al Arcángel Digby, tu ayudante. Sabe dónde está todo aquí en el estudio, y descubrirás que es magnífico capataz para cualquier cosa que concibas.
—Oh, nos llevaremos bien —aseguró el Arcángel Michael, y preguntó a Digby—. ¿No nos hemos visto antes en alguna parte?
—No que yo recuerde —respondió Digby—. Por supuesto, uno ha estado en tantos sitios en tantas ocasiones… —se encogió de hombros.
—No importa. Tú eres Dios.
—Tú eres Dios —respondió Digby.
—Ahorraos las formalidades, por favor —dijo Foster—. Os he dejado un montón de trabajo, y no disponéis de toda la eternidad para ocuparos de él. Cierto, «Tú eres Dios», pero…, ¿quién no lo es?
Se fue, y Mike se echó hacia atrás su halo y puso manos a la obra. Podía ver una enorme cantidad de cambios que deseaba hacer…
FIN
POSFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
por Domingo Santos
Forastero en tierra extraña es un libro con una curiosa y en ocasiones rocambolesca historia a lo largo de sus distintas ediciones en nuestro país [21] Habla de España, lugar de edición del presente volumen. (N. del Rev.)
, y con respecto a algunas de las cuales me siento en cierto modo ligado. Aparecido originalmente en Estados Unidos en 1961, no fue hasta 1968 cuando un editor de aquí se atrevió a enfrentarse a su publicación en español. El motivo principal de que no se hubiera hecho antes era, por supuesto, su extensión: por aquel entonces la ciencia-ficción era aún un género minoritario, y lo elevado de los costes hacía difícil rentabilizar una obra como ésta, mucho más extensa de lo normal. Además, su temática era lo suficientemente escabrosa para hacer dudar a más de un editor. Por aquel entonces, la nueva Ley de Prensa e Imprenta —promulgada en 1966— estaba en pleno apogeo. Se trataba de una ley que pretendía ser progresista… con trampa incluida. En principio eliminaba la censura previa, un trámite obligatorio hasta entonces, y la sustituía por un depósito anterior a la distribución —a razón de un día de antelación por cada cincuenta páginas o fracción de texto— para que el ministerio opusiera sus reparos si lo creía pertinente; si no lo hacía, la publicación —libro, revista, periódico, etc.— podía considerarse aceptada y distribuirse.
Naturalmente, esto era un arma de doble filo; ya que en caso de no autorizarse la publicación, la prohibición de la obra se producía, en todo caso, cuando el libro ya estaba producido y todos los costes de la edición asumidos. Y, por supuesto, la obra prohibida era destruida.
Lo que pretendía con eso la sibilina ley, y lo consiguió en gran número de casos, era sustituir la censura oficial por la autocensura del editor. Muchos editores, ante las dudas y los temores, preferían expurgar ellos mismos los libros que publicaban a fin de obviar dificultades, con lo que su censura era más concienzuda y a menudo más profunda que la de los propios censores… aunque, evidentemente, más lógica y racional. Para aquellos libros que podían considerarse difíciles , por supuesto, existía un trámite voluntario: la «consulta previa». Esto también era un arma de doble filo, ya que cuando un libro era enviado a consulta previa por iniciativa del propio editor los censores de turno enderezaban las viseras, daban brillo a los manguitos y afilaban los lápices rojos, porque, evidentemente , aquel libro tenía que tener algo . Y, aunque el texto fuera más inocente que un cuento infantil, ellos siempre encontraban algo.
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